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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una opilación

"Mil y quinientas" obras escribió Lope o decía él: así le salieron algunas, como este Acero de Madrid, descuidado de rima, tan confuso e ingenuo de trama como tantas otras: iguales. Galán y dama, dificultades, astucias femeninas, travestidos; y, al final -que se hace esperar demasiado; y que es tan arbitrario que podría haberse producido a los pocos minutos de comenzar-, cada oveja con su pareja. Es de la larga serie que el maestro escribía "pues que el vulgo es necio". No todo, no siempre.La palabra más pronunciada en la obra es "opilación" y sus derivados. Alguna gracia se ha perdido de ella. La opilación es. una obstrucción, o una acumulación de humores en el cuerpo. "Obstrucción en las vías por donde pasan los humores", dicen en su glosario Robert Jammes y Marie Thérese Mir. Entonces tenía más gracia (es un decir): era "Enfermedad, particular de donzellas", según Covarrubias: y se revelaba por el corte, o desaparición de la menstruación. Queda hoy el término "desopilante", que la publicidad atribuye a los cómicos, espectáculos, películas, que dan tanta risa que "desopilan".

El acero de Madrid

De Félix Lópe de Vega, adaptación de Antonio Andrés Lapeña, música de Paco Aguilera. Intérpretes: Héctor Colomé, Manuel Navarro, Ana Barbany, Yolanda Arestegui, Arturo Querejeta, Enrique Menéndez, Antonio Vico, Concha Sáez, César Diéguez, Aitor Tejada, Pilar Massa, Félix Cassales, Esther Montoro, Sofía Muñiz, Pedro Forero, Anselmo Gervolés. Vestuario, Pedro Moreno. Dirección José Luis Castro. Compañía Nacional de Teatro Clásico, Comedia, 1-12-1995

A veces, la opilación viene de comer barro: para tener la elegante apariencia de la palidez. Importante, porque distinguía a la niña de la que está expuesta al sol y la intemperie: es de casa cerrada. Esta locura femenina a veces llevaba a comer no el barro o arcilla directamente, sino jarrones: a trocitos.

Tomar las aguas

Esta doncella, Belisa, ayudada por un falso doctor, finge estar opilada: nada mejor, para eso, que "el acero de Madrid". Un agua que contenía "acero": simplemente, agua ferruginosa. Todavía hace poco quedaban algunos caños: los fue cerrando la autoridad porque el agua curativa parecía, en realidad, contaminada. No sé si queda alguna. Pienso si la de la calle de Alcalá, junto a Correos, sería aquella del Prado a la que Belisa iba a tomar las aguas y podía ver a su galán prohibido: iba con su criada y su dueña y tía, tan supuestamente graciosa, y las rondaban galanes y criados no menos graciosos. Para aquel público, supongo.

A la sensación de no importancia que se puede sentir ante el largo despliegue de esta tontería (al menos, yo), se puede unir que los, actores y actrices dicen los versos con tonillo y sin muchas modulaciones, y que parecen encerrados por las inmensas paredes de lo que da la sensación de un armario ropero, según la escenografía del propio director de la obra, Juan Antonio Castro; unos paneles que se abren y se cierran con alguna frecuencia. Castro es director admirado: tiene finura, gracia y elegancia.

Quizá el problema esté en la selección de la obra y en que el reparto se le fue de las manos. En todo caso, este acero es mas opilante que desopilante, aun que tuviera risas para los graciosos y sonrisas para las situaciones delicadas: y aplausos al final.

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