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La ópera 'Iris', de Mascagni, resucita como un acontecimiento en Roma

La pieza del compositor no se ha representado durante 40 años

Es difícil entender por qué una ópera como Iris pudo caer en el olvido, sin recordar que su autor, Pietro Mascagni, murió marginado, en 1945, tras ser acusado de colaborar con los fascistas. Desde 1948, apenas ha sido representada. En los últimos 40 años sólo ha tenido una grabación discográfica. La reposición de Iris en la Opera de Roma, con una excelente puesta en escena de Hugo de Ana, ha constituido un acontecimiento de público y de crítica, una noticia singular de la lírica en Italia.

El libreto de Illia es plano y farragoso, falto de auténticos personajes, claramente inferior a los textos -como La bohème o Madama Butterfly- que el mismo autor escribió para Giacomo Puccini. Ello no impidió que el estreno mundial de Iris, dirigida en 1898 por el propio Mascagni en el mismo coso romano donde se representa ahora, y las sucesivas frecuentes reposiciones fueran un éxito en toda regla.La explicación hay que buscarla en una partitura con grandes arranques melódicos y, sobre todo, con un trazado orquestal más rico y complejo de lo que es habitual en la ópera italiana. Sonoridades densas y pasajes camerísticos se alternan para graduar un lento crescendo, continuo y sostenido, entre las dos apoteosis corales que abren y cierran la obra. La batuta de Gianluigi Gelmetti da gran vuelo a todas las posibilidades de ese universo sonoro en las representaciones de estos días.

Claro que el vuelo de Iris queda lejos de las cotas míticas de Tristán e Isolda, a la que cabe referirse aquí, entre otras cosas, porque fue Mascagni quien, en 1909, programó y dirigió el estreno de la citada obra de Wagner en este mismo teatro de la Ópera de Roma, denominado entonces teatro Costanzi.

Iris acusa el lastre de una cierta dosis de pomposidad provinciana e incluye algún exceso melodramático de gusto ambiguo. Pero son defectos que se encuentran también en Cavalleria rusticana, la única ópera hoy célebre del compositor de Livorno, y de los que frecuentemente adolece la lírica italiana. Por eso, oída y vista la obra, no se entiende que esta Iris, aun careciendo de la precisión musical de Butterfly o de la perfección teatral de Fedora, no se haya mantenido como una representante destacada del repertorio de su época.

Sobre todo, si se cuenta con una realización escénica del nivel de la de Hugo de Ana. El director argentino nacionalizado español es capaz de hacer espectáculo de gran nivel a partir de una vacuidad teatral. Lo demostró el pasado verano en Macerata, con una producción bajo muchos aspectos memorable del Sansón y Dalila de Camille Saint-Saëns.

Lo más destacable de De Ana es la aproximación que logra entre gesto y sonido a través de la iluminación, de los movimientos de cantantes y masas, hasta crear la ilusión de que se visualiza la música.

La experta Daniela Dessi y José Cura, tenor argentino con limitaciones propias de su joven edad, pero que despliega ya un color y un estilo de lírico bastante spinto como hacía tiempo que no se oían, son excelentes Iris y Osaka, en papeles nada fáciles. Completan el reparto el barítono Roberto Servile, la mezzosoprano Michié Nakamaru y el bajo Nikolái Ghiaurov.

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