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Tribuna:MANUEL GUTIÉRREZ MELLADO
Tribuna
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Mucho más que un capitán general

"El 23-F, Manuel Gutiérrez, Mellado actuó inequívocamente en defensa de la democracia, la soberanía popular, el pluralismo político y la convivencia dentro de la discrepancia"

Pasada la inmediatez de los primeros comentarios necrológicos, dictados por la sorpresa, la consternación y la emotividad suscitadas por la muy dolorosa pérdida del capitán general Manuel Gutiérrez Mellado, consideramos llegado el momento de la valoración analítica de su figura y su significación en el contexto en que ésta se produjo: el de unas Fuerzas Armadas directamente procedentes del régimen de Franco, y una sociedad inmersa en el complejo trance de la transición.Existen una cuantas cualidades que, usualmente, se le presuponen al militar profesional de cualquier Ejército, de cualquier país, de cualquier tipo de sociedad: valor físico, disciplina, dotes de mando y de obediencia, patriotismo, capacidad de sacrificio, disposición -incluso- a dar la vida, en caso necesario, por esa patria que ha jurado defender. Valores, en definitiva, capaces de configurar un cierto tipo de comportamientos, en el campo de batalla y fuera de él.

Pero tales valores, tan valiosos y necesarios en la profesión de las armas, no bastan en absoluto, sino que resultan radicalmente insuficientes a la hora de hacer frente a otro tipo de situaciones y a otro género de responsabilidades. Como aquéllas, concretamente, que el general Gutiérrez Mellado fue capaz de asumir y ejercer en los años más difíciles y decisivos de nuestra transición.

Pese a su repetida frase, sin duda dictada por su sencillez y generosidad, atribuyendo cualquier mérito propio a otras instancias institucionales ("Aquel 23 de febrero sólo hice lo que me enseñaron en la Academia General"), resulta obligado señalar, en términos objetivos, que tal pronunciamiento no resiste el más mínimo análisis sociológico, dicho sea en su honor, resultando cierto sólo, en un determinado aspecto, pero no en su sentido más profundo y esencial, como inmediatamente vamos a ver.

En aquel momento decisivo -ignorante de que las cámaras de televisión iban a inmortalizar su gesto exhibiéndolo ante la expectación pública nacional e internacional-, el general Gutiérrez Mellado actuó con valor, decisión, rapidez de reflejos y desprecio del riesgo, valores que sí pudo aprender en la citada Academia General Militar. Quienes nos hemos formado en aquellas aulas y en aquel áspero campo de maniobras sabemos que tales valores sí que forman parte del núcleo central de aquella formación.

Observemos, igualmente, que tales valores, en mayor o menor proporción -reconozcámoslo-, también estuvieron presentes en los oficiales golpistas que irrumpieron en el hemiciclo, particularmente en el jefe que los encabezó. La radical diferencia, el descomunal salto cualitativo entre el general Gutiérrez Mellado y sus oponentes radicó en otro factor de orden muy superior: el conjunto de conceptos y convicciones que les impulsaron.

En efecto, cuando el entonces teniente general y vicepresidente del Gobierno se alzó de su escaño y avanzó frontalmente, solitario y desarmado, al encuentro del teniente coronel Tejero, armado y amenazante, haciéndole frente con absoluto desprecio a la pistola que empuñaba, actuó así, inequívocamente, en defensa de una serie de! valores no incluidos en la lista anterior, sino en otra lista que, englobando todos los valores anteriores, añadía otros de muy diferente carácter y composición: la defensa de la democracia, de la soberanía popular libremente expresada, del pluralismo político, de la convivencia dentro de la discrepancia, y fundamentalmente, del principio básico rector de las sociedades más civilizadas: la legítima supremacía del poder civil emanado de las urnas sobre el poder fáctico emanado de las armas. Valores y convicciones no precisamente procedentes de aquella Academia General, en la que, por cierto, y por idéntico número de años, también se habían formado -dato fundamental- el teniente coronel Tejero y otros numerosos jefes participantes en el golpe militar.

Y el hecho de que esta serie de valores añadidos, de tan profunda raigambre civil, fueran defendidos tan firme y enérgicamente por un militar profesional, frente a las acciones de otros compañeros de armas, constituye el dato clave, el que adquiere la más rotunda significación. Porque la pregunta surge de inmediato: si no procedían de su formación académica, ¿de dónde surgieron, entonces, aquellas solidísimas convicciones democráticas que permitieron al general Gutiérrez Mellado asumir su ejemplar ejecutoria, que culminaría en su inolvidable actuación frente al golpe de febrero de 1981?

Es justamente ahí, en la respuesta a esta pregunta, donde podemos empezar a perfilar la verdadera naturaleza y significación de ese personaje excepcional. Cabría pensar, al menos en principio, que tal formación, inexistente en aquella primera fase propiamente didáctica, le pudo llegar a través de otras aportaciones posteriores, aunque también procedentes de la esfera militar. Cabría mencionar sus años de trabajo a las órdenes de esa figura intelectual de nuestro Ejército que fue el teniente general Manuel Díez Alegría, sus años en el extranjero y sus servicios de fuerte, implicación internacional.

Sin embargo, aunque tales elementos pudieron de alguna manera coadyuvar al fenómeno que nos ocupa, el rigor de los datos nos obliga a descartar también esta vía como factor decisivo y fundamental. Porque también otros, y durante más tiempo, habían desempeñado puestos en países democráticos; también otros se habían beneficiado de la proximidad, e incluso de la docencia, del general Díez Alegría; también muchos otros tuvieron oportunidad de ampliar sus ideas y perspectivas a través de largas permanencias en cursos y diplomaturas en el extranjero. Y sin embargo, muy pocos de ellos participaron de su firme respaldo a la democracia en los momentos más duros de la transición. Muy al contrario, muchos se le mostraron duramente adversos a lo largo del proceso democratizador. No hay manera, por tanto, de ubicar en el ámbito castrense los orígenes de la convicción, del vigor, de la tenacidad y del infatigable empeño que Gutiérrez Mellado puso en la defensa de los valores democráticos y de la consolidación del régimen de libertades.

De ahí que para nosotros, los que le conocimos y tuvimos alguna vez el honor de colaborar con él, resulte tan evidente cuál fue la característica predominante que le distinguió, determinando su ejecutoria en los años de sus máximas responsabilidades militares y políticas, e inspirando su valeroso gesto final frente a los golpistas del 23-F. Y tal factor no fue otro que su propio talante individual, nutrido de un respeto profundo a sus compatriotas, discrepantes o no; su inmensa valoración de la paz y la convivencia, nacional, y su vigoroso propósito de asentar en España -en una España en la que cupiéramos todos- aquellas condiciones políticas, sociales, civiles y militares que hicieran imposible la repetición de los horrores que él mismo conoció en nuestra guerra civil.

El precio que tuvo que pagar por asumir esta línea fue terrible. Cualquier militar normal, capaz de soportar las mayores penalidades y riesgos en el campo de batalla, hubiera sido incapaz de soportar una milésima parte del castigo moral -injusto, insidioso, venenoso, demoledor- procedente de otro bien diferente origen: los ataques sistemáticos perpetrados por otros compañeros desde dentro de la propia institución. Y aquí fue donde Gutiérrez Mellado superó todos los récords de resistencia, fortaleza e integridad moral, casi hasta el límite de la heroicidad.

Sabía que tenía la obligación de aguantar, y, soportando lo insoportable, aguantó. Con ejemplar resistencia y dignidad soportó aquellos amargos trances, haciendo frente a tantas conflictivas situaciones en las que, más de una vez, debió sentir una tremenda sensación de soledad. Permítaseme un breve recuerdo personal. Fue allá por 1979, en una reunión de trabajo en la que participábamos, junto a los entonces coroneles Miguel Íñiquez y Luis Pinilla, otros dos o tres jefes más, todos de su confianza. Él, al llegar, nos preguntó irónicamente: "Aparte de los que estamos aquí, ¿hay alguien más que esté con . nosotros?". Mi respuesta fue que sí, que había más (me cuidé muy bien de cualquier precisión respecto a su cuantía), y añadí que, en el enorme espacio existente entre nosotros y "el búnker militar" había de por medio una enorme masa de compañeros que, más o menos desconcertados, permanecían a la expectativa, en espera de que la situación se decantara en una u otra dirección. Añadí que aquello era lo normal en todo proceso de cambio agudo, y que era precisamente a ese gran sector intermedio y mayoritario al que había que ganar para la democracia, consiguiendo que la asumiera, ya que no con entusiasmo, sí al menos con leal aceptación.

Hoy, bastantes años después, parece claro que fue precisamente eso lo que terminó por suceder. Pero en aquellos años, la presión sobre y contra la ejecutoria del general Gutiérrez Mellado alcanzó unos niveles que muy pocos hubieran podido sobrellevar.

Hay que decir, en definitiva, que don Manuel Gutiérrez Mellado fue mucho más que un destacado general que alcanzó la máxima graduación existente en nuestro Ejército. Ciertamente fue militar, y lo fue hasta el tuétano. Pero fue mucho más que eso, porque su visión del conjunto de la realidad nacional, de nuestra capacidad y de nuestros fallos, de nuestros excesos y de nuestros grandes déficit históricos en materia de convivencia, tolerancia y desarrollo democrático, junto con su empeño en superar tales deficiencias, le proporcionaron esa visión, esa altura que eleva a muy pocos hombres por encima de su condición de político o de militar, situándoles en esa categoría privilegiada, y siempre numéricamente mínima: la de los verdaderos hombres de Estado.

Fue precisamente esa altura de miras y planteamientos la que, haciéndole actuar con arreglo a su muy superior perspectiva, hizo inevitable el choque contra él de los sectores militares más inmovilistas. Los feroces ataques que sufrió procedían de unos militares ultraderechistas que, en el mejor de los casos -generosa hipótesis- podían ser tan patriotas como él; pero cuya visión de España era tan vetusta y unidireccional, tan carente de desarrollo evolutivo, tan obtusa y reaccionaria, tan raquíticamente corta e insolidaria, que sólo podían ver la ejecutoria del general como una lamentable traición a la España vencedora en 1939, incapaces de asumir y valorar el factor decisivo: el hecho de que él estaba al servicio de una España mucho mayor. Tan grande que pretendía abarcar a los vencedores y a Ios vencidos de aquella contienda, y también a las generaciones ajenas ya a aquella cruenta división.

En cualquier caso, y sin perjuicio de humanas imperfecciones, ahí están los logros del general Gutiérrez Mellado, con su notable -aunque en algún aspecto incompleta- reforma militar: ahí está la inclusión de los tres antiguos ministerios militares en un único Ministerio de Defensa, y la designación del primer ministro civil; la imprescindible reforma y actualización de las Reales Ordenanzas (1978), introduciendo en ellas la obligada, fidelidad a la Constitución y excluyendo del deber de obediencia a las órdenes delictivas, tal como algunos ve níamos pidiendo por escrito des de años atrás; la necesaria revisión del antiguo Código de Justicia Militar (1980); la supresión de la censura previa para la expresión escrita de los militares (1977); la prohibición de ejercer la política de partidos para los militares en activo (1977); la articulación legal y funcional de la Defensa, situando el aparato militar de ésta a las órdenes directas del Ejecutivo, dando así cumplimiento al principio básico de la subordinación militar al poder civil. ímproba tarea que significó, en definitiva, nada menos que si tuar a las Fuerzas Armadas dentro de los parámetros exigidos por la moderna sociología militar para la correcta inserción de los Ejércitos en el marco de una so ciedad democrática y plural. Ciclópeo esfuerzo de modernización, que, junto con su aportación a la convivencia digna de los españoles, configuraron la inmensa deuda de gratitud que la sociedad tenía contraída con el general Gutiérrez Mellado, y que pagó en parte con su muy merecida elevación al rango honorario de capitán general. Esperemos que, más allá de nuestro fugaz tránsito vital -tan corto-, será la propia historia -tan larga- la que le sitúe para siempre en el lugar que legítimamente le corresponde, como una de las figuras excepcionales de la España del siglo XX que más y mejores servicios prestó a la paz y la convivencia nacional.

Prudencio García es coronel del Ejército (R.), investigador en sociología militar del INACS.

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