De juzgado de guardia
Una corrida de juzgado de guardia. Una estafa como la copa de un pino, un fraude con alevosía, una burla y un engaño insoportables; una desvergüenza que exigiría que alguien -el juzgado de guardia, por ejemplo- determinara responsabilidades por un atraco tan burdo a los espectadores.Los seis toros del Marqués de Domecq no eran blandos ni mostraban invalidez; estaban enfermos, borrachos, drogados o apaleados. No era su comportamiento la consecuencia de la falta de fuerzas o de casta, sino inducido por causas extrañas. El primero saltó al ruedo y se echó tres veces antes de entrar al caballo; el sobrero, del mismo hierro, rodó sin rubor por la arena. El segundo padecía, etílico, y también fue devuelto; el segundo sobrero, más sobrio, fue muy manso. Los cuatro restantes no se mantenían en pie, querían morirse allí mismo y se despanzurraban como bultos inertes en la arena. Los cinco primeros no fueron picados, y la suerte de banderillas se convirtió en un bochornoso simulacro.
Domecq / Espartaco, Sánchez, Rivera
Toros del Marqués de Domecq (1º y 2º, devueltos), sospechosos de afeitado, inválidos y presuntamente enfermos o drogados; el 2º sobrero, de Cebada Gago, manso.Espartaco: bajonazo y un descabello (ovación); estocada corta y dos descabellos (silencio). Manolo Sánchez: media y un descabello (oreja); estocada corta (oreja). Rivera Ordóñez: estocada corta (vuelta); dos pinchazos y estocada baja (palmas). Plaza de Almería, 25 de agosto. Quinta corrida de feria. Lleno.
No hay derecho a semejante desvergüenza. No es justo que estafen a esta afición con tan evidente descaro. Y el problema, claro, es que, finalizada la corrida, se acabó la rabia; muerto el toro, cada uno a su casa y hasta la próxima. Hasta la propia autoridad, desconsolada, mostraba su desconfianza ante el resultado de los análisis de las vísceras de los toros lidiados y sus posteriores consecuencias.
Resulta difícil entender cómo una figura del toreo como Espartaco, que elige ganadería e impone condiciones, no es el primer interesado en averiguar qué les pasaba a los toros, y prefiere perderse en el silencio y manchar su brillante historial con tan oscuro espectáculo. Resulta lamentable comprobar cómo todos -desde la autoridad hasta los toreros- son cómplices de la estafa y permiten tamaño desafuero. ¿Dónde está el honor del ganadero Marqués de Domecq? ¿Dónde la dignidad del empresario? ¿Dónde la de Rivera Ordóñez?
Lo que ocurrió en el ruedo no resiste unas palabras a excepción de la labor de Manolo Sánchez, muy decidido, aunque estuvo toda la tarde con la directa puesta, con una sorprendente celeridad que desdibujó su animosa actuación. Espartaco y Rivera Ordóñez ejercieron de celadores de hospital para evitar que sus toros no se cayeran de la camilla. El veterano, muy desangelado; el joven, valiente, pero cómplice, al final, del bochorno.
Babelia
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