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Banderas en el polvo

Vicente Molina Foix

En la exagerada vida actual de Antonio Banderas quizá la paradoja más sedante se produzca cuando el 1 de diciembre comprobemos que la mejor película que este actor estrella ha interpretado en los Estados Unidos es de producción y dirección española. Pero si Two much demuestra lo que muchos ya temían o celebraban por lo bajo, no hay, por nuestro lado, que exagerar. Toda persona libre es titular de su destino y lo que el mejor actor español de su generación esté haiciendo con su carrera, no digamos con su vida privada, es asunto suyo. O quizá no.La vida de Banderas es un cuento de príncipes y hadas, y ahora con su biografía lo podemes verificar. Me cabe el pequeño honor de haber sido, creo, el primero en hacer por escrito un voto a favor del futuro de aquel jovencísimo Banderas prealmodovariano y casi prehistórico que descubrí en Pestañas postizas, una olvidada aunque morbosa película valenciana (sic). Recordemos los ingredientes del cuento feliz: sueños malagueños, vida pobre en la capital, papelito episódico en Laberinto de pasiones, brillo indiscutible en sus primeros papeles grandes (La ley del deseo, El caso Almería, La corte del faraón), y algo que a menudo se olvida o se ignora, extraordinarias interpretaciones teatrales representando a Calderón, Marlowe o Lorca. El resto, desde sus primeros triunfos in ternacionales gracias a Almodóvar hasta sus últimos episodios sentimentales, está ya en la leyenda dorada del cine.

Mi admiración por Banderas no ha disminuido desde el día que le vi vestido de romano realizando con ejemplar y seca entereza las fantasías más húmedas del olvidable realizador valenciano. Es un hombre hermoso y de atractivo magnético, dotado del poder de arrastre y convicción que sólo los más grandes, despliegan a la vez ante la cámara y en el escenario. Su tierno secuestrador de Átame es una de las más memorables creaciones del cine español. Por eso sentí alegría y hasta, un poco de orgullo chovinista cuando hace poco pude comprobar en América que Antonio Banderas es un nombre que el público más común de un sábado noche reconoce complacido en voz alta antes de pagar su entrada para verle. Tiene en el durísimo mundo de Hollywood el rango indiscutible del name above the title (su nombre por encima del título) y es el primer actor español cuya cabeza está salpicada por el polvo de estrellas. La alegría se convierte en pesar cuando, aficionado a Banderas como soy voy viendo sus películas americanas y compruebo, una tras otra, lo malas que son, incluidas, por fatalidad, las que firman directores habitualmente buenos como Demme, August o Jordan, y lo mal que está en ellas Antonio, estereotipado en papeles de latino, fantasma o periférico. Últimamente está muy solicitado para hacer de matón criminal o justiciero (Asesinos, Never talk to strangers, Desperado) y si bien siempre él es capaz de introducir una atractiva furia española en ese repetido molde de los psicópatas del gatillo, da grima verle pelear con molinos de viento tan débiles.

Claro que Banderas podría en un futuro convertirse en el protagonista de grandes obras de Scorsese, Woody Allen o Lynch, desempeñando esos papeles de chico americano que la naturaleza parece hoy negarle. Otra posibilidad más verosímil es convertirse en un héroe del pujante cine hispano de norteamérica, terreno en el que, sin embargo, cuenta con rivales de la talla de Andy García, Leguizamo, Esai Morales o Benicio del Toro, que no tienen su handicap lingüístico. Y hay también una tercera vi abierta a este extraordinario triunfador. No aplazar más su retorno al áspero pero para tan estimulante y nutricio medio del cine y el teatro español, donde, al igual que los grandes actores que sin duda admira, Vanessa Redgrave, Dustin Hoffmann, Al Pacino, siempre atentos a aternar las luminarias de Hollywood con las candilejas del exigente escenario, encontraría el espacio natural de una autenticidad artística a la que su lengua y su temperamento le atan. Sin dejar de volver, cuando quiera aventar su bien ganado polvo estelar, a esa tierra de promisión que le halaga, le paga y le socava.

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