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Corriendo por Estafeta

Durante el encierro, el organismo recurre a todas sus reservas

A las siete y media de la mañana se produce el primer temblor de piernas. Alcanza tal grado que no todos lo resisten. La policía va recorriendo la calle de la Estafeta para despejarla. O se va uno fuera y presencia el encierro desde el vallado o rebasa la línea policial para correrlo desde la plaza del Ayuntamiento. Quien da el paso al frente lo hace con el corazón a cien.Son las ocho menos cuarto. Hay que permanecer en pie, entre la multitud de corredores (unos 1.800), en el espacio comprendido entre el Ayuntamiento y la cuesta de Santo Domingo, apenas trescientos metros. Empiezan las cuentas: los toros llegan aquí en medio minuto, la plaza está a unos quinientos metros, o sea, que, si uno empieza a correr en cuanto suene el cohete, es alcanzado por la manada en plena Estafeta, unos doscientos metros más allá.

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Otra opción: esperar a que lleguen los toros y. correr con ellos hasta Estafeta. Pero hay un problema. Pasan todavía tan frescos que no hay quien resista su ritmo.

Bien, pues lo que se puede hacer es salir corriendo antes del cohete y aguardar al final de Estafeta, para hacer la entrada a la plaza delante de los toros. Sí, es lo mejor. ¿Pero dará realmente tiempo? Comienzan de nuevo las dudas. ¿Y qué tal lo de bajar a Santo Domingo? En la cuesta los toros van tan rápidos y agrupados que no se fijan en la gente.

De pronto, una potentísima luz comienza a cegar a los corredores. Es la del sol, que se asoma sobre las buhardillas de la calle de los Mercaderes, señal inequívoca de que el encierro está a punto de comenzar. Faltan cinco minutos.

"A San Fermín pedimos, / por ser nuestro patrón, / nos guíe en el encierro / dándonos su bendición". Entre el, bis, los vivas y los goras se va medio minuto. Como éste ha sido el segundo cántico de los tres -el primero, a falta de cinco minutos; el segundo, de tres, y el tercero, de uno- quedan dos minutos y medio para la suelta de los toros. Hay que subir corriendo otra vez hasta el Ayuntamiento, porque de lo contrario el encuentro con los toros va a ser en la cuesta. Allí pasan rápidos y no se fijan, pero también hay una leyenda negra escrita a base de sangre. El gentío impide avanzar rápido. Imposible alcanzar la cabeza del grupo de corredores. Los primeros ya corren hacia la plaza, por medio de Estafeta, una vez abierto el cordón policial. Ya no hay tiempo ni de pensar. Menos de un minuto. Imposible escapar. Hay que correr o buscar en cuanto se pueda el vallado. Pero estará lleno y habrá que aguantar el paso de la manada a cuerpo gentil. Suena un cohete. Se ha abierto el corral. El corazón se sale por la boca y las piernas tiemblan.

Luego se piensa. ¿Cómo es posible correr con las pulsaciones a 170-190, que es la frecuencia máxima cardiaca y, por tanto, rozando el agotamiento? Pues se puede, ¡vaya si se puede! El organismo recurre a todas sus reservas para rendir al 110%. Escuchado el chupinazo, todas las fuerzas se concentran en correr. Un segundo cohete indica que la totalidad de la manada ha abandonado el corral. Esta vez ha tardado mucho, nada menos que 15 segundos. Mejor, se dispone de mayor margen de maniobra.

Un toro abre la manada. Va tan rápido que supera a los cabestros. Tarda 27 segundos en hacer carne. Daring Boring, estadounidense, de 21 años, corre Santo Domingo arriba corno un pos6o. Va por el centro de la calzada y no mira para atrás. El toro le alcanza y se lo quita de en medio. Le mete el cuerno por detrás del muslo, pero, como su intención no era coger sino apartarlo, apenas le penetra uno 51 centímetros. Pronóstico menos grave.

En 36 segundos los toros pasan por el Ayuntamiento. A los 48 segundos entran en Estafeta. En menos de un minuto recorren toda la calle y sobrepasan a quienes, ate rrados, encogen la tripa apoyados en las paredes. Hay golpes y carreras. A los dos minutos tres toros llegan a la plaza; los otros tres se han ido quedando por el camino, por las caídas. El último tarda 45 segundos en recorrer los cincuenta metros postreros. Su invalidez le impide acertar en los derrotes. Las cornadas que lanza se pierden en el vacío; los mozos, esta vez, han sido más rápidos. Pero hay uno que queda tendido en el suelo. Al guna res le ha pisado la cara. Es el único herido grave del encierro: Mikel Auza, de 22 años, con traumatismo craneoencefálico y doble fractura frontal.

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