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Una vieja historia

Era inevitable. El centenario de la fundación del PNV ha sacado de nuevo a relucir el racismo de Sabino de Arana (1865-1903), negado por sus panegiristas más encendidos, confesado y disculpado por los más tibios, denunciado con mayor o menor vigor por sus detractores más o menos implacables. Al margen de quienes buscan ventaja partidista en el asunto, éste interesa ante todo como materia de estudio y de reflexión.Es corriente atribuir al nacionalismo de Arana, al menos en parte, la influencia del catalanismo que respiró en el ambiente de Barcelona entre 1883 y 1888. No es posible poner en duda esa influencia; pero no se ha demostrado que fuera decisiva, ni siquiera muy grande. El adolescente Sabino había sido "convertido" del carlismo al nacionalismo vasco, ya en 1882, por su hermano Luis, quien residió en Barcelona, con él y con el resto de la familia, durante esos cinco años para terminar sus estudios. El ambiente doméstico bastaba para alimentar el fervor y la constancia con que Sabino estudió allí la lengua vasca y varias disciplinas relativas a ésta y a su pueblo, al margen -la mayor parte del tiempo- de la Universidad.

Leía el catalán, del que tradujo varios pasajes en su labor periodística; pero en el larguísimo índice onomástico de sus voluminosas Obras completas no hay mención, por ejemplo, de Verdaguer o de Maragall, ni tampoco de autores de las obras de más sustancioso contenido catalanista de los decenios de los ochenta y los noventa, tales como Torras y Bages, Prat de la Riba o Almirall. El libro fundamental de este último, Lo catalanisme, que apareció viviendo él en Barcelona, contiene, por cierto, entre otras cosas, el intento más notable de basar el catalanismo, con criterio racial, en la herencia biológica (aunque no sólo en ella). Precisamente, el rasgo más diferenciador que Arana señala en el catalanismo, respecto de su nacionalismo vasco es que aquél aspira a que "todos los demás españoles establecidos en su región hablen catalán; para nosotros sería la ruina el que los maketos residentes en nuestro territorio hablasen euskera Porque la pureza de la raza, es, como la lengua, uno de los fundamentos del lema (sic) bizkaino, y mientras la lengua [...] puede restaurarse aunque nadie la hable, la raza, en cambio, no puede resucitarse una vez perdida. Por eso, si nos dieran a elegir entre una Bizkaya poblada de maketos que sólo hablasen el euskera y una Bizkaya poblada de bizkainos que sólo hablasen el castellano, escogeríamos sin dubitar esta segunda". Para él, la raza es la "sustancia"; y la lengua, no más que una de las "propiedades que nunca podrían cambiarla".

No fue, pues, del manantial catalanista de donde Arana bebió su racismo; ni tampoco del de ciertas opiniones científicas, más o menos en boga hace un siglo y que permiten afirmar que, en la Europa culta de entonces, predominaba la convicción de que el género humano se divide en razas superiores y razas inferiores. Esta convicción, flotante en el ambiente de la época, contribuyó sin duda a dar alas al racismo araniano (y a tantos otros); pero en vano buscaremos la prueba de que este racismo tuvo sus raíces en tales opiniones científicas. Nada autoriza a suponer que Arana o sus inmediatos colaboradores leyeran a Gobineau; o al británico Galton, fundador del eugenismo; al alemán Ammon y los franceses Broca y Vacher de Lapouge, padres de la antroposociología, socioantropología o como queramos llamar a aquel intento, deliberado o no, de proporcionar al racismo moderno una base científica; ni, mucho menos, al inglés alemanizado y pangermanista Houston Stewart Chamberlain, cuyas Grundlagen des 19. Jahrhunderts (Los fundamentos del siglo XIX: libro aparecido en 1899 y nunca traducido -que yo sepa- al español, pero sí al francés y otras lenguas) causaron sensación y abrieron la vía que condujo a la aberración de Rosenberg en su Mito del siglo XX (verdad es que era muy difícil casar aquella exaltación de lo indoeuropeo o ario con la de un pueblo como el vasco, cuyo idioma originario no es indoeuropeo).

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El antropólogo Telesforo de Aranzadi (1860-1945) sí que conoció y comentó a la mayoría de estos autores, e investigó y escribió sobre antropología y, etnografía vascas; pero Arana no le cita en sus escritos, ni menciona su trabajo El pueblo euskalduna, premiado en 1891 por la Société Anthropologique de París y al cual siguieron otros, siendo valiosísima su contribución (sólo parcialmente posterior a la muerte de Arana) a la identificación y diferenciación del tipo humano llamado "pirenaico-occidental", es decir, vasco; pero sin considerarlo, -salvo error por mi parte- superior a sus vecinos. Para creer en esa superioridad no hacían falta estudios antropológicos. Semejante creencia venía, en tierra vasca, de muy atrás; el nacionalismo vasco era su heredero, no su antecesor; y se hallaba bien arraigada en las mentes, en las costumbres y en las leyes, inspirando dos prestigiosas instituciones forales: la hidalguía universal y la limpieza de sangre".

Estas instituciones, además de preciosas para sus beneficiarios (y altamente estimadas por Arana), fueron admiradas con envidia, durante siglos, por cuantos, en el resto de España, compartían las opniones predominantes bajo el llamado "antiguo régimen": las de quienes aplaudían la tirada de versos que, en su drama La prudencia en la mujer, puso Tirso de Molina en boca del señor de Vizcaya, don Diego. López de Haro, para hacer la apología del que este personaje llama "mi Estado". Entresaco de ella estos cuatro:

"Un nieto de Noé le dio nobleza; / que su hidalguía no es de ejecutoria / ni mezcla con su sangre, lengua o traje / mosaica infamia, que la suya ultraje".

Los dos primeros resumen el mito del origen -en el bíblico Túbal- de la hidalguía universal (que en Guipúzcoa y Vizcaya se remonta al siglo XV de nuestra era -lo que tampoco es cosa baladí-, en Álava es posterior, y en Navarra sólo es universal en algunos sitios). En los dos segundos se exalta la "limpieza de sangre" mediante un furioso desahogo antisemita: Vizcaya está limpia de elementos judíos ("mosaicos") que, de haberse hallado presentes, la habrían infamado y ultrajado. Y así, "por quanto todos los dichos Vizcaynos son Hombres Hijos-Dallo y de Noble Linaje é Limpia Sangre", su Fuero dispuso en 1526 que "los nuevamente convertidos de judíos y moros, ni descendientes, ni de su linaje no puedan vivir ni morar en Bizcaya": prohibición motivada no por la religión (en cuyo caso sólo afectaría a los no bautizados), sino -como acertada y complacidamente sostenía Arana- por el empeño en mantener lo que hoy", decía éste, "llamamos pureza de raza"; como lo prueba el que la exclusión afectase también a los descendientes y se aplicase, por extensión, a negros, indios y otras razas exóticas. A su vez, en el Fuero de Guipúzcoa se motivaba en 1510 idéntica prohibición en los términos siguientes: "Porque la limpieza de los caballeros hijos dalgo [guipuzcoanos] no sea ensuciada con alguna mixtura de judíos o moros o de alguna raza de ellos ni, su valor y esfuerzo ingénito [...] se venga a enflaquecer y disminuir con mixtura de linaje de gente naturalmente tímida y de poco valor".

Esta visión racista ha teñido los espíritus durante siglos en amplias zonas de Vasconia, limitándose el aranismo a prolongarla y a darle un carácter antiespañol provocado en buena medida por el hecho de que, además de numerosos alaveses y navarros, la casi totalidad de quienes se habían instalado hasta hace un siglo en Vizcaya y Guipúzcoa, después de abolida la obligación de acreditar hidalguía para avecindarse, procedían de otras tierras españolas; y es de notar que, mientras ese racismo no se volvió contra España ("nación enteca y miserable" la llamó Arana en su famoso discurso de Larrazábal, y reiteró éstos o parecidos adjetivos en otras innumerables, ocasiones), no fue rechazado por los espíritus apegados a la tradición hispánica, admiradores incondicionales de la España dorada -y adorada- de los siglos XVI y XVII que prodigaba vejaciones a los descendientes de "cristianos nuevos" y exigía limpieza de sangre" para ocupar un número creciente de puestos de responsabilidad en el Estado y en la Iglesia, para no decir nada de los lazos que vinculaban la esclavitud a la raza.

Y ni siquiera ha sido unánime el rechazo de los tradicionalistas. Hace poco, en 1963, uno de ellos -el malogrado profesor Francisco Elías de Tejada- publicaba El Señorío de Vizcaya (libro apasionado y eruditísimo, modelo de rigor documental, ya que no de otros rigores), donde leemos, sobre la derogación de las disposiciones racistas por la entrada en vigor de la Constitución de Cádiz: "La hidalguía vizcaína, timbre de tantas glorias, abría la mano a judíos, moriscos y sangres de cualquier ralea". Arana no escribió, pues, sino un capítulo más de la que, en su tiempo, era ya una vieja historia racista muy propia de Vasconia, como, también, del resto de España. Amén de otras naciones (flor y nata, algunas, de la civilización) cuyos hijos han continuado escribiendo nuevos capítulos.

José Miguel de Azaola es escritor.

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