Errores y espantadas
LO QUE motivó ayer la comparecencia del Gobierno ante el Pleno del Congreso fue el escándalo provocado por el hecho de que el presidente del Ejecutivo hubiera recibido en su despacho a alguien sospechoso de pretender presionar al poder legítimo. Era, por tanto, González quien debía haber acudido a dar explicaciones. A él correspondía la valoración de la entrevista, tanto si se trataba de una mera imprudencia o de un error político. La protesta de. la oposición estaba, por tanto, justificada, con independencia de si eligió el modo más adecuado para expresarla. Pero ese doble error del Gobierno no anula la existencia de la presión misma. Belloch prefiere no utilizar términos como chantaje o extorsión, pero agrega que los contactos se interrumpieron cuando alcanzaron términos cercanos a la presión inadmisible. Ha habido, pues, un intento de chantaje y unos presuntos chantajistas. Con nombre y apellido. Y ello es algo que tiene importancia en sí mismo, con independencia de lo graves que puedan ser las culpas de un Gobierno susceptible de ser extorsionado.Que la oposición no iba a aceptar una comparecencia diferente, a la de González era algo sabido; si pese a ello mantuvo el criterio de enviar a Belloch sólo puede ser porque al presidente le parecía menos costoso arrostrar el previsible escándalo de la oposición que el de responder a sus acusaciones. Por ejemplo, en relación a la entrevista mantenida con Mario Conde cinco meses después de la intervención de Banesto. Es posible que Gonzalez tenga poderosas razones para haber recibido a Conde primero y a su abogado después, pero esa presunción queda muy debilitada por el hecho mismo de su negativa a defenderlas ante el Pleno del Congreso. Que lo haga otra persona resta fuerza a esa defensa, y tal error se añade al que motivaba la sesión.
la protesta de la oposición es lógica; el modo de expresarla, discutible. Sobre todo, porque ha renunciado a explicar su propia posición sobre los dos aspectos que plantea la entrevista González-Santaella: la existencia de un Gobierno chantajeable (según la expresión compartida por el PP e IU) y la existencia de chantajistas. Los partidos de Aznar y Anguita han sido muy explícitos sobre lo primero, pero respecto a lo otro han pasado como sobre ascuas. ¿A quién temen irritar el PP e IU si hacen compatible su oposición al Gobierno con su rechazo a quienes tratan de condicionar la vida política desde fuera de los cauces democráticos?
Se comprende la indignación de la oposición contra un presidente que -como en su día él reprochó a Adolfo Suárez- se refugia en el burladero mandando salir a sus ministros. Pero no es del todo coherente denunciar el "desprecio de González al Parlamento," y salir a decirlo en los pasillos. Responder a la espantada con la espantada no es lo más pedagógico. Mejor habría sido incluir la protesta contra la actitud de González en su pronunciamiento parlamentario sobre el terna a debate. El plante de, la oposición sólo se justificaría -y aun así con reparos- frente a intentos de silenciar a las minorías, lo que no era el caso.
En cuanto a la comparecencia misma, Belloch reiteró que los contactos tenían por único objetivo recuperar los documentos presuntamente robados al Cesid; si el Gobierno no lo consiguió fue porque se negó a aceptar las exigencias de sus interlocutores. El argumento responde a la sospecha de que pudiera haber algún acuerdo bajo la mesa, pero no despeja las dudas sobre una disposición negociadora hacia Mario Conde. Que éste hubiera recurrido a un expresidente del Gobierno en difícil situación personal para transmitir sus mensajes amenazantes ya revelaba hasta dónde estaba dispuesto a llegar; razón de más para evitar cualquier sombra de chalaneo. Fue un grave error político recibirle en La Moncloa. Y otro, renunciar a explicarlo personalmente.
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