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Jordi Esteva: "En los oasis aun existían los dioses"

El fotógrafo y periodista publica, un libro sobre los cinco grandes palmerales egipcios

Siwa, Bahriyah, Farafra, Dakhla y Kharga son nombres de oasis, de los cinco grandes oasis de Egipto. Cada uno, con su peculiar cultura, ha dado pie a múltiples leyendas, y hasta hace poco aún parecían lugares detenidos en un tiempo casi mítico. "Llegué a estos oasis un minuto antes de que la civilización empezara a cambiarlos", comenta el periodista y fotógrafo, Jordi Esteva (Barcelona, 1951), que ahora acaba de publicar el libro Los oasis de Egipto. (Editorial Lunwerg) y presenta en Granada una exposición de fotografías sobre este mundo en extinción, en el que, comenta, "aún existían los dioses".

Los oasis de Egipto son pequeños mundos que durante siglos han mantenido una cultura propia que generalmente tiene poco que ver con la del resto del país e incluso con la de otros oasis. En Siwa, el oasis de los amonitas famoso por haber acogido el oráculo de Amón y porque en él era aceptado el matrimonio homosexual, se habla una lengua de origen bereber que se ha mantenido pese a que el próximo lugar bereber está a miles de kilómetros de distancia. De Farafra cuenta la leyenda que está tan aislado que en una ocasión sus habitantes tuvieron que mandar una expedición que cruzó el desierto Blanco durante varios días Para conseguir averiguar en qué día de la semana se encontraban. Necesitaban saberlo para poder acudir a la mezquita los viernes."El oasis es como una pequeña región y en su interior hay poblados que pueden estar separados entre sí hasta por 100 kilómetros", explica Jordi Esteva. "Los de Egipto suelen estar en una depresión de terreno situada sobre grandes bolsas de agua subterránea. Es agua milenaria, que se encuentra allí desde cuando todavía llovía en lo que hoy es desierto". No es nada fácil adentrárse en ellos. "Si llegas allí sin conocer a nadie verás un palmeral muy bonito, unos jardines cerrados y casas de arcilla sin demasiado interés. Lo mejor está dentro".

En su caso, todo comenzó en El Cairo, donde vivía desde principios de los años ochenta. En un conocido local cairota realizó una exposición de fotografías sobre los derviches de Omdurmann, en Sudán, país en el que también había residido una temporada. Al escritor Mohamed Seif, cuyo padre era originario de Dakhla, le interesó su trabajo, y le propuso hacer algo similar con los oasis. Así comenzó su peregrinar por estos grandes palmerales. "Eran lugares sencillos y atávicos. Veía cosas de la historia reflejadas allí. Cómo eran las alforjas para llevar el agua, el culto al olivo o las mismas túnicas romanas que visten los campesinos de Siwa. La gente era reservada, pero entrañable y con una cultura maravillosa. Quería robar la magia y la poesía de estos lugares. Se mantenían igual que hacia siglos, pero estaban llegando cosas. En algunos poblados había televisión, en otros se construían nuevas viviendas sociales espantosas. El cambio llegaba muy rápido y quise reflejar lo de antes, atrapar un mundo que se va y en el que todavía existían los dioses".

Experiencia vivida

El tiempo le perseguía en unos lugares en los que casi parecía detenido, "Decidí que no quería fotografiar templos, ni, ruinas, ni espejismos. No quería hacer otro libro exótico. Quería reflejar la gente y mi relación con la gente. Por eso no fotografiaba nada si no lo había vivido, si no formaba parte de mi experiencia personal". Armado con una sola cámara con dos objetivos y limitado voluntariamente por la técnica, se dedicó a vivir los oasis.La publicación del libro coincide con una. exposición de fotografías sobre el mismo tema que hasta finales de febrero presenta en el Centro de Investigaciones Etnológicas Angel Ganivet, de Granada. Esta entidad y la Fundación Jorge Castillo han colaborado en la edición del libro. Jordi Esteva, que hasta 1993 fue redactor jefe de Ajoblanco y colabora en diferentes medios, trabaja en ambas entidades organizando cursos, y seminarios sobre el mundo árabe y preparando proyectos de investigación.

Expulsado del paraíso

Jordi Esteva ha tardado 10 años en publicar su trabajo sobre los oasis de Egipto y puede decirse que es un proyecto inacabado, ya que tuvo que interrumpirlo a la fuerza. Un día, cuando estaba en uno de los oasis, le detuvieron acusándole de haber provocado disturbios en la feria del libro de El Cairo. "Me acusaron de trotskista y me tuvieron 15 días en prisión. Aunque la justicia me declaró inocente me expulsaron del país. Todavía estoy en la lista negra. Para mí aquello fue un trauma espantoso, me expulsaban de la Arcadia perdida. No tenía ninguna intención de volver a España, había entrado en un proceso de egiptización total y me costó mucho superarlo".En 1992 intentó el regreso y consiguió entrar porque en la aduana estaban ocupados y no comprobaron su identidad. Allí, en casa de amigos fotógrafos recuperó parte del material que se había quedado en Egipto. "Parte de los negativos se habían perdido, pero pude restaurar algunas pruebas que consideraba fundamentales. Con estas fotografías consideré que ya podía hacer el libro". Meses más tarde volvió a intentarlo, pero los agentes de aduanas fueron más eficaces y le negaron la entrada. Nunca ha vuelto a ver los oasis.

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