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GABRIEL JACKSON Locura en la extrema derecha

Cuando yo era adolescente, solía preguntarme cómo podían afirmar los nazis simultáneamente, y con el mismo fervor, que los judíos eran responsables tanto del capitalismo financiero internacional como del descreído bolchevismo internacional. En los años treinta había bastante antisemitismo en Estados Unidos, así que sabía muy bien que un importante número de estadounidenses compartía las opiniones nazis aunque su comportamiento fuera mucho menos agresivo. Luego, durante al menos cuatro décadas después de la II Guerra Mundial, en Estados Unidos desapareció la mitología antisemita de las discusiones políticas respetables. Pero desde la publicación del libro de Pat Robertson The new world order, en 1991, esa mitología frecuentemente desacreditada ha resurgido en un libro leído extensamente y escrito por el jefe de la políticamente poderosa Coalición Cristiana. El mito conspirador es como sigue: en mitad del siglo XVIII, una serie de sociedades secretas, las más importantes de las cuales eran los Iluminados Bávaros y la Orden Internacional de los Francmasones, comenzaron a subvertir las monarquías católicas tradicionales de Francia, Austria y el Sacro Imperio Romano. (También se infiltraron en la piadosa España con el disfraz de la "Ilustración" de mediados de siglo, y produjeron esos intelectuales terriblemente subversivos conocidos como "afrancesados"). Los masones, en especial, predicaban la tolerancia religiosa, estaban en relaciones amistosas e influidos por judíos importantes como el filósofo Moses Mendelssohn. Adquirieron una secreta influencia en el real Gobierno de Luis XVII "causando" así la Revolución Francesa de 1789. Como consecuencia de esa revolución y de la subsiguiente expansión de sus doctrinas a todas las zonas del continente ocupadas por los ejércitos de Napoléon, los judíos europeos se emanciparon. Esto, a su vez, permitió a los hermanos Rothschild convertirse en poderosos banqueros internacionales. También permitió a personas como Karl Marx, hijo de un judío converso, y Ferdinand Lassalle, un publicista y economista judío, propagar las doctrinas internacionalistas y ateas del autoproclamado "socialismo científico".

Saltando hasta comienzos del siglo XX, se supone que el banquero inmigrante alemán-judeoamericano, Paul Warburg fue el que convenció a los líderes bancarios blancos y protestantes de Washington de la necesidad de establecer el Sistema de la Reserva Federal (lo más aproximado a un banco central en la economía estadounidense); el industrial judío Walther Rathenau se convirtió en la cabeza de la economía de guerra de la Alemania imperial en 1916, y los intermediarios judeorrusos entre Lenin y el Estado Mayor alemán organizaron los subsidios al partido bolchevique y para el viaje que hizo Lenin de Suiza a Suecia en el famoso tren sellado que le permitió llegar a San Petersburgo y ponerse al mando de los bolcheviques en la primavera de 1917. Ergo, los judíos son responsables del capitalismo financiero de Alemania y Estados Unidos y del triunfo del bolchevismo en Rusia.

Como ocurre con la mayoría de las ideologías poderosas, el mito antisemita cuenta con ciertos elementos de verdad. Los Rothschild levantaron su imperio bancario durante las guerras napoleónicas. Karl Marx era ciertamente hijo de un judío converso. Paul Warburg era judío, uno de los millones de inmigrantes, judíos y no judíos, que prosperaron en Estados Unidos. Alexander Helphand y León Trotski se conocieron cuando eran estudiantes. Desde 1916, Helphand fue un hombre de negocios en Alemania, que colaboró en el esfuerzo bélico alemán y fue ciertamente una de las principales personas implicadas en organizar los subsidios secretos a los dirigentes bolcheviques.

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El problema surge cuando los hechos aislados se sacan de un contexto complejo y más amplio, y luego se entretejen en una teoría conspiratoria. Moses Mendelssohn era muy admirado por muchos cristianos, masones y no masones, futuros revolucionarios franceses y personas que no tuvieron nada que ver con la Revolución Francesa. Karl Marx abrigaba personalmente sentimientos antijudíos, y el socio que le apoyaba financieramente y fue coautor de muchas de sus ideas más importantes, Friedrich Engels, era gerente de una fábrica protestante. Paul Warburg era judío, pero había múltiples motivos para establecer el sistema de la Reserva Federal, ninguno de los cuales implicaba de forma alguna al judaísmo, y los principales bancos de Estados Unidos jamás han sido propiedad de judíos o han estado controlados por ellos.

Es cierto que Walther Rathenau, un judeoalemán patriota y realista, fue nombrado por el Gobierno de guerra imperial para coordinar la economía alemana durante la I Guerra Mundial. Al mismo tiempo, la existencia de un frente oriental en 1916-1917 estaba impidiendo que los alemanes concentraran sus fuerzas en el oeste para asestar un golpe que pusiera fuera de combate a Inglaterra y a Francia, ¡Y he aquí el milagro, los bolcheviques estaban proponiendo retirar los ejércitos rusos de la guerra! En estas circunstancias, el Estado Mayor alemán tenía muchas y buenas razones para ayudarles a llegar al poder. (Pregunta: ¿por qué los historiadores de la conspiración mundial judía no acusan al Estado Mayor alemán de ser parte de esa conspiración, tanto por nombrar a Rathenau como por financiar a los bolcheviques?).

La teoría conspiratoria antes bosquejada ha sido un elemento esencial de la propaganda antisemítica desde la Revolución Francesa. Fue la base fantasiosa de las falsas acusaciones de espionaje del caso Dreyfus, y ha sido un elemento constante en la literatura de los partidos de derecha y fascistas en toda Europa.

¿Por qué tendría que reaparecer en un libro escrito por el líder de La Coalición Cristiana una de las figuras más poderosas del Partido Republicano, y un hombre que afirma, probablemente con toda sinceridad, que no es en absoluto untisemita? El último punto se puede explicar apropiadamente debido al hecho de que es más pro lsrael que muchos judíos, razón por la cual también los judíos estadounidenses más conservadores le defienden calurosamente de la acusación de que su libro repite calumnias explotadas desde hace mucho tiempo.

Pero lo que más me interesa es por qué estas viejas leyendas siguen reapareciendo en cada generación. Y mi hipótesis es la siguiente. La Ilustración europea y la Revolución Francesa dieron vida a dos tradiciones políticas extremadamente diferentes. La tradición más moderada, la de las reformas de 1789 y la Constitución de 1791, condujo a la democracia política y la economía capitalista en los países moderados y seculares. La tradición más radical, inspirada por la breve dictadura jacobina de 1793-1794, dio vida a múltiples doctrinas de socialismo y anarquismo que nunca llegaron a gobernar en el siglo XIX. Pero, en 1917, la versión de Lenin de la doctrina socialista alcanzó el poder político bajo la forma de la dictadura bolchevique, y el Politburó y el terror de Estado siguieron en parte el modelo del régimen del revolucionario Comité de Seguridad Pública francés.

Por tanto, resulta comprensible, aunque paranoide, que quienes odian tanto la democracia capitalista secular como todo tipo de socialismo o anarquismo, es decir, la extrema derecha tanto en Europa como en Estados Unidos, atribuyan la responsabilidad de estos males a la Ilustración y a la Revolución Francesa. Añádase un toque de conspiración, especialmente por parte de esos eternos indeseables, los judíos, y se tiene de nuevo el mito encarnado en la obra que ha publicado el líder de la Coalición Cristiana.

es historiador.

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