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La última entrevista

Como a veces se tarda un buen rato en llegar a la fuerza a bien poco, tal vez quede prudente adelantar que me gustó muchísimo Victoria Abril en ese entrevistón publicado, hoy hace una semana, en Tentaciones. El entrevistador tuvo la sensatez, la astucia o la inocencia de reproducir con fidelidad una voz desusada, una voz que está que se sale en cuanto exige para sí misma, en defensa de todos, un mínimo de respeto. Era aquella insistencia armoniosa, hecha de desacato y firmeza, derroche y límite, valentía y decoro. La lengua desataba sus uñas justicieras. Y, al ahondar en la herida, la actriz pegaba el necesario aullido para recobrar el aliento previo, la respiración natural, aquello que tendría que darse por supuesto. Se lo escupía a la cara de quienes andan indignados por el asesinato de Anabel Segura, pero aún quieren saber si ésta llevaba puesto el sujetador (¿qué talla? ¿qué color? ¿qué marca?) en el instante del crimen. Y empleaba, ante esto y lo otro, una rotundidad afirmativa que en nada tenía que envidiar a la empleada por Marc Bloch cuando dijo que los hechos históricos son, por definición, hechos psicológicos. Sí, entre la actriz y Alfonso Rivera, su entrevistentador, tomó de pronto cuerpo la idea de transformar un simple dicho ("¡hasta aquí hemos llegado!") en un histórico hecho. Y así surgió una obra estimulante, interpretada a la perfección por Victoria Abril, que ahora no dudo en titular La última entrevista.Para que el título apunte al corazón de dicha obra, tampoco hay que ocultar la fascinación que sintieron por ese extremo otros muchos creadores: el último nabab, de Scott Fitzgerald; el último round, de Cortázar; el último hombre, de Blanchot: los últimos días de la humanidad, musitados por Karl Kraus; la última niebla, de María Luisa Pombal; el último cuadro, de Tarabukin; las últimas tardes de Juan Marsé con Teresa; las últimas cosas, de Umberto Saba; y, para terminar, aunque no del todo, la última cena de Leonardo con Luis Buñuel. También la última palabra, la de toda la vida, tiene abundante campo para hallar compañía entre lo último: mohicano, metro, tren, película, consejo, aviso, cinta, copa, oportunidad, noche ("quisiera olvidarla pero no he podido"), moda, Pompeya, los de Filipinas y, a la postre, el suspiro.

Sin pasar por Cristo ni por Marx, algunos artistas han sostenido que, en efecto, los últimos serán los primeros. Y han convertido cada obra, por si acaso, en epitafio inaugural. Dentro de la poesía suele darse una especie de apuesta o de fatalidad, consistente en hacer de cada poema el último. Por ejemplo, Bo Juyi, de la dinastía Tang, dejó escrito su último poema. El poeta, gravemente enfermo, se retrata tumbado en su cama, situada detrás de un biombo monocromo, exento de figuras o paisajes pintados. Se fija en el azul de una cortina y en la presencia de una estufa. Sus nietos, mientras tanto, le leen un libro. Y esas vocecillas se mezclan con el olor de la sopa y la agitación de los criados. Echa de menos un pincel para responder a las cartas de los amigos. Busca dinero en los bolsillos para las medicinas. Nada espera, salvo que todo lo descrito se evapore. Desea perder el norte, dormirse para siempre con la mirada puesta en el Sur.

En los momentos de desolación y hartazgo, la mirada busca albergue: un punto cardinal, un escondite, un secreto definitivo. En España, como dejara escrito María Zambrano, los exiliados sólo lograron encontrarlo en dos miradas consoladoras: la del Niño de Vallecas y la del Bobo de Coria. ¿Han nacido otros ojos? Ahora, cuando tanto se evoca el período de la transición española, tiende a olvidarse, a favor del discurso político, el rumor costumbrista que lo acompañara: destape, contrapeso. En buena lógica, La primera entrevista se celebraba entonces con una realizada a un popular conjunto musical. El entrevistador decía: "Cuando estáis en la cama con una mujer, ¿qué es lo que más os gusta que os haga?". Y un miembro de Los Chichos respondía: "De todo, menos que me meta el dedo en el culo". Desparpajo del cambio, que hacía de lo último un principio.

Cogimos carrerilla. Quisimos conocer pelos y señales, tallas y bufidos. Ahora llega Victoria Abril y nos para en seco.

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