El derecho a la felicidad
"Fui educada en la creencia de que si trabajaba duro y era una buena ciudadana tendría derecho a la felicidad", confiesa Laura (Arquette), una médica norteamericana convulsionada aún por el reciente asesinato de su marido y su hijo pequeño. "Pues aquí la felicidad es un bien tan escaso que cuando se recibe resulta siempre breve", le contesta U Aung Ko, profesor universitario represaliado y exiliado en la ficción y en la vida.Ambos expresan la sabiduría de vida de dos de los polos más alejados de la realidad mundial: el saludable, orondo primer mundo, y el maltratado, marginal país que, lejos de los grandes flujos informativos, vive aún hoy una dictadura que parece salida de otro tiempo.
Más allá de Rangún (Beyond Rangoon)
Dirección: John Boorman. Guión: Alex Lasker y Bill Rubenstein. Fotografía: John Seale. Música: Hans Zimmer. Producción: Sean Ryerson para Castle Rock. EE UU, 1994. Intérpretes: Patricia Arquette, U Aung Ko, Francoes McDormand, Spalding Gray, Adelle Lutz. Estreno en Madrid: cines Bristol, Vergara, Ciudad Lineal, Palacio de la Prensa, Excelsior, Plaza Aluche, Renoir Plaza de España (VOS).
La acción, basada en experiencias personales, transcurre en Birmania en 1988, el año de las grandes oleadas represivas con que la dictadura militar, más de 30 años en el poder y sigue, castigó los intentos de democratización exigidos por amplias capas de la población, al frente de las cuales está aún hoy Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la Paz en arresto domiciliario. Muertos varios miles, más de dos millones de birmanos huyeron de las ciudades a la selva o hacia Tailandia, en un éxodo que, como recuerda la voz en off de la protatonista no tuvo las cámaras de televisión de Tiananmen para registrar la atrocidad de la represión contra el movimiento democratizador.
Más allá de Rangún parece nacido para ser ese mensaje en imágenes a Occidente que no se produjo en aquella fecha, ni tampoco un año después, cuando Aung San fue recluida bajo arresto y siguieron las matanzas. Es, como Bajo el fuego, en el caso de Nicaragua; Missing, en el del Chile de Allende, o The Killing Fields, en la Camboya de los jemeres, un llamado a la solidaridad internacional a partir de la peripecia individual de una extranjera sola y aislada en un medio que no conoce, inmersa en un contexto social y político que le es completamente extraño; un personaje que, como Antígona, es una mujer que se alza contra la violencia y la injusticia de los hombres. Y lo hace en nombre de valores que aspiran a ser los de todos: pacifismo, libertad, solidaridad, democracia. Una mujer que, además, se descubrirá curada de sus males individuales cuando se reconozca en una causa colectiva, una lección que no se asoma demasiado por las pantallas contemporáneas.
Por una causa
John Borman, el director de estupendos filmes entre la acción -A quemarropa, Excalibur-, la memoria personal,-Esperanza y gloria- y la reflexión sobre valores similares a los aquí defendidos -Infierno en el Pacífico, La selva esmeralda-, se pone al servicio de una causa. Su conocido talento se traduce en la elección de un continente capaz de albergar una odisea para todos los públicos, motivo de ser y talón de Aquíles de los filmes de denuncia. Éste muestra un continuo de secuencias de acción bien resueltas y espectaculares, la elección de elementos recurrentes que remiten a una simbología más compleja, como el agua que simboliza tanto el renacer de Laura como el flujo incesante del tiempo y la historia, y un excelente trabajo de actores, entre los que destaca Patricia Arquette, en un cambio de registro que demuestra su versatilidad: todo lo que tiene de creíble la historia reposa sobre su caracterización de americana despistada, pero no tópica.Es una lástima que, por no defraudar al público, Boorman consienta en determinadas blanduras -como el final- que no desmerecen el juicio global positivo.
Babelia
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