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Tribuna:CINE EUROPEO - EL ESTADO DE LAS COSAS
Tribuna
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Una ligera mejora

¿Quién salvará al cine italiano? El año pasado la respuesta parecía obvia. El cine italiano sería salvado por los monstruos, a juzgar por la película Il mostro, de Roberto Benigni, que, pese al rechazo de la crítica, fue un éxito de taquilla. Además de Il mostro, el otro gran éxito de la temporada, fue S. P. Q. R., de Carlo y Enrico Vanzina, comedia burlesca muy trivial que conquistó al público juvenil. El tercer gran éxito fue, gracias a Dios, una buena película, El cartero, protagonizada por Massimo Troisi que la terminó poco antes de morir, demasiado joven.Pero, independientemente del éxito de estas películas, el cine italiano de los últimos 20 años ha atravesado una crisis muy profunda. Es verdad que la crisis siempre ha existido, como de muestra el hecho de que ¿Qué es esta crisis? ya era el título de una comedia muy popular de los años cuarenta. La industria cinematográfica italiana siempre ha sido muy informal, personal, agitada y provisional, se ha basado en grandes personalidades y pequeños negocios, y nunca se ha convertido en un sistema in dustrial como es debido.

De todas formas, una simple estadística puede revelar las dimensiones de la crisis. En 1975 había 4.000 salas que funcionaban a jornada completa, mientras que ahora hay poco más de 750. Lo cual significa que si de una película norteamericana se distribuyen 400 copias, la mitad de los cines italianos están ocupados por ella manu militari y no hay sitio para nada más. En 1955, se vendieron en Italia 819 millones de entradas. En 1975 -principios de la era de la televisión privada- la cantidad se redujo a 516 millones. En 1992 se alcanzó la cifra más baja hasta la fecha: 84 millones. El año pasado, estupenda noticia, la cantidad aumentó hasta los 98 millones, y sigue subiendo con rumbo al umbral mítico de los 100 millones de entradas que se cruzó en dirección descendente en los años ochenta, lo cual supone una mejora de un 4% respecto al año anterior. En 1994 el público del cine italiano se ha duplicado con creces, pasando de cuatro a nueve millones de entradas, mientras que la cuota de mercado pasó de un 14% a un 29%. Además, podríamos añadir a los múltiples problemas de la industria italiana el hecho de que varios personajes importantes -de Fellini a Franco Cristaldi- han desaparecido y nadie ha ocupado su lugar. Entonces, ¿dónde están las buenas noticias? Es verdad que ha habido una ligera mejora en la posición relativa de las películas italianas y que, en el último año del que se tienen datos confirmados, es decir, 1994, se han estrenado 106, películas italianas (o películas coproducidas con Italia) frente a un total de 275 películas extranjeras (de las cuales 198 eran norteamericanas). También es verdad que, en 1994, el porcentaje de películas norteamericanas se ha reducido del 801/6 al 68%, pero no se puede pasar por alto la consideración evidente de que la población italiana se sitúa actualmente alrededor de los sesenta millones de habitantes. Los dígitos hablan claro: cada italiano va al cine menos de dos veces al año. Y, aunque los espectadores han aumentado, en 1994 sólo se han, terminado 95 películas italianas, frente a las 106 del año anterior, lo que significa una pérdida de casi 58.000 millones en términos de inversión. Estos datos revelan que, en comparación con la época dorada de la commedia all'italiana y de Hollywood en el Tíber -el periodo de las grandes producciones norteamericanas en Cinecittà-, no hay estructura sólida y un año puede variar respecto a otros por un conjunto muy reducido de factores.El cine italiano ha sobrevivido en las dos últimas décadas -desde el inicio de la era de la televisión privada, que ha emitido todos los años más de 11.000 películas- gracias a los fondos públicos, a una generosa ayuda de las cadenas de televisión que, hasta hace dos o tres años, han trabajado como coproductorias de la mayor parte del mejor cine italiano, y a una explotación de los peores facetas de la commedia all'italiana.La escena cinematográfica se divide en cuatro grupos principales: el grupo Fininvest, que produce, distribuye y posee cines, además de tener tres cadenas principales y un canal de televisión codificada de pago, Telepiù; el grupo Cechi Gori, que produce y distribuye, gestiona cines y es propietario de una televisión privada, la TMC; el grupo Walt Disney-Buena Vista, que produce y distribuye películas y vídeos, y el grupo Titanus-Safin,que distribuye y dirige cines. La producción debería funcionar en virtud de la reciente ley relativa a la industria de las artes interpretativas -la última se firmó en 1.963, siglos antes de la fundación del nuevo sistema de comunicaciones-, que ha establecido el Fondo Unitario para el Espectáculo (FUS), creado para distribuir en 1995 90.000 millones de pesetas, a compartir por el cine, el teatro y la ópera. Pero la distribución de esta asignación eco nómica sigue siendo muy difícil y lenta a causa de los complicados trámites burocráticos que lleva consigo. Además, todavía se espera una normativa para la televisión- que es uno de los problemas políticos más graves del país, como sabe cualquiera que haya presenciado el irresistible ascenso de Berlusconi-. De todas formas, no se pueden producir películas de alto presupuesto, como indica el lento desarrollo del único proyecto actual de gran envergadura, The truce, de Francesco Rosi.

Y una vez más... En el cine italiano de hoy no hay productos "normales", nada de películas saludables y, bonitas para entretener. El panorama se divide entre comedias muy populares sin ningún interés (que a veces tienen éxito sorprendente) y películas de arte y ensayo (que generalmente no tienen éxito), con un gran abismo entre ambas. En otras palabras, nada ha sustituido a la commedia all'italiana de Risi, Monicelli, Pietrangeli o Germi en cuanto a popularidad, importancia, estilo y significado.

¿Y quién tiene la culpa? Los productores y directores de las'pocas películas populares de éxito -es decir, los hermanos Vanzina- echan la culpa a los críticos. Les acusan. de no poder (o no querer) entender el cine comercial. Sería fácil responder que, aunque El cartero distaba de ser de arte y ensayo, tenía ,cualidades de entretenimiento, que han sido reconocidas no sólo en Italia, sí no en el mercado norteamericano.

Pero es verdad que, con la excepción de Nanni Moretti, las películas de calidad italianas dejan poco espacio para el entretenimiento, aunque haya un par de intentos del año pasado de hacer un nuevo estilo de comedia: Peggio di Cose si muore, de Marcello Cesena (producida, no por casualidad, por Nella Banfi, uno de los productores de Moretti), un bonito noir; o La bella vita, de Paolo Vici, capaz de entrelazar realidad, ironía y compromiso.Además de los pocos directores que quedan de las antiguas generaciones -Antonioni con su Al di la de lle nuvole; Rosi, que lucha por hacer su película Scola y cuya Romanzo di un giovane povero tuvo un pobre resultado en taquilla, y los hermanos Taviani, que acaban de terminar de rodar The elective affinities from Goethe, además de los célebres ganadores de oscars para Italia que a veces han tenido éxito (Giuseppe Tornatore, que acaba de presentar en Venecia L'uomo delle stelle, su mejor película desde Cinema Paradiso, y Salvatore, que intenta hacer otra película que tenga tanto éxito como Mediterraneo), además del currículo y categoría únicos de Gianni Amelio (Il ladro di bambini y Lamerica) y Nanni Moretti (cuya Caro diario no sólo fue aclamada por la crítica, sino que también tuvo un gran éxito), hay uña nueva generación de auténticos talentos. Me refiero a Francesca Archibugi, cuyas Mignon è partita e Il grande coconero fueron dos películas que reunían calidad y diversión (pero no consiguió hacer digerible Con gli occhi chiusi, de Federigo Tozzi). Pienso en Carlo Mazzacurati (Il toro), protegido de Nanni Moretti; en Alessandro D'Alatri (Senza pelle) y en Mario Martone (Morte di un matematico napoletano, L'amore molesto).Y del taller de Nanni Moretti va a salir una verdadera sorpresa, La seconda volta, del director Mimmo Calopresti, afincado en Turín: una película única en el sentido de que consigue unir calidad y estilo, suspense y talento, mientras cuenta una historia relacionada con los años del terrorismo de izquierdas, que sigue siendo una herida abierta en Italia: exactamente la película que quiere ver incluso al espectador más sutil.Y no es azar que salga del taller de Moretti. Así es cómo se debe hacer un trabajo: con gente que piensa. Y Moretti, además de ser el director que todos conocemos, es hoy la única personalidad con carisma, energía y buen gusto necesarios para encamar la figura de los mejores productores de antaño, que cada día echamos más de menos.

Irene Bignardi es crítica cinematográfica de La República

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