Una muerte propia
Ha muerto el general Gutiérrez Mellado, y su muerte produjo honda consternación nacional. Las caras de quienes concurrieron a las consiguientes ceremonias fúnebres daban inconfundible evidencia de una pena muy sentida, no frecuente en semejantes- actos, marcados casi siempre por actitudes y gestos de convencional solemnidad. En cambio, un dolor verdadero y profundo ablandaba en este caso la rigidez del formal ritualismo, impregnando asimismo las informaciones que los medios de comunicación pública difundían.Con insólita calidez, las páginas de los periódicos han abundado en el muy justo y merecido panegírico del difunto, esbozando el perfil de su carácter y adelantando la significación histórica de su nobilísima personalidad. De entre tan numerosos comentarios, quisiera yo destacar aquí una apreciación de mi amigo Santos Juliá, quien, refiriéndose en EL PAÍS del pasado 16 de diciembre a la inolvidable escena del 23-F, empezaba su artículo con estas palabras: "Si un solo instante valiera para dibujar todos los contornos de un hombre, a Gutiérrez Mellado lo había grabado en la retina de los españoles el segundo en que, empujado como por un resorte, saltó del banco azul para plantar cara a una cuadrilla de golpistas". Enseguida describe la escena que aquel día de 1981 registraron en el Congreso de los Diputados las cámaras de televisión, y que, en efecto, quedó también grabada en nuestra memoria colectiva para dar testimonio perenne de la conducta entonces observada por el hoy difunto general, como cifra de toda una vida ilustre.
De los héroes suele recordarse una frase, un gesto, una acción, el momento singular que de manera fulgurante revelaría, concentrada, la esencia de su personalidad; la coyuntura crítica donde la actuación del personaje adquirió significación decisiva y especial brillo, iluminando su figura e incorporándola a las páginas de la historia. El acto heroico acarrea con frecuencia la muerte de su protagonista, como bien hubiera podido ocurrir en el curso de aquella memorable escena, cuando Gutiérrez Mellado enfrentó, inerme, al grupo que, armado, asaltaba el Congreso de los Diputados. No quiso la suerte que por esta vez fuera ése el desenlace; esta vez la suerte quiso que, tras el triunfo de su gallardía, el anciano general conservara todavía la existencia durante un lapso no breve, hasta encontrar en fin la muerte que le aguardaba ahora en un accidente de carretera.
Este final destino suyo me ha traído de nuevo a la mente un tema que desde siempre fue objeto de mi preocupación: el tema de la muerte propia, tan angustiosamente planteado en los escritos del poeta Rilke. La muerte es el broche que cierra y definitivamente clausura la biografía de cada ser humano. Mientras nos queda siquiera un resto de vida, abiertas estarán aún para cada uno de nosotros, por mínimas que sean, diversas posibilidades, eventualidades imprevisibles, y sólo cuando, uno ha muerto podrá darse por completa y acabada la traza de su vera efigie. Sólo cuando uno ha dejado de ser podrá saberse ya quién ha sido. Ni siquiera el propio sujeto viviente posee total certidumbre acerca de sí mismo; nadie puede estar nunca seguro, con absoluta seguridad, de cómo habrá de comportarse en las circunstancias en que el futuro pueda ponerle.
El arcaico precepto que exige: Conócete a ti mismo, lo que de nosotros requiere es que nos esforcemos hacia el cumplimiento de algo imposible, pues nadie es capaz en verdad de alcanzar un entero autoconocimiento mientras todavía conserve la terrible posibilidad de traicionar la línea maestra de su proyecto vital. En esto radica, creo yo, el sentido trágico del concepto rilkeano de muerte propia: en que la muerte puede tal vez delatar la falsedad de toda una vida. (Recuérdese a este propósito -para citar un caso sólo imaginario- el escándalo a la muerte del beato Zósimo en Los hermanos Karamazov). De cualquier modo, la hora de la muerte, al cerrar la biografía de un hombre, completa su retrato para el mundo. El accidente de carretera que costó la vida al general Gutiérrez Mellado ¿era acaso la muerte que corresponde a un héroe? Esta muerte, anodina aunque tan lastimosa como tantas otras, ¿ha sido en verdad su muerte propia? Durante muchas horas, esta pregunta me ha inquietado, suscitando en mi ánimo turbadoras reflexiones acerca del tema. ¿Es que era adecuada a una figura de talla histórica esa muerte absurda en accidente de carretera? Absurda, sin duda, lo es toda muerte; el hecho de la muerte es absurdo en sí mismo; es lo absolutamente increíble que, sin embargo, se nos impone con irrefutable evidencia; es el misterio último y más oscuro, contra el que la conciencia humana se rebela (pensemos en el clamor de Cristo crucificado; pensemos en la agonía unamuniana), un misterio que la religión ha pretendido superar mediante otro misterio: el de la gloriosa Resurrección... Pero con todo, y como quiera que sea, siempre volvía a mi mente, una vez y otra, la apremiante pregunta: ¿era acaso esa muerte absurda en accidente de carretera una muerte propia para personaje de tamaña estatura?
De entre los rasgos unánimemente reconocidos en la personalidad de don Manuel Gutiérrez Mellado -"honradez, inteligencia, valor personal", "hombre bueno, integro", que "supo simbolizar la dignidad de los españoles".- destaca su incondicional entrega al cumplimiento del deber (lo que en otras palabras cabría llamar su entereza de carácter); y él mismo, ajeno a esos alardes que muchas veces revelan la justificada euforia de haberse sobrepuesto al natural temor, decía en cambio con sencilla modestia a quienes admiraban su intrepidez frente a la amenaza subversiva: "Hice lo que me enseñaron en la academia"... Meditando yo luego sobre esas reconocidas notas de su personal carácter y poniéndolas en relación con las circunstancias que lo condujeron hacia esta muerte de tan anodina y casual apariencia, he alcanzado a darme cuenta por fin de la íntima, secreta y total congruencia que existe entre circunstancias tales con. las de aquel momento estelar que hubo de conferir estatura heroica a su protagonista: la escena ponderada por Santos Juliá como un hito histórico, en la que el general opuso su pecho a quienes atentaban contra la soberanía nacional; pues con la misma tranquila decisión con que entonces cumplió su deber exponiendo la vida frente a un ataque armado tampoco, en su edad proyecta y con mala salud, vacilaría ahora en emprender azaroso viaje bajo un temporal de nieve para ofrecer la charla que había prometido a un grupo de estudiantes. Si encontró la muerte en ese carmín o, no lo había emprendido por capricho, frivolidad o glasto, sino obedeciendo a su sentido exquisito y extremado, tal vez exagerado, del deber. En lo pequeño y aun mínimo tanto como en lo más trascendental, el general Gutiérrez Mellado era hombre que se atenía sin dudarlo al cumplimiento de lo que consideraba obligación suya. Por consiguiente, sí, estuvo en estricta consonancia con su vida. Esta muerte, que para algunos será quizá casual y simplemente anodina, ha sido para él muerte propia, en rigurosa congruencia con el esencial sentid ¿de su vida.
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