El fin del mundo
¡Qué gente más horrible! El programa y la publicidad dicen que esta obra es "una sátira sobre Hollywood": pero el escenario, el lugar del suceso, el cine, no son más que un pretexto para simbolizar el mundo. Cuanto más intentan recoger un aire americano los actores masculinos, más españoles parecen, porque lo español en ciertos medios consiste ya en una especie de americanización desdichada y burda. Estos dos personajes son ejecutivos, hombres de negocios, capaces de levantar lo inmoral, lo torpe y feo, en un negocio de millones: en su propia riqueza, en su poder. El autor les ha hecho esquemáticos, lo cual no quiere decir: que no sean reales: pero más bien son una expresión de la ambición y de la actualidad.Uno de ellos se convierte. Por amor. En esta fábula aparece la famosa Doncella de tantas salvaciones teatrales o líricas, que inclina al ejecutivo a elegir bien: en un sentido ético y también estético. Se trata de dos guiones, uno tópico y grosero y otro que trata de la condición humana, incluso del fin del mundo, y del daño de la técnica, de cómo Dios parece haber elegido la electrónica para exterminamos. Es decir, insisto, un pretexto. La Doncella -en forma de secretaria nueva, jovencita- produce su conversión y hay una escena en la que ella tira de un lado, el compañero del otro, que parece un auto sacramental laico, o casi laico. El final es el adecuado: es decir, el malo. El Hombre colocado entre el bien y el mal llega a dudar de si el bien está realmente pagado por otra forma de mal: abandona el amor, la esperanza, la ética y la estética, y vuelve al Pecado. Elige el mal guión y el amigo ambicioso.
Métele caña
De David Mamet. Traducción: David Trueba. Intérpretes: Cherna Muñoz, Aitor Mazo, Beatriz Santana. Dramaturgia: Ronald Brouwer. Escenografía Y vestuario: José Luis Raymond. Dirección: Santiago Ramos. Festival de Otoño. Teatro de la Abadía, 14 de noviembre de 1995.
Toda esta reducción es válida: es teatro. Un teatro casi monologuista, como se está haciendo ahora tantas veces, en el que los personajes se expresan casi por discursos. El primer acto es de la preponderancia del hombre que luego dudará; el segundo es el de la Doncella; el tercero, el de la representación del mal (todos juntos apenas duran hora y media). La palabra es lúcida y aguda: la desintegración humana se va acentuando, haciendo brutal, y probablemente el fin del mundo cuyo relato Hollywood rechaza se está produciendo ya con esta manera que va a inducir al castigo bíblico de Sodoma y Gomorra.
La obra está bien representada, dentro de la reducción a lo español americanizado de los personajes: su machismo, su tono peleón, sus reacciones ante la hembra, su manera de conseguir los votos -o sea, la taquilla de los cines en este caso- y, por tanto, el poder y el dinero, los hacen Chema Muñoz y Aitor Mazo con un indudable realismo montado por el director Santiago Ramos. A mí me interesa más la joven actriz Beatriz Santana, no me refiero sólo al encanto físico, sino a la forma de interpretar. El público era favorable a todos, y lo manifestó durante y después de la representación.
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