La desmemoria
"Recuérdalo tú y recuérdalo a otros": así comienza uno de los poemas mayores de ese poeta mayor que fue Luis Cernuda. El verso, conminativo, transparente, sentencioso, principia una composición, 1936, donde el escritor desterrado rememora su encuentro en California, y en 1961, con un antiguo combatiente de la Brigada Lincoln que acudió a un recital suyo, convocado por la identidad republicana del recitante. La fidelidad a la causa perdida, más allá del tiempo y el espacio, es el tema de ese poema definitivo, lo cual vale tanto como decir que su verdadero tema es la memoria.En los últimos tiempos, y en la línea del poema cernudiano, nuestros escritores más clarividentes vienen señalando la necesidad de no perder la memoria, de ser obstinadamente leales a los recuerdos, a la verdad de la historia que es al cabo la verdad de la poesía, pues ésta dice en términos simbólicos lo que efectiva y realmente ocurrió. "Poesía y verdad" el viejo lema goethiano. Por eso Manuel Vázquez Montalbán ha hecho de la memoria clave esencial de su última y hermosa novela, El estrangulador, como hace tres años transitaba idéntico camino Antonio Muñoz Molina en las tensas páginas de El jinete polaco, atravesadas por la presencia de quienes fueron leales al Gobierno legítimo en las horas sombrías de la rebelión militar de julio de 1936.
La cultura española del posifranquismo -la política y la literaria- se ha construido en buena medida sobre la desmemoria. El famoso consenso fue la expresión del triunfo de la amnesia colectiva, del olvido intencionado del ayer en pro de la paz y la concordia civil. A lo mejor fue necesario que las cosas se hicieran de este modo. A lo mejor. Pero creo que estamos pagando las consecuencias de este desarme civil y cultural. Y, así, estamos asistiendo en estos últimos meses al linchamiento moral de un Gobierno democrático, elegido aún no hace dos años, al que se está desacreditando por todos los medios habidos y por haber. Entre esos medios se halla la canonización de la desmemoria. "Nunca", oímos decir a famosos demócratas, "nunca ha habido tanta corrupción como ahora". "Nunca en toda la historia de España", repiten, subrayan y cantan -vaya si cantan- distinguidos voceros de las libertades. Y éstas o similares cosas se dicen sin que se alcen demasiadas voces para corregir semejantes atrocidades. Pero el mensaje se repite, con leninismo digno de mejores causas, y la repetición acaba por convertir lo falso en verdadero mientras cierta izquierda incauta aplaude regocijada mendigando dos platos de lentejas en el Congreso sin darse cuenta de que en su momento no habrá para ella platos ni cucharas ni nada de nada, y menos aún para sus votantes, que añorarán los tiempos del rodillo y de los contratos basura.
Los herederos del franquismo cargan -"firme el ademán"- bien apoyados, al parecer, en la amnesia colectiva, pues nadie, o casi nadie, parece acordarse del escándalo Matesa, de los muertos del aceite de Redondelas, de los olivos de Jaén... y de las sonrisas del Régimen, de los negocios marroquíes, de la construcción del puerto de Palma de Mallorca, de las licencias unilaterales para la exportación de turismos, de la destrucción a golpe de especulación de la costa española, del estraperlo de la posguerra, de los múltiples soficos (léase, por los mas jóvenes, fraudes inmobiliarios), de los indultos a ex gobernadores del Banco de España y a ministros del dictador y de las barbaries perpetradas en el patrimonio arquitectónico de muchas de las grandes ciudades españolas. El dinero entero del Estado era entonces un puro fondo reservado en el que se entraba a saco siguiendo la lección de Mussolini: o dossiers o dinero; al puro, el dossier; al otro, a los otros, el dinero.
Pues nada de esto parece haber existido. Leyendo y oyendo lo que se escribe y lo que se dice, parece que sólo venimos de una situación histórica "difícil", o poco más, pero que ya se ha superado, si es que se concede que venimos de algún sitio y no estamos permanentemente instalados en un puro presente delirante donde a las nueve de la mañana, como ha dicho Manuel Vicent, la carne está ya picada y las cabezas de los ladrones se hallan debidamente con dimentadas para su mejor de gustación. Franco, sus ministros y sus funcionarios murieron -los que murieron- en la cama, en sus camas, lo que fue un inequívoco signo de justicia histórica; González y los suyos deben terminar mucho peor -no me atrevo a decir cómo para que la justicia resplandezca.
El espectáculo es verdaderamente único. Y uno, que es consciente de los gravísimos errores cometidos por este Gobierno -entre ellos el de haberse olvidado demasiado del socialismo, esto es, de su memoria-, no puede por menos de recordar ("recuérdalo tú y recuérdalo a otros") la campaña de difamación que soportó don Manuel Azaña durante toda la República, campaña cuyo desenlace natural era, desde 1931 (y no lo fue porque México e Inglaterra lo impidieron), el fusilamiento del presidente en la cárcel Modelo de Madrid, a ser posible debidamente confesado y comulgado. Hoy, como los tiempos son más suaves (lo permite la. acumulación capitalista, sea dicho en lenguaje antiguo), el destino natural de González y los suyos es, cuando menos, su entero descrédito civil y moral, de modo que quede arruinada para los siglos toda posibilidad de un verdadero proyecto de izquierda -basta con que sea de verdad socialdemócrata- en este país.
"España se repite", dijo Ortega. Pues bien, en la repetición estamos. Si no se entiende esto no se entenderá nada de lo que está ocurriendo.
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