_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Preguntas sobre o un virus

El mundo asiste horrorizado a una catástrofe natural, esta vez una epidemia causada por un virus cuyos efectos son fulminantes y espantosos, aunque por el momento su capacidad de propagarse es menor que muchos otros agentes patógenos conocidos; nadie está, sin embargo, en condiciones de garantizar que esa dificultad de propagación se mantenga indefinidamente. Son los destrozos que produce antes de matar a las personas infectadas, y la ausencia de cualquier remedio conocido al progreso de la enfermedad, lo que nos lo hace especialmente horrendo; aún cuando otras epidemias sean más mortíferas, como el sida y, sobre todo la malaria, causa de más víctimas que las otras dos juntas.No pienso yo que estemos ante un castigo divino por supuestos pecados, que, en todo caso, no habrían cometido las víctimas del virus; ni tampoco que sea una respuesta de la naturaleza a las agresiones de los humanos. Si éstas son ciertas, no lo es esa especie de personalización que hace del mundo natural un trasunto de nosotros mismos, con su capacidad para el bien y el mal, la venganza o el premio.

La naturaleza se rige por leyes objetivas, sin finalidad, y las catastrófes naturales, incluyendo las causadas por organismos vivos, son una parte de ese mundo natural, algo que afecta a todas las especies y cuya presencia en nuestro planeta data desde mucho antes que apareciera la especie humana. Justamente, lo que nos distingue del resto de los seres vivos es nuestra capacidad para oponernos a la lógica ciega de lo natural, o para prevenir y evitar sus efectos nocivos; para superar, mediante el ejercicio de la razón, la pasividad ante lo que las fuerzas naturales nos deparan. El pensamiento ecologista que propone limitar la acción del hombre para no comprometer ciertos equilibrios esenciales para la supervivencia de nuestra especie o de otras especies, es también consecuencia del pensamiento racional y no de la lógica de lo natural, ajena a ese tipo de consideraciones.

Pero lo que sí depende de nosotros, de nuestra organización social, es la eficacia con la que somos capaces de aplicar los medios y conocimientos disponibles ante eventualidades como el despertar del Ebola. Es significativo comparar los estragos que producen esos mismos fenómenos en el mundo desarrollado y en el mundo de los países pobres. Y desalentador el grado de indefensión relativa en que se encuentra la enorme población que vive en esos países. Está claro que huracanes, inundaciones, terremotos o epidemias, pueden golpear en cualquier parte, pero resulta igualmente claro que los perjuicios que ocasionan no son iguales. Incluso el sida, tenido a veces como enfermedad del primer mundo, es hoy una epidemia que se propaga de modo imparable en vastas regiones de África, mientras que se registra una cierta contención en Occidente. El Ebola es un diabólico microorganismo, pero su extensión puede combatirse, y si algo resalta de las informaciones que nos llegan de Zaire en estos días es la dificultad para tomar medidas eficaces contra la plaga en un entorno de pobreza absoluta, de desorganización social y de falta de educación generalizada, entre otras carencias. Las poblaciones que tienen la desgracia de vivir en esas regiones están demasiado postradas, presas de la pobreza y de la ignorancia, como para superar sin ayuda ese estado de cosas.

Ahora se trata de contener el Ebola, de combatir la malaria, el sida y la interminable relación de desgracias ya conocidas. Muchas de las preguntas que uno puede farmularse a propósito del Ebola serán contestadas, más vale pronto que tarde por los científicos, pero otras son de otro orden. ¿Cuándo será tarea prioritaria cambiar las cosas, de modo que la incidencia de calamidades naturales sea la mínima en cada momento? Tarea de todos, sobre todo de los países más desarrollados, que poseen los medios para transformar la situación; sin olvidar a los gobernantes y a las clases dirigentes locales, enfangadas en los tribalismos, la desidia o la corrupción que contribuyen a mantener el caos en que todos los Ebolas imaginables hacen presa con facilidad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_