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La mala noche de Pavarotti

Qué pena Luciano Pavarotti, a punto de devolver las amígdalas cada vez que se acerca al agudo. Sobre todo, porque podría haberlo evitado. Era previsible que su concierto de Módena, Pavarotti and friends, con Bono, Dolores, Meat Loaf y otras figuras del rock, le llevara a eso. No saldría mejor parado el gran Miguel Induráin si empleara sus dotadas piernas para emular al difunto Nureyev en El lago de los cisnes ni Arancha Sánchez si se empeñara en deleitarnos con piruetas y cabriolas como Pinito del Oro.Es difícil encontrar un parangón a lo que ocurrió en Módena el martes por la noche. Por la cantidad de buena voluntad explícita y la coartada de la guerra en Bosnia como base del acontecimiento, viene inmediatamente a la cabeza el otro espectáculo que dio Juan Pablo II el pasado sábado en Loreto. Pero de la comparación resulta indudablemente aventajado el Pontífice, protagonista implícito, sobrio y veladamente crítico del primer e histórico videoshow de variedades religiosas concebido y realizado para un público masivo.

¿Cómo calificar el show de Módena? Tacharlo de kitsch sería tan inadecuado como llamar hemorroides a una sarna de los cuartos traseros. Fue simplemente una horterada. De tal calibre que debe mover a la compasión por cuantos lo sufrimos en Eurovisión y hasta por los voluntariosos que lo siguieron en directo, un público mitad endomingado y mitad de jóvenes convencionalmente desenfadados en el que sólo se reconocía el rostro tópico de lady Diana de Gales, por mucho que la presentadora repitiera hasta tres veces que aquello estaba lleno de figuras de la sociedad, las letras y las artes.

Poco importa que Miss Sarajevo, anticipo del próximo álbum de U2 y canción central del espectáculo, sea un tema más que digno, con futuro, en el que la alternancia de los coros cantados por Bono, Brian Eno y The Edge con la bella voz impostada de Pavarotti llegó a tener un valor expresivo. Eso sólo volvió a ocurrir en el tema sucesivo, Cosi celeste, que el gran tenor de Módena cantó con Zucchero cuando la cadencia sensiblera del show había sido ya tan reiterada que la música resultó empalagosa como el nombre azucarado del bluesman italiano.

Sobre el resto sería piadoso correr un tupido velo. Pero informar es deber. Un Simon Le Bone con aires de haberse preparado a fondo para sustituir a Ugo Tognazzi en La jaula de las locas cubrió de falsetes desangelados la voz de Pavarotti en Ordinary world antes de arruinar la intervencion de Dolores O'Riordan por el mismo método. Claro que el dúo de la cantante de Cranberries con el gran Luciano tampoco fue manco. Seguro que no ha existido fiesta familiar ni de colegio en la que se haya oído una versión tan penosa del Ave María de Schubert. Cabe suponer que en todos estos casos resulte imprescindible repetir en el estudio partes del disco grabado en directo durante el espectáculo, porque no habrá suficientes filtros ni ecos capaces para empastar las voces y disimular tanto desaguisado.

Queda luego el apartado de las fusiones audaces y de los encuentros divertidos. Pavarotti canta el rap quiere decir que el tenor entona la Mattinata de Leoncavallo sobre una percusión electrónica con la premura de quien mastica chicle, mientras el juvenil Jovanotti desgrana rimas tan dinámicas como "penso positivo perché sono vivo, perche sono vivo". Pavarotti y Meat Loaf se alternan luego, sin encontrarse nunca, en versos de Torna a Sorrento, hasta que el carnoso norteamericano es sustituido por Michael Bolton, el único spinto de los cantantes ligeros, que se reparte con Pavarotti un Vesti la giubba que nunca fue tan de payasos.

Inexistente el dúo del tenor con Chieftains, perdidos en la orquesta de un Funiculi funicula que dio la triste prueba de que Pavarotti no recuerda una palabra de la letra de una canción que empezó a entonar cuando le salían los dientes. Y como colofón, el estreno de The bridge is broken, en recuerdo del puente de Mostar y en una versión que, es de esperar, sea irrepetible. Las estrellas no se la habían aprendido ni ensayado.

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