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La flotilla de Greenpeace prepara su segundo asalto

Enric González

El Manutea llegó ayer al atolón de Mururoa. Fuera de combate el Rainbow Warrior y el Greenpeace, el Manutea se ha visto convertido en el buque insignia de la maltrecha flotilla para la paz. Es un velero de 30 metros y dos palos fletado por Greenpeace EE UU y cuenta con el único transmisor vía satélite que queda a la flotilla después de que la Marina francesa destrozara a mazazos los equipos de comunicación de los barcos apresados.

"Hay que estar en Mururoa lo antes posible. Lo siento, pero habrá que navegar contra corriente", declaró el patrón del Manutea. Eso supuso para la frágil embarcación tener que afrontar olas de hasta 10 metros.

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Primer choque

Greenpeace cambia de buque insignia en Mururoa

El viernes por la noche, horas después del primer choque entre Greenpeace y la Marina francesa, el Manutea celebró una breve fiesta. Era el cumpleaños de Charly, primer ayudante, y Bonnie -cocinera y compañera del homenajeado- horneó tres pasteles distintos. "No se exige etiqueta, salvo asistencia del almirante francés. En ese caso, se ruega trajes oscuro y máscara antigas", bromeó Charly, un veterano marino inglés.El Manutea partió de San Francisco (EE UU) el 8 de agosto y llegó a Nuku-Hiva (islas Marquesas) 20 días después. El primer tramo fue penoso por falta de viento. Después de Nuku-Hiva, donde subieron a bordo cuatro periodistas, el problema fue el contrario: demasiado viento, siempre en contra, y un mar embravecido.

"Este será un viaje memorable", había dicho Paul Brown, el prestigioso especialista en ecología del diario británico The Guardian. Brown sabía lo que se decía, porque ya había hecho otros viajes similares. Apenas unas horas después de soltar amarras, Brown y los demás permanecían cabizbajos y mudos en popa, masticando el mareo.

"Hay que estar en Mururoa lo antes posible. Lo siento, pero habrá que navegar contracorriente", anunció Brat, el patrón del velero. Eso significaba, según descubrieron poco a poco los atribulados periodistas, romper todas y cada una de las olas, cabecear y caer desde 10 metros de altura cada 15 segundos aproximadamente, dejar la cubierta a merced de los azotes del oleaje y vivir en una permanente inclinación de 20 grados: babor rozaba el nivel del mar, mientras estribor era un balcón colgado en lo alto. Los ojos de buey no eran herméticos y varias literas se inundaban cada noche.

La disciplina impuesta por Brat iba más allá del tipo de navegación. También regía los aspectos más íntimos de las personas a bordo. "Nuestra reserva de agua es limitada proclamó. "No sabemos cuánto tiempo tendremos que permanecer alrededor de Mururoa, y de allí no podremos aprovisionarnos. El agua, por tanto, es exclusivamente para cocinar y para beber". Con esa frase fatídica, el patrón eliminó toda posibilidad de lavarse, afeitarse o incluso cepillarse los dientes con dentífrico. "Los dientes pueden frotarse con sal", aconsejó.

A su llegada a Mururoa, cinco días después de partir de Nuku-Hiva, la tripulación y el pasaje eran una áspera sombra de sí mismos. "Esto tiene más que ver con el triatlón que con el periodismo", se quejó Gerd Schuster, corresponsal científico de la revista Stern, cuyos dos metros de estatura apenas cabían en los estrechos intestinos del Manutea. "Acaso, si nos detienen los franceses, nos lleven a una cárcel con ducha", significó Sara Gandolfi, enviada del diario Corriere della Sera. Este enviado especial suscribía por completo las opiniones, deseos y exabruptos de sus cariacontecidos colegas.

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