El arte de zurrar la badana
Puerto / Sánchez, Higares, VázquezCuatro toros de Puerto de San Lorenzo (dos rechazados en reconocimiento): 4º, 5º -sospechoso de afeitado- y 6º, devueltos por inválidos; 3º inválido y pastueño. De Oliveira Irmaos: 1º, terciado, manso con casta; 2º, impresentable, inválido.y aborregado; 4º, primer sobrero, discreto de presencia; 5º, segundo sobrero, escaso de trapío, bravo. De La Cardenilla: 6º, tercer sobrero, con trapío, manso.
Manolo Sánchez: pinchazo, otro saliendo perseguido, media trasera tendida, rueda de peones y descabello (silencio); cinco pinchazos y dos descabellos (pitos). Oscar Higares: bajonazo descarado (aplausos y también fuertes protestas cuando sale al tercio); estocada atravesada caída, rueda de peones y cinco descabellos (silencio). Javier Vázquez: pinchazo, estocada corta caída tirando la muleta y rueda de peones (aplausos y también pitos cuando saluda); pinchazo y estocada (silencio). Los tres espadas brindaron sus primeros toros al Rey, que ocupaba una barrera acompañado de la infanta Elena.
Plaza de Las Ventas, 30 de mayo. 18ª corrida de feria. Lleno.
El arte de lidiar reses bravas se ha convertido en el arte de zurrarles la badana a los toros.
A los toros se les zurra la badana antes o después. Luego se les ejecuta de vil bajonazo, finalmente se comen en estofado. Y ésta es la que dice ser y llamarse fiesta nacional.
Los toros viven de regalo cuatro añitos en los anchos predios de la taurina Iberia y cuando les llega la hora de ir a la plaza ya se están arrepintiendo de haber nacido. Porque aparece por allí siniestra canalla que les mete mano, y los deja para el arrastre.
El arte de arrastrar toros es lo único que no ha cambiado en el arte de lidiar reses bravas.
Si levantaran la cabeza los padres de la tauromaquia, sus hijos enciclopédicos, sus nietos, fenómenos de diversas épocas, y asistieran a las actuales corridas de toros, no podrían reconocerlas. Se creerían que estaban en un partido de rugby o en una merienda campestre. Sólo al final reconocerían las mulillas pues, por uno de esos insondables misterios de la naturaleza, las mulillas de hoy siguen siendo tan mulillas como en los tiempos del Cúchares.
La 18ª corrida de feria fue paradigma de la fiesta que a sido capaz de crear el genio innovador del taurinismo, moderno, con toros que no eran toros, ni de los tiempos de Cúchares ni de ninguno posterior, hasta la invención del sucedáneo. Toros que no parecían toros, y si lo parecían, estaban inválidos, e inválidos o no, la acorazada de picar los abría en canal. Después, al sangrante despiece los afanosos diestros lo molían a derechazos y conseguían transformarlo en redondo para asar.
Ni el Cúchares mencionado, ni sus maestros, ni sus discípulos, ni nadie de pasadas épocas habría comprendido por qué es imposible en la tauromaquia moderna ver el grado de bravura de un toro en el primer tercio y cuál es el motivo de que haya desaparecido de la faz de la tierra la suerte de varas.
Todo toro que llega a la jurisdicción del picador es sometido a tortura. Todo toro que cae bajo la bota hierro del picador se ve envuelto por el percherón gigantesco y su ciclópeo peto, que mueve con astucia el bárbaro individuo del castoreño para acorralarlo contra las tablas, y allí le apalanca la puya en el espinazo y le zurra la badana.
Obviamente los quites ya no se hacen presentando el capote por el costado izquierdo del caballo -según es de ley-, sino por el derecho, o junto a la barrera. Mas ¿qué quites? Ya no hay quites en sentido artístico. Javier Vázquez ensayó uno a la chicuelina y constituyó un inesperado exceso. Falta cuarto de hora para que los toreros pidan por hacer un quite el plus de plena dedicación.
Llegado el turno de muleta, Manolo Sánchez, a quien correspondió el lote de mayor viveza, tiró las líneas que le sugería su desconfianza. Javier Vázquez, a un primer toro, inválido y de una boyantía infinita, le pegó numerosos pases sin gusto ni hondura, y al quinto de la tarde -segundo sobrero, a la sazón- no supo corregirle un incipiente gazapeo, que naturalmente fue aumentando y acabó resultando molesto.
A Óscar Higares, que debía de tener enchufe, le sacaron del corral unas menudencias enternecedoras. A Óscar Higares le querían facilitar el triunfo, o acaso buscar la ruina -no se sabe muy bien-, porque la afición está alerta y acabó amostazándola tanta casual reincidencia. Un cinqueño según los papeles pero utrerito dormilón por su flojedad y aspecto le pusieron en primer lugar, y lejos de aprovechar la ventaja, lo toreó con lamentable mediocridad. Un toro sin pitones e inválido le soltaron en segundo lugar y pues el público protestó con gritos de "¡afeitado! " y de "¡miau!", el presidente lo devolvió al corral.
No debían de quedar dentro más gatos y soltaron un toro, con cuya bravura no pudo Óscar Higares. Tampoco extrañó a nadie. Desaparecida la lidia, olvidado el arte del toreo, convertida la técnica de parar, templar y mandar en pura entelequia, sale un toro bravo y lo único que saben hacer es zurrarle la badana. Y eso, precisamente, sucedió.
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