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Los sindicatos franceses desafían al Gobierno y tratan de endurecer la huelga

Enric González

La crisis francesa está más bloqueada que nunca. Con su doble comparecencia del martes, ante el Parlamento y ante los ciudadanos, el primer ministro, Alain Juppé, no consiguió otra cosa que endurecer las posiciones. El Gobierno no cede; los sindicatos, tampoco, y Francia sigue sufriendo un compás de espera durante el cual se desangra la economía, se multiplican las incomodidades y se acumula el malhumor. Los líderes sindicales creen que la huelga se hará más dura desde hoy, con la incorporación de maestros, cajas de ahorro y líneas aéreas. Mientras tanto, empiezan a aparecer en la derecha aspirantes a suceder a Juppé. El más claro, Charles Pasqua, destacado enemigo de Maastricht.

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La Confederación General del Trabajo (CGT) y Fuerza Obrera (FO), junto con otros sindicatos menores y las bases de la reformista Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), han convocado para hoy nuevas manifestaciones, que se esperan aún más numerosas que las del martes. Hoy deben incorporarse a la huelga los profesores de enseñanza primaria y secundaria, los trabajadores de tierra de Air France y Air Inter y una parte de los empleados de cajas de ahorro. Los sindicatos insisten en reclamar la extensión de la huelga al sector privado.Mientras intentan dar un nuevo impulso a la protesta, los sindicatos, especialmente la CGT emiten claras señales de voluntad negociadora. Pero necesitan una señal de buena voluntad que, por ahora, el Gobierno no les envía. Juppé y el presidente Chirac prefieren que las huelgas se pudran. Anoche, no obstante, el primero se declaró partidario de entablar negociaciones para establecer servicios mínimos en el transporte.

El riesgo, en una sociedad tan malhumorada como la francesa, es que el pulso Gobierno-sindicatos se extienda a algo peor. Una encuesta de la sociedad Sofres publicada ayer mostraba la impopularidad de todos los políticos, de derecha e izquierda. El que fue líder estudiantil de la revuelta de mayo de 1958, Daniel Cohn-Bendit, declaró desde EE UU que la crisis de 1995 no era sino "una demostración más del absurdo de la sociedad francesa".

Los inversores internacionales parecen haber adquirido conciencia de la gravedad de la crisis, y de sus posibles consecuenclas europeas. Pese a que las previsiones de crecimiento económico siguen rebajándose, la Bolsa de París registró ayer una nueva subida del 1,10%. El franco se reforzó también frente al marco.

Chirac también expresó ayer su "absoluto respaldo" a las reformas planteadas por Alain Juppé. Pero sus palabras se pronunciaron en la confidencialidad del Elíseo. La única vez en que Chirac ha hablado del conflicto ante las cámaras, desde África, lo ha hecho sin citar el nombre de su primer ministro. Juppé podría ser la primera víctima de la crisis, incluso si emergiera de ella como vencedor. Su intento de enfrentar a los franceses con la creación de un movimiento antihuelga -un proyecto discretamente abandonado- y su incapacidad para inspirar confianza inquietan en el entorno de Chirac.

Dentro del movimiento gaullista, la crisis social ha reanimado la hostilidad a Maastricht. Emergen dos figuras carismáticas que se proponen, más o menos claramente, como alternativa a Juppé: el presidente de la Asamblea Nacional, Philippe Séguin, y el ex ministro del Interior Charles Pasqua. Ambos votaron no en el referéndum sobre Maastricht, ambos son viejos amigos de Chirac -aunque Pasqua apoyara a Balladur en las presidenciales- y ambos odian a Juppé. Ni el uno ni el otro inspiran confianza a los inversores internacionales, que exigen disciplina presupuestaria y respeto a los criterios de Maastricht, ni a los socios europeos.

En una entrevista que publicó ayer el semanario L'Express, Pasqua se presentó como alternativa y trazó las líneas básicas de su programa: diálogo social, relanzamiento económico con la captación de ahorro para actividades productivas y aplazamiento de la moneda única concertada con los alemanes. Un mensaje populista muy similar al de Séguin, hombre fuerte de la campaña presidencial de Chirac, quien recientemente se entrevistó muy amistosamente con una delegación de ferroviarios en huelga.

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