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Hacia un mundo tripolar

Estos últimos años, la construcción europea se ha visto obstaculizada al mismo tiempo por la divergencia de las respuestas nacionales a las dificultades económicas y por el éxito de una mundialización que parecía imponerse tras la caída del Imperio soviético. ¿Por qué reforzar Europa cuando el GATT defendía la apertura del comercio mundial? e vivieron unos años durante los que nada parecía poder oponerse a un liberalismo total, que, por lo demás, estaba asociado a diversas formas de populismo o de nacionalismo -especialmente en EE UU Y el Reino Unido, y sobre todo en los nuevos países industrializados de Asia- y se extendió a Italia durante la victoriosa campaña electoral de Berlusconi y Fini.Cuando la apertura económica rompió el vínculo que unía la política económica y la política social y todos los países adoptaron lo que la CEPAL llama un "desarrollo hacia afuera", el conflicto entre dirigentes y dirigidos fue sustituido por un llamamiento a la integración nacional, que a veces se completaba con una voluntad de lucha contra la marginación, pero que era más bien un llamamiento a los valores centrales de una sociedad. Por eso, a lo largo de los últimos años, en todo el mundo las sociedades han permanecido silenciosas, y los, Gobiernos han parecido cada vez más sometidos a las decisiones de los mercados financieros internacionales. ¿Se mantendrá este esquema general de apertura económica, beneficiosa sobre todo para el capitalismo financlero y asociada a una política nacionalista? De hecho, en todos los países se ve ya cuestionado por la renovación. de las reivindicaciones, sociales. Pero en la actualidad es otra la transformación que hay que subrayar.

La idea de mundialización, de integración de un mercado mundial, ya no se impone con tanta evidencia como hace cinco años. Parece más bien que se asiste a la regionalización del planeta, y no a su mundialización. El conflicto comercial entre Japón y EE UU es uno de los principales signos de esta evolución, pero también lo es la difusión de un modelo asiático de desarrollo del que se habla mucho en Kuala Lumpur Í Yakarta y Singapur, y hacia e que Japón no se muestra indiferente, aunque siga ligado al modelo democrático occidental. Este modelo asiático, más bismarckiano que victoriano, es claramente autoritario, y está asociado a la consolidación de un espacio económico constituido en gran medida por el traslado de empresas japonesas a otros países. En el espacio geoeconómico americano, la evolución es semejante: se da un reparto de las actividades -gracias al TLC- entre los países desarrollados y subdesarrollados (EE UU y Canadá, por un lado, y México y los países centroamericanos, por otro), y sería muy arriesgado dar por hecha la democratización de estos países de la mitad septentrional de América Latina que se han incorporado a una zona geoeconómica y política dirigida por u no de los gigantes de la economía mundial.

Queda Europa, que está paralizada por su impotencia política frente a Serbia, pero avanza, de forma ahora casi irreversible, hacia una moneda única que se decidirá en 1998, se creará en 1999 y se aplicará en la práctica a partir del 2002, es decir, en un futuro al mismo tiempo suficientemente próximo y suficientemente alejado para que la mayoría de los países de la Unión Europea puedan participar en ella. Una vez franqueada esa etapa, es difícil imaginar cómo podrá garantizar Europa su crecimiento sin asumir un papel de integración regional en tres direcciones: Europa Central, y en primer lugar los cuatro países del Acuerdo de Visegrad (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia), los países de la orilla sur del Mediterráneo y, a mayor distancia, los países de un Mercosur ampliado, una vez que Argentina y Brasil sean capaces de estabilizar sus economías y aproximarlas. Igual que el conjunto del este de Asia tiende a dotarse de un modelo político distinto del modelo llamado occidental, los modelos europeo y norteamericano tienden a separarse. Estados Unidos asocia la economía de mercado al diferencialismo comunitario. Europa conserva una intervención pública mayor a través del Estado de bienestar, e insiste más en la integración nacional.

Esta estructuración del mundo en tres grandes conjuntos comunitarios plantea dos problemas principales. El primero es el de la conciliación de este sistema tripolar con la mundialización de la economía. Pero, ¿acaso no es algo propio del capitalismo el haber sido multipolar la mayoría de las Veces y el haber desplazado constantemente el centro o los, centros de la economía mundial? Hace 100 años, el declive de la supremacía británica fue el resultado del ascenso simultáneo de EE UU, de la Alemania unificada y del Japón de la era Meiji. ¿No se asiste desde hace varios años a la pérdida de hegemonía por parte del dólar? A decir verdad, esta fragmentación del mundo económico es -en su aspecto inmediato- la consecuencia directa de la caída del dólar, que molesta a Japón y puede quebrar la recuperación en Europa, sobre todo en los países que, agrupados en torno al marco, han mantenido una moneda fuerte. No se ve muy bien cuáles pueden ser los grandes inconvenientes de un sistema tripolar, que tendría la ventaja de facilitar la modernización económica de regiones subdesarrolladas al crear unas relaciones más directas entre esas regiones y un centro de desarrollo. Lo que ha conseguido Asia deberían conseguirlo África y una América Latina que estaría más bien, dado su nivel de crecimiento relativamente elevado, en la intersección de varias zonas de influencia.

El segundo problema es mucho más concreto y mucho más grave. El lector ya se habrá dado, cuenta de que en esta construcción geoeconómica no se ha mencionado hasta ahora ni China ni, sobre todo, Rusia y los restos de la ex URSS que quedan alrededor de ella. Esto se explica en primer lugar por la crisis profunda en que se debate Rusia y por las incertidumbres sobre la evolución de China después de Deng. Parece imposible que China se convierta en poco tiempo en un polo autónomo de desarrollo: Japón, EE UU y Europa encontrarán allí mercados durante mucho tiempo, y se cree que durante un cierto periodo las decisiones fundamentales sobre China se tomarán más en Singapur, y tal vez en Hong Kong, que en Pekín. Queda el problema geopolítico más importante: de la respuesta que se dé a la pregunta sobre el lugar de Rusia en el. mundo depende básicamente el dar la preferencia a la imagen de un mundo internacionalizado o a la de un mundo tripolar. Como a entrada de Rusia en la economía liberal supera las fuerzas de Europa, dar la prioridad a ese objetivo obliga a preferir un mundo internacionalizado y una hegemonía relativa de EE UU, el único país que podría detener la política agresiva de una Rusia que cayera en el nacionalismo.

Pero este debate es anacrónico, porque la vinculación de Rusia al modelo occidental ya ha fracasado. El intento que llevó a cabo Gaidar tuvo una duración breve, y en la actualidad, detrás de Chernomirdin, los que están en el poder no son los empresarios, liberales, destruidos por la mafia, sino los antiguos tecnócratas soviéticos convertidos en directivos de monopolios vagamente privatizados, quienes desarrollan una política proteccionista y populista aunque se mantengan reticentes hacia el nacionalismo extremo. La evolución de Rusia pare ce ya haber decidido el debate: la intemacionalización del mundo, ha fracasado, porque Rusia sigue en la actualidad un camino opuesto al de Polonia o Hungría.

Y lo más probable es que Rusia se acerque a un modelo oriental más que al modelo occidental. Europa no tiene, por tanto, ningún motivo para querer extenderse hasta los Urales o hasta Vladivostok, algo que la desequilibraría por completo. Ya estamos asistiendo a una deriva de los continentes políticos, que aumenta rápidamente la distancia entre el conjunto nortearnericano, el conjunto de Europa, occidental, y central, que debe extenderse hacia el sur del Mediterráneo, y el conjunto asiático, centrado en Japón. India será -como Rusia- un subcontinente autónomo y frágil, dominado por sus problemas de integración interna, antes de que pueda desempeñar un papel importante a escala mundial.

Los países europeos entran en una fase de reflexión que debe desembocar en decisiones importantes en la Conferencia Intergubernamental de 1996. ¿Pódrán tomar esas decisiones sin haber elegido, al menos de forma implícita, un modelo geoeconómico y geopolítico para el mundo del siglo XXI? Todo parece indicar que el modelo más probable y más coherente no es ya el de la mundialización, sino el de los intercambios entre tres conjuntos, continentales, que constituyen, cada vez más, no sólo sistemas económicos integrados, sino también tipos del sociedad y regímenes políticos diferentes.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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