Vaya saldo
Olea / Niño de la Taurina, Rodríguez, ValderramaCuatro toros de María Olea (dos rechazados en reconocimiento), mal presentados,1º manso, 2º inválido; 5º y 6º, sin trapío, devueltos por inválidos. Dos de Carlos Núñez, 3º devuelto por inválido, 4º bien presentado, manso, noble. Tres sombreros: dos de La Cardenilla, bien presentados, 3º inválido, 5º noble; 6º de Viento Verde, escaso de trapío, inválido, bronco.
Niño de la Taurina: pinchazo, estocada corta muy atravesada caída, tres descabellos y se tumba el toro (silencio); estocada ladeada, rueda de peones y tres descabellos (algunos pitos). Miguel Rodríguez: estocada honda, rueda de peones y dos descabellos (palmas y también pitos cuando saluda); estocada honda caída, rueda de peones y descabello (oreja protestada). Domingo Valderrama: estocada baja tirando la muleta y rueda de peones (ovación y salida al tercio); pinchazo perdiendo la muleta y bajonazo infamante (palmas).
Plaza de Las Ventas, 21 de mayo. 9º corrida de feria. Lleno.
Anunciaron toros de Conde de la Corte-María Olea. Cuando una corrida se anuncia así, lo lógico es que sean tres y tres. Pero no eran tres y tres, sino seis de María Olea. Entonces, ¿qué significaba Conde de la Corte-María Olea? ¿Un aviso de boda? Ahora bien, tampoco salieron los seis de María Olea, sino cuatro, pues dos los rechazaron en el reconocimiento, y a la hora de la verdad dos se fueron al corral, por invalidez manifiesta. El saldo empezaba a sustanciarse, una vez más, en el histórico coso de La Ventas. Y no paró ahí el despropósito: de los sustitutos, divisa Carlos Núñez, uno también fue devuelto y acabaron lidiándose toros de cuatro hierros distintos, más el anunciado y non nato, que son cinco.
Lidiándose es un decir, porque unos no tenían nada que lidiar, otros los lidiaron de aquella manera. 0 sea, bastante mal. Miguel Rodríguez le dio al quinto de la tarde lo que ahora llaman lidia y es en realidad un disparate de mucho cuidado. De manera que fue Miguel Rodríguez y planteó la suerte de varas colocando al toro en Barcelona. ¿Un toro, que por añadidura no es bravo, puede tomar las varas en Madrid partiendo de Barcelona, aeropuerto del Prat? La respuesta no tardó en producirse: negativo.
Estaba el toro cercano al platillo, el picador le hacía ¡je! y el animal (la referencia es al toro, quede claro) tardeaba la embestida. Despúes de mucho rato acudió a la cita y el picador le ejecutó la vil carioca. La inconsecuencia elevada al cubo: si los lidiadores han creído advertir bravura en el toro y pretenden exhibirla, no tiene sentido convertirlo en víctima de la brutalidad varilarguera encerrándolo en el círculo macabro del percherón mientras el individuo del castoreño le apalanca la vara mortífera para destruirle el espinazo.
Miguel Rodríguez reincidió en su fantasía, volvió a situar al toro allá lejos y éste se puso a escarbar sin ningún rebozo, proclamando su condición de manso, a ver si se enteraba todo el mundo, principalmente Miguel Rodríguez.
Banderilleado con vulgaridad -Rodríguez en los ejemplares de su lote y Niño de la Taurina en el que abrió plaza ofrecieron una pobretona versión del tercio de banderillas-, el toro manso acabó noble y Miguel Rodríguez le aplicó una faena de tres al cuarto, escasa de mando, ajena al temple, sin un solo pase que provocara ese olé profundo que merece el toreo bueno. Dos pases de pecho empalmados calentaron el ambiente, pidió la espada, la dejó caidilla, y el conjunto de la tarea, digno del olvido, se premió con una oreja. El saldo con que se planteó la corrida incluía los trofeos, es evidente.
No hubo más motivo de premiar nada -ni aunque fuese de saldo- pues en la tarde de autos los diestros no estaban tocados por las musas. Tampoco tenían muy claro en qué consiste el arte de torear. El propio Rodríguez, a quien correspondió en su anterior turno un inválido que se le iba al suelo en cuanto le obligaba, no pasó de voluntarioso. Niño de la Taurina intentó al comienzo de su primera faena un toreo ventajista -el pico, la suerte descargada, perder pasos en los remates- y luego se desconfió, tanto en ese toro como en el cuarto. Se le vio sin sitio, acaso sin ilusión, y es una lástima en un matador que tan puro hizo el toreo en su etapa de novillero.
Domingo Valderrama lanceó con torería al tercero, le ciñó chicuelinas, y en cambio muleteó sin ajuste ni templanza. Únicamente poseyeron enjundia los ayudados con que se trajo el toro al tercio para cuadrar y matar. Al sexto, que se emplazó de salida, lo fijó con valentía echándole abajo el capote, y el trasteo de muleta hubo de consistir en una sórdida pelea, porque el toro derrotaba violentamente. De toros así decían los antiguos aficionados que tenían la cabeza como una devanadera. Domingo Valderrama perdió al final la compostura y lo fulminó de un bajonazo infamante. Llegan a verlo aquellos antiguos aficionados, y no le dejan entrar en Madrid nunca jamás.
Babelia
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