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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vida y muerte

UN HOMBRE entre la vida y la muerte para que no nos olvidemos de que ellos, los que matan, siguen ahí. A despecho de la opinión de ese 86% de vascos que acaban de reafirmar su rechazo a ETA. Ahora pretenden que el derecho a decidir quién puede vivir y quién debe morir o ser secuestrado es algo que se dilucida mediante el recuento de manifestantes o el intercambio de gritos y bofetadas entre ellos.1 En un día en que un hombre había sido abatido a tiros y otro permanecía secuestrado, LAB, componente sindical del entramado radical, llamaba a una contramanifestación para denunciar la "realidad socioeconómica cotidiana y estructural (sic) que vive nuestro pueblo", sometido a "una política de desmantelamiento industrial y secuestro económico de los trabajadores". ¿No habrá nadie capaz de explicarles que es precisamente ese luto que siembran sus amigos lo que condena a Euskadi a la desindustrialización y el declive? Que la sociedad vasca, con sus inmensos retos ante el siglo XXI, tenga que dedicarse con terrible regularidad a llorar a las víctimas del fanatismo es una desgracia y una pena inmensa. Porque el dolor que ETA siembra golpea como tragedia a una familia, pero los efectos del crimen los sufren todos los vascos. Incluidos los cobardes que siguen las órdenes de esa minoría armada que cada vez que dispara se imagina estar un muerto más cerca de su triunfo. Una victoria que significaría la derrota y el exilio de la mayoría de los habitantes de Euskadi.

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