La guerra del GIA
LA GUERRA del terror que el Grupo Armado Islámico (GIA) libra en Francia lo es tanto contra el Estado y la sociedad francesa como contra cualquier posibilidad de paz en Argelia. La explosión del martes en el metro de París, que causó numerosos heridos pero pudo haber degenerado en espantosa carnicería, trata de destruir cualquier barrunto de que los elementos más moderados del Frente Islámico de Salvación (FIS), el movimiento islámico mayoritario en el país, puedan volver a ser considerados interlocutores válidos del poder militar argelino. Arrastrar con ello a una violencia internacionalizada y sin cuartel al integrismo dialogante sería, entonces, su objetivo.El jefe del Estado argelino, general Zerual, que va a ser el candidato del poder en las próximas elecciones presidenciales, podría tratar, si triunfa, de reanudar el diálogo de paz con mayor legitimidad que ahora. El FIS no va a presentarse a esos comicios, que tacha de antidemocráticos, ejemplo que sigue la mayor parte de la oposición laica, pero no por ello dejaría de ser el único interlocutor verosímil para una pacificación futura. Por ello, el GIA libra esa locura de guerra en París y contra París, aplicando la criminal táctica del cuanto peor, mejor.
De un lado, fuerza a los servicios de seguridad franceses a extremar la presión contra la comunidad magrebí en Francia, a estigmatizar al norteafricano como sospechoso in péctore, reduciendo, así, la imagen de todo lo islámico a una carátula de terror; y, de otro, refuerza también, como reacción a los atentados, el apoyo del Gobierno francés a la junta militar argelina. Se trata, en definitiva, de crear un contexto en el cual no haya inocentes. Pero lo único que con su violencia sin fronteras consigue la facción radical del islamismo argelino es, si no justificar, sí hacer comprensible y soportable en Occidente el mantenimiento del poder militar en Argel.
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