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Madrid, Euskadi

Trigo castellano, textiles catalanes, hierro y acero vascos, carbón de Asturias y exportaciones agrícolas y mineras del sur, según Raymond Carr o, como escribe Richard Herr, aristócratas y terratenientes, manufactureros vascos y catalanes, promotores inmobiliarios, constructores de ferrocarriles y explotadores de minas: tal fue la base sobre la que se edificó la España contemporánea. La vieja teoría de que España ha sido gobernada desde la revolución liberal por una oligarquía procedente de la industria textil catalana, la siderurgia vasca y la agricultura castellana y andaluza es algo sumarla pero apunta: a una realidad: "Madrid" es el resultado de todo eso.Más concretamente: Madrid- -ahora liberada de comillas- es incomprensible sin los vascos. Los vascos aparecían por doquier, ha escrito Ringrose del Madrid de los siglos XVIII y XIX, no sólo en el comercio y en la banca, sino en la distribución de herramientas y artículos de ferretería y otros utensilios de hierro; dominaban la venta al por mayor y al por menor de pescado fresco y conserva, de modo que el pescadero del barrio era casi por definición vasco. Y luego, entrado ya en el siglo XX, Josep Pla observará el rápido predominio, en un Madrid tradicionalmente ocupado por latifundistas, de un "capitalismo vasco (que) se ha enamorado de estos lugares y dice que quiere construir en ellos grandes edificios, rascacielos y otras construcciones funcionales". Como son gente "de una mentalidad tenaz y que tienen la cabeza dura como una piedra" serán capaces de todo, aventura Pla.

Sabía de qué hablaba: la capital de hoy es, en buena medida, un producto de esos vascos que después de la guerra europea "bullen por Madrid" con sus millones y su "soberbia insoportable", según los veía Azaña. Vasca una parte sustancial de la banca que inclinó hacia la calle de Alcalá el centro financiero de España; vasco el tendido eléctrico; vasco el Metro, impulsado por el Banco de Vizcaya y que encontró en Otamendi su más ardiente propagandista; vasco el diseño de la ciudad futura, que tanto debe a Zuazo y después a Prieto, un bilbaíno de adopción; vasca la construcción, con una nómina de arquitectos e ingenieros que parece sacada de algún listín telefónico de Euskadi; vasca, aunque no sólo, desde luego, la vida cultural, incomprensible sin Urgoiti o sin Baroja, sin El Sol o sin La lucha por la vida. Por no hablar de los restaurantes, monopolio, con la banca, de los habitantes del País Vasco, como también, escribió Pla.

No son los que corren buenos tiempos para la lírica, pero hubo un poeta, republicano por cierto y fiel hasta su muerte a la causa de la República, que cantó a Madrid como "rompeolas de todas las Españas". A algunos sonará hoy algo cursi y hasta fascistón este verso, pero su autor fue Antonio Machado y con él sólo pretendía expresar algo que para su generación era un dato adquirido: que por historia, por morfología, por ser ciudad de inmigrantes, por la variedad de sus gentes, Madrid no tenía otra explicación que la de ser la gran plaza cultural y el crisol político en que bullían, se mezclaban y acababan por fundirse gallegos y valencianos, cántabros y castellanos, andaluces y vascos.

Pero eso ocurría cuando los vascos se daban a viajar y abandonaban el terruño para aventurarse por esos mundos de Dios. Ahora es distinto. Ahora, los que hablan en nombre del pueblo vasco no parecen guiados más. que por el afán de marcar límites y fronteras, es decir, aquí yo, ahí tú. ¿El pueblo vasco sometido a Madrid? Pero, hombre, qué tergiversación y que depsrecio por la historia. ¡Pero si Madrid no habría sido nada sin los vascos! Como vio Pla, más agudo que Arzalluz, Madrid no podría explicarse si el capitalismo vasco no se hubiera lanzado "a velas desplegadas a repartir dinero por la Península". Lástima que hoy, a falta de capital, los herederos de aquel pasado, destruyendo su memoria, prefieran lanzar sobre Madrid bombas o improperios.

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