La hora de los locos y de los cínicos
Unas horas después de que la bomba del comando Madrid esparciera media docena de cadáveres en Vallecas, los militantes de HB coreaban en San Sebastián la consigna "Contra la represión, coche bomba solución", en su habitual contramanifestación de los lunes.Ante la hilera de ertzainas que protegía a los ciudadanos concentrados por la liberación de José María Aldaya, los militantes de HB ensayaron ese día en tono igualmente triunfal el nuevo grito de guerra, "Itsasondo, Itsasondo", que alude a los dos policías vascos muertos el domingo en esa población guipuzcoana a manos de un joven de Jarrai.
Para ETA y HB, los cadáveres de Madrid representan otra contundente demostración de que han pasado claramente a la ofensiva, una fase iniciada con el asesinato del portavoz vasco del Partido Popular Gregorio Ordóñez y caracterizada por los atentados selectivos y altamente desestabilizadores.
Cierto que hubieran preferido que los viajeros de la furgoneta volada en Madrid no hubieran sido trabajadores, sino entorchados generales del Ejército español, pero ahora, llegados a este punto, la cuestión empieza a serles moralmente indiferente, por más que sigan recurriendo al obligado lamento por las muertes de víctimas civiles.
Basta con ver los grandes titulares de sus medios informativos: Bomba contra la Armada, Alcanzado de lleno un furgón militar, Convulsión en el Estado; basta con escuchar las reacciones de los dirigentes de HB a propósito de los hechos de Madrid e Itsasondo para constatar el grado de voluntaria asunción de las muertes, la facilicidad con que homologan a las víctimas sacrificadas en el altar de su objetivo negociador.
Las tragaderas de este mundo ya no conocen límites, porque la justificación está escrita y asumida mucho antes de que estallen las bombas y se vean sus efectos. La culpa siempre. la tendrá "Madrid" por negarse a negociar con ETA, la responsabilidad siempre la tendrá Atutxa por situar a sus ertzainas frente a ETA.
Crecido tras ocupar el terreno abandonado por los partidos democráticos, instalado en la creencia de que el asesinato de Gregorio Ordóñez explica las posteriores ofertas de diálogo, este mundo parece ser cada vez más ajeno al sentimiento de culpa, estar más y más inmunizado ante el dolor de los demás.
Mientras se fortalecen con los argumentos que algunos políticos les prestan en su afán por preparar la hipotética negociación futura, mientras se revisten con la honorabilidad de su reconocida "condición política", de actores protagonistas en el "conflicto histórico vasco", ellos exhiben estos días, sin empacho, su rostro más Cruel. Hay pintadas en San Sebastián que no pueden ser reproducidas sin incurrir en una obscenidad incalificable para las víctimas del terrorismo.
La fase "'ofensiva" actual que un dirigente de HB ilustró ya tiempo atrás con la expresión "acelerar el proceso y ganar" coincide, y no casualmente, con el despliegue en las calles vascas de jóvenes y adolescentes criados políticamente en el equívoco de creerse poseedores de la auténtica verdad y del legítimo uso de la fuerza.
Los sociólogos lo han dicho repetidamente. Estos jóvenes que han sido lanzados al activismo callejero, encuadrados en grupos de 20 o 30, especialistas ya en el uso de la gasolina, de las bolas de acero, de las barras de hierro, que pasean su prepotencia por los pueblos y ciudades, no conciben obligación personal alguna y viven en la creencia de que sus derechos no tienen limitaciones.
Son hijos de lo que se ha dado en llamar "subcultura de la violencia", hijos de HB, de KAS, de ETA, de la doctrina vertida durante tantos años por los propagandistas apologetas de la violencia y de la eficacia misma de la bomba. Un día responden con cócteles molotov a los vecinos que les recriminan la quema de un autobús municipal; otro, atacan la capilla de un colegio de frailes que tuvo la osadía de colocar el lazo azul en el frontón
La sociedad vasca asiste atónita y alarmada ante el espectáculo, muchos se preguntan si esta situación puede seguir prolongándose, si el sistema político, judicial y policial está a la altura de las circunstancias, si, es posible aplicar la ley en Euskadi y acabar con la impunidad de los que amenazan y atacan, y de los que incitan de palabra y de obra a la amenaza y a la agresión.
El absurdo, el delirio y el cinismo se han dado cita en las manifestaciones solidarias con Mikel Otegi, el joven de Jarrai que descargó su escopeta contra los ertzainas de Itsasondo, en las versiones que justifican los hechos por el "acoso policial" del que habría sido víctima el presunto homicida. Esta parece ser, ciertamente, la hora de los locos y de los cínicos.
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