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Caballero Bonald publica su autobiografía literaria

Rocío García

La atracción endémica por la cama de cinco miembros de su familia, los acostados, está en el origen del sondeo a la memoria que hace el escritor José Manuel Caballero Bonald en su autobiografía literaria, Tiempo de guerras perdidas (Anagrama), que ayer fue presentada en Madrid. A sus 69 años, el poeta y escritor jerezano confesó que con esta obra ha ajustado cuentas consigo mismo, con sus amigos y sus espacios, "bajo el telón de fondo de la rutina de hambre y de miedo de la posguerra".Tiempo de guerras perdidas narra su infancia en Jerez -"uno es el que fue de niño, fijado en sus virtudes y defectos"- y su adolescencia en el Madrid de los cincuenta -"el tiempo de la elección de la libertad y el descubrimiento del mismo"- Por delante queda la segunda parte, la continuación de un paisaje literario por el que de momento el autor se confiesa poco estimulado: "Mi actividad como escritor y profesor es mucho más literaria por fuera que por dentro".

En presencia del editor Jorge. Herralde, quien resaltó la precisión de relatos y la elegancia moral de la obra, y del ex ministro y gran amigo Alberto Oliart, Caballero Bonald reconoció que sondear en la memoria no le ha sido cómodo. "Es agotador, impúdico y desconcertante. He reconstruido una memoria posible con restos de memorias dudosas. He desempolvado mi infancia y me he encontrado con un personaje difícil de reconocer", dijo el escritor, quien prefiere que la obra no se califique como un libro de memorias en el sentido genérico, sino como una autobiografía novelada, "un compendio de evocaciones que han sobrevivido a la decrepitud de la memoria".

Todo comenzó de manera arbitraria, cuando acudió a, su memoria un episodio de su infancia: el que cinco miembros de su familia Bonald, entre ellos su abuelo y su tía Isabela, vivieran de manera casi ininterrumpida en la cama, sin que por ello se produjera ningún tipo de discordia o de reprobación. Eran los acostados. "Más de una vez llegué a sospechar que esa reclusión tan perseverante obedecía a alguna dolencia secreta, y hubieron de pasar varios años antes de que llegase a descubrir que no se trataba más que de un imperativo hereditario, sin que mediara más enfermedad que la de una especie de atracción endémica por la cama", recuerda Caballero Bonald en su obra. Ese almacén de estímulos literarios que fueron los acostados le indujo a continuar en el rastreo de su vida. Aáí1 en Tiempo de guerras perdidas aparece el Jerez de la Frontera de su infancia, el mar de Sanlúcar de Barrameda, su madre -"la que me enseñó a vivir"-, su padre, un republicano que no fue capaz de superar nunca la guerra civil, o su llegada un día de septiembre de 1951 a Madrid, que disponía entonces "de un amable equidistancia entre el villorrio y la urbe".

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