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"Entre las ruinas de mi inteligencia"

El 5 de mayo de 1994 Juan Alberto Belloch fue nombrado ministro de Justicia e Interior. Ese día, Baltasar Garzón era secretario de Estado del Plan Nacional sobre la Droga, mientras José Amedo y Michel Domínguez cumplían condena en la cárcel de Guadalajara por el caso GAL.Catorce meses después, Garzón, reasumida su condición de juez, ha convertido en presidiarios de variada duración a un ex dirigente socialista, policías diversos, dos altos mandos de la lucha antiterrorista y a los dos máximos responsables de la seguridad del Estado de esta etapa de gobierno. Un ministro de Felipe González, José Barrionuevo, tiene medio cuerpo atrapado en la gatera del procesamiento y el incontenible desagüe del asunto GAL amenaza la propia supervivencia de González.

Poco después de aquel 5 de mayo se decidió no seguir financiando el silencio de Amedo y se le concedió el tercer grado penitenciario para que se aliviase trotando por la ciudad. Amedo no optará nunca a una cátedra de metafísica -tampoco de ética-, pero no consta que sea imbécil profundo. De manera que un sujeto de su catadura, dotado de memoria y con la facultad del habla intacta, se fue a ver a Garzón y ha logrado el matrimonio más fecundo de la historia procesal reciente.

Además, se dio entrada a un periódico hasta la intimidad del dormitorio judicial y se han retransmitido, para general conocimiento y progresivo sobresalto, los momentos más abrasadores del idilio. Jurídico-penal, por supuesto.

Amedo está en libertad. Concede entrevistas de modo selectivo, amenaza a casi todos, contonea en los pubs su perfil de bravucón y tiene en jaque a piezas muy notables de la jungla socialista.

Así de sencillos son los datos, vistos desde fuera. Cualquier político castizo -sector guerrista, desde luego- podría resumirlos con un dicterio fulminante: ¡pues hemos hecho un pan como unas hostias!

En esos 14 meses-han sucedido más cosas. Belloch logró meter en la cárcel a Luis Roldán y el escándalo que propició el suceso arrasó la mejor coartada moral que ansiaba el Gobierno, en sus protestas regeneradoras contra la corrupción.Un repaso somero muestra que cada actuación conocida del ministro ha provocado un formidable terremoto que ha zarandeado al Gobierno y ha llevado el temblor hasta la puerta misma del despacho de[ presidente.

Claro que fue Felipe González quien le encomendó limpiar la casa. Todo sugiere que el ímpetu desinsectador de Belloch y la potencia limpiadora del detergente amenazan, no ya la integridad de los muebles, sino la de los propios inquilinos del, edificio.

Por otra parte, tareas de desinfección se llevan a cabo a diario. En cualquier hotel los baños presentan una banda de plástico que garantiza al cliente la asepsia de los sanitarios. Pero no hay constancia de: que ningún empleado del propio establecimiento haya intentado la labor mientras el gerente del negocio está sentado en el bidé.

Esta obsesión por lo impoluto fue muy jaleada pero, si se sopesan los logros, alguien puede pensar que pronto no habrá ni azulejos en la pared del Gobierno para la definitiva prueba del algodón.

O que un juez, temporalmente -dice-dedicado a la política, pueda agitar el algodón como mueca personal de pureza democrática y nos espete antes de regresar al estrado: misión cumplida, "entre las ruinas de mi inteligencia". Si es que Gil de Biedma consintiese que se atropelle su verso para asuntos tan de prosa.

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