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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España es Europa

MAÑANA SE cumplen diez años de la plena incorporación de España a la Europa- comunitaria, a escasas tres semanas de que le corresponda ejercer la presidencia semestral de la Unión Europea (UE). Llega este aniversario en momentos de cierto desasosiego provocado por conflictos sectoriales -pesqueros o agrícolas- y de una fase de indefinición de la propia UE causada por la digestión y reforma pendiente del Tratado de Maastricht. Pero ni estas dificultades ni la demagogia oportunista que frecuentemente las enarbola deben convertirse en los árboles que impidan ver el bosque.Para decirlo pronto y claro: la adhesión preparada por los Gobiernos de UCD y culminada por los del PSOE no sólo ha sido un éxito rotundo, sino también una operación de enorme calado histórico que inserta de nuevo a España en su entorno político, cultural y económico, del que había estado alejada, o sencillamente ausente, durante siglos. El ideal comunitario ha constituido para la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos no solamente una conveniencia política coyuntural, inseparable de la consolidación del sistema democrático, o un simple escenario económico deseable de relativa prosperidad y estabilidad. También ha representado el reencuentro de un auténtico proyecto nacional y el anclaje del destino de los españoles al del conjunto de los europeos. Pese a que los sinsabores coyunturales inclinan a veces a algunos a separar drásticamente el interés español del europeo como opuestos -o, al menos, como muy distintos-, ningún proyecto pretendidamente español tiene sentido fuera de su marco natural europeo en esta época de transnacionalización, liberalización de mercados y trepidante velocidad de comunicaciones. No hay proyecto español serio fuera de Europa. España es Europa, enteramente Europa.

La adhesión a las Comunidades Europeas -hoy UE- se vivió en España como el certificado de la plena reintegración a la comunidad internacional tras largos anos de aislacionismo, como aval de una nueva e insólita democracia y como cobijo natural para su más débil economía. Y estas vivencias no han sido desmentidas por los hechos ni siquiera en las fases de perplejidad o conflicto. Políticamente, la LE se ha enriquecido con los factores diferenciales españoles. Las privilegiadas relaciones históricas y culturales con los mundos mediterráneo, árabe y latinoamericano han empezado, aunque todavía tímidamente, a desbordar el marco de las meras declaraciones. Y se están convirtiendo en un doble activo. Por un lado, enriquecen la proyección exterior de la propia Europa comunitaria, hasta hace poco tiempo bastante escorada hacia otras áreas, y por otro, al insertarse en un marco mucho más potente, ellas mismas empiezan a dotarse de contenidos prácticos.

El testimonio de dirigentes tanto europeos como latinoamericanos o mediterráneos es al respecto suficientemente expresivo, y deberá dejar prendas de futuro perfectible en la Conferencia Euromediterránea de Barcelona y en los avances del acercamiento a Mercosur, previstos bajo la próxima presidencia española de la Unión. La política exterior de España ha ganado, en este sentido, amplitud y eficacia.

Económicamente, el balance concreto debe ser seguramente más matizado, entre otras razones porque el esfuerzo que nuestro país se ha impuesto a sí mismo en estos años ha sido realmente notable: no sólo se ha unido a un club ya existente -el del Mercado Común formado por países más ricos, sino que lo ha hecho en el preciso instante en que éste se perfeccionaba y se transformaba mediante el Acta única que dio paso al mercado interior e iniciaba el proceso hacia su culminación, ya en el fin del siglo, con la moneda única.

Hacia el futuro

La Unión Europea tenía retos indispensables que vencer. Entre otros, la apertura de aduanas, la desaparición de fronteras, el libre establecimiento de empresas, la igualación de los mecanismos de protección a los trabajadores desplazados a otros países socios, la estrategia de convergencia y la progresiva liberalización económica. Y que de su consecución dependía, también, una mayor integración regional. En todos estos campos se ha avanzado notablemente, pero también es verdad que no se ha llegado a extraer todos los frutos de estas posibilidades y apuestas.

Las vacilaciones y los errores en la política económica doméstica durante el, cambio de ciclo de finales de los ochenta y las debilidades estructurales de la economía española se concitaron en la profundización de la recesión española y en la generación de las mayores tasas de desempleo de la LE. España ha sido el país de mayor crecimiento durante el ciclo expansivo y le ha tocado como triste contrapartida sufrir la crisis con una profundidad también equivalente. Esta lección, tanto para los responsables políticos como para la sociedad civil, no debe ser olvidada, so pena de cometer, en el presente y en el futuro, los mismos errores ópticos y de conducta. La perseverancia en la conducción de la economia, una mayor valentía para las reformas estructurales pendientes y una más decidida actuación de los agentes económicos son las conductas útiles para el futuro. Apartarse de ellas implica ampliar, en vez de reducir, las diferencias con los vecinos más desarrollados, perder competitividad e incrementar el paro, que constituye, sin duda alguna, la lacra más sangrante de nuestra sociedad.

España ha aportado a la construcción europea no sólo una más amplia dimensión exterior, sino también una cultura plural y un empeño de creatividad manifestado en aportaciones concretas al Tratado de Maastricht, como el concepto de ciudadanía europea o la política de cohesión, trama básica de una Europa solidaria. Ha defendido sus intereses inmediatos con acierto desigual. Ha formado parte del grupo que pretendía ir más lejos en el proceso de integración, insuflando entusiasmo y optimismo después de un ciclo de, depresión europeísta. Y ha ejercido con dignidad sus responsabilidades, particularmente en la presidencia semestral de 1989 y en los Consejos Europeos. Ahora se espera bastante de nuestro país en continuidad con lo que ya es una actitud tradicional española. Y particularmente del nuevo turno presidencial, en especial después de los modestos resultados de la presidencia alemana y las escasas expectativas de la francesa.

Además de esta compleja presidencia europea que empieza en julio, el Gobierno de España tiene la responsabilidad de conducir el Grupo de Reflexión que prepara la Conferencia Intergubernamental destinada a reformar a partir de 1996 las instituciones con el objetivo de acoger a los países candidatos del centro y del este europeos. De ahí se deriva una enorme responsabilidad política, no únicamente para el Gobierno, sino también para la oposición y para todas las fuerzas políticas. Por eso llama la atención la ausencia de José María Aznar, o en su defecto de una representación de primera línea del Partido Popular, en el acto conmemorativo del décimo aniversario de la firma en Madrid del Tratado de Adhesión de España a la Comunidad Europea. Quizá sin pretenderlo, esa actitud del jefe del principal partido de la oposición y aspirante a tomar el relevo en el Gobierno de España puede ser interpretada como un gesto de distanciamiento o de indiferencia. Y los retos europeos, cualesquiera que sean los matices, deben ser asumidos sin reservas, no por prurito de honor, sino porque de ellos se deriva una línea de continuidad y, en consecuencia, resultados prácticos para el país. No tendría justificación alguna que los legítimos combates partidistas, y especialmente la confrontación entre Gobierno y oposición, hicieran mella en una tarea de la que deben beneficiarse no tan sólo los españoles, sino todos los europeos.

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