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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El nazismo en su momento

Hay -¿hubo?- un teatro donde lo que pasaba en el escenario ocurría simultáneamente en la vida. La metáfora del espejo ante el público. No otra cosa hizo Brecht: alabear los espejos para que la deformación de lo que llamamos la vida real -las relaciones entre personas y las explotaciones de sus diferencias ocasionales o históricas nos basta para decir que es la "vida"- fuese más visible aún: teatraImente, con la ironía y el dolor y la miseria. Con la escritura.Esta obra que inicia en Madrid la temporada Brecht cuenta lo que estaba sucediendo en un momento de horror y miseria. Cuando se cita el bombardeo de la Legión Cóndor acababa de suceder, habría otros: el público mundial de 1939 lo sabía, como sabemos ahora de Gorazde o Sarajevo. Más: porque era una premonición de lo que iba a suceder en Europa. Y esta obra alertaba. La escribía Brecht por trozos cuando era un fugitivo por Europa; luego fue a Estados Unidos, y allí le agarró el nuevo fascismo en su forma anticomunista (el imperio de McCarthy), a Suiza, de donde no sin dudas volvió a Berlín, República Democrática Alemana, con un premio Stalin, adviértase, de la paz, no de literatura; y quizá hubiera tenido que huir de sus propios camaradas si no hubiera muerto.

Terror y miseria del III Reich

De Bertolt Brecht (1939). Traducción de Miguel Sáenz. Intérpretes: Chete Lera, Miguel Hermoso, Ana Marzoa, Helio Pedregal, Francisco Merino, Chema de Miguel, Raúl Pazos, Ana Labordeta, Roberto Enríquez, Pedro García de las Heras, Alicia Agut, César Sánchez, Sonsoles Benedicto, Blanca Pórtillo, Julián Ortega, Marta Rodrigo. Iluminación: Juan Gómez Comejo. Véstuario: Pere Francesch. Escenografía: Cristoph Schubiger. Dirección: José Pascual. 7 de septiembre de 1995. Centro Dramático Nacional (Sala Olimpia de Madrid).

De todo este viaje de toda una capacidad de absorber enseñanzas, de la vida y los maestros (Meyerhold), de la fámilia burguesa, de sus carreras frustradas y su enfermería en la guerra, y la República de Weimar, y del agitprop, y del marxismo, hizo Brecht una obra larga y limpia. Y unas teorías, que más vale olvidar como textos de ensenanza.

Brutalidad sin límites

Esta obra está compuesta de 20 fragmentos; unidos, pueden formar parte de su teatro epico; uno a uno son piezas dramáticas clásicas. No es un teatro político en el sentido de la teoría y la doctrina: lo es en el relato de una brutalidad que no tenía límites y que va desde el panico a la denuncia hasta la cuestión judía, desde el apaleamiento del sospechoso hasta la gran intervención en la guerra de España.Reanudo: era un teatro de su día. Ahora es un testimonio, un documento. El que se escribe hoy sobre el tema es una reflexión: la última obra de Arthur Miller (Cristales rotos) cuenta el problema judío, el exilio, el terror y la miseria del III Reich desde el recuerdo y la deformación y formación de unos personajes que también están en la vida al tiempo que en el teatro. Es lógico que en el sentido de entrar en nuestro tiempo de herederos, sea más interesante ver a nuestro contemporáneo Miller que a nuestro antepasado Brecht. Sin contar ciertas antigüedades, o ciertos arcaísmos de tempo: que es larga y reiterativa como entonces parecía necesario: y es indudable que en este importante aspecto el traductor correcto y expresivo y el director que acepta la dramaturgia escrita por el autor tienen un respeto ejemplar. Quizá lo más brechtiano del espectáculo sea el escenario de dos paredes, con el público distribuido ante lo que serían la tercera y la cuarta, vieja lucha contra el escenario a la italiana. La escenografía es breve, para los cambios; y la interpretación, generalmente realista, a veces tan melodramática como se necesita -Ana Marzoa-, otras irónica y socarrona -Francisco Merino-, naturalista a lo Benavente -Alicía Agut-, o cínica y dura -Helio Pedrego-. No hay disfunciones: cada uno de los cuadros requiere lo suyo, y el conjunto de actores lo consigue, con los fallos inevitables de un reparto tan largo

Quizá el público hubiera preferido alguna brevedad mayor, teniendo en cuenta que la remodelación de la Sala Olimpia, no se ha hecho a su favor. No se si, como decía Althusser, Ia obra [no ésta: el conjunto de Brecht] comienza cuando termina, es decir, cuando el público tiene que continuar actuando en la "vida real". En su nota al programa, Álvaro del Amo dice bien, que perdura "la sucesiva presencia numérica de la misma barbarie con otros nombres de pila" o que "Ia bestia continúa parda en muchos frentes repartiendo con generosidad terror y miseria". En todo de acuerdo: pero quiza nos esté faltando el teatro del día, el de lo que está sucediendo. Podría desviarme aquí hacia el cálculo de como son las alotropías del fascismo de hoy: pero se me desmandaría la crítica.

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