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Del Caribe hasta Carabanchel

La ginecóloga de la cárcel madrileña fue una de las cubanas repatriadas por Suárez en 1978

, Hace 17 años, el 1 de octubre de 1978, Noemí Romero, una ginecóloga cubana casada con un exiliado español, pisaba Barajas por primera vez en su vida. Era uno de los 109 primeros repatriados de Cuba gracias al convenio suscrito por Adolfo Suárez y Fidel Castro que permitía, por primera vez en la historia del castrismo, la salida de la isla a los residentes españoles y a sus familiares cubanos sin tener que renunciar a sus propiedades insulares. El DC-8 de las Fuerzas Armadas en el que habitualmente viajaban el propio presidente del Gobierno y el Rey llegaba a Madrid con varias horas de retraso por el esfuerzo titánico, pero estéril, de incluir en el grupo a dos presos políticos españoles. Uno de ellos era Eloy Gutiérrez Menoyo, liberado tiempo después y en la actualidad uno de los líderes en el exilio más predispuestos al diálogo con Castro. Ahora, en España, Noemí Romero pasa gran parte de sus días entre rejas. Es la ginecóloga de las reclusas madrileñas.Aquel 1 de octubre Noemí Romero aterrizó en España enfundada en un vestido demasiado fino para el otoño madrileño, y en las fotos de los diarios su rostro contrastaba con la emoción del resto de sus compañeros de viaje. Ni los gaiteros del Centro Gallego que habían acudido a recibirles lograban levantarle el ánimo. "No sentía alegría alguna. Había un cielo gris, lloviznaba y sólo sabía que me quería volver. Me tiré llorando todo el día". En La Habana quedaban sus padres, su hermano, sus amigos y sus 31 años. Empezaba de nuevo.Tras la amnistía de 1977 en España, su marido y ella habían barajado la posibilidad de dejar Cuba, pero el viaje de Suárez agilizó tanto los trámites que apenas tuvo 15 días para enfrentarse a un cambio tan radical. "Fue como en una moviola. En dos semanas arreglamos los papeles, dejamos un poder a mis padres para que administraran nuestras cosas e hicimos las maletas".

Madrid le resultó fundamentalmente extraña. La moneda, las comidas y sobre todo la cesta de la compra eran sus habituales pesadillas. "Cuando entraba en el mercado me mareaba el olor de tanta comida junta. En Cuba trabajaba y no solía hacer la compra, y además allí te llevabas lo que había, no tenías que elegir. Todavía hoy le sigo diciendo al tendero que me dé lo más blandito". Pero lo peor de todo fue no trabajar. Los tres años de medicina rural y los otros tres como médico residente de nada le servían sin la convalidación. Como generalista aprobó en febrero de 1980, pero hasta julio de 1982 no pudo ejercer como especialista en ginecología y obstetricia.

Tras un breve paso por el Clínico, en junio de 1983 entró en la cárcel de Yeserías como ginecóloga y generalista de las casi 250 reclusas que por entonces había en Madrid. El equipo médico era reducido (un jefe de servicio, una pediatra, una psiquiatra y ella) y los medios también. Por eso rápidamente se doctoró en otra especialidad: rellenar solicitudes. Así consiguió, con el tiempo, los espéculos y las sabanitas desechables, el ecógrafo y sobre todo la práctica generalizada de citologías. "Cuando entré no se hacían porque n o teníamos quien analizara las muestras. A través de Instituciones Penitenciarias contacté en 1984 con el Ayuntamiento y conseguí que nos hicieran los análisis en el centro de salud de la calle de las Navas de Tolosa. Ahora ya tenemos nuestra propia citóloga".Doce años después, la prisión de mujeres, ahora instalada en Carabanchel, la ha enganchado definitivamente. "Nunca pensé que iba a durar mucho y, sin embargo, ahora es lo que más me gusta. La cárcel es como cualquier otra consulta, sólo que además puedes hacer lo que no haces en otro sitio: un seguimiento integral de cada paciente, muy cercano a la idea de medicina comunitaria que practiqué en Cuba". En el consultorio -ocultas las rejas por una cortina azul-, la doctora Romero asesora a las internas en materia de planificación familiar, les hace las revisiones y el seguimiento obstétrico y tramita las solicitudes de aborto que se atengan a la legislación actual.

También atiende a las gestantes, y muestra orgullosa su último logro: la cartilla rosa de la embarazada. "En 1994 tuvimos 87 gestantes, y en lo que va de año, 20. Algunas entran ya en estado de gestación; otras se quedan durante los cara, a cara". Sólo en el momento del parto o cuando se requiere cirugía remite a sus pacientes al Gregorio Marañón. Los cuadros clínicos, aunque no muy diferentes de los de cualquier ambulatorio, sí revelan una mayor presencia de sida o de infecciones relacionadas directamente con este virus, porque, como afirma la ginecóloga, "se trata de un grupo de riesgo".

En la actualidad, por el consultorio no sólo pasan las reclusas de. Carabanchel, sino también las de Navalcarnero y Alcalá-Meco. El día que se hizo esta entrevista les tocaba el turno a las pacientes de casa, y el ambiente era distendido, casi familiar. "Más que cualquier charla informativa, lo que aquí funciona es el boca a boca. Ellas te conocen, saben cómo funcionas; y cuando entra una nueva reclusa te la mandan para que la veas. Más de una sólo va al ginecólogo aquí dentro". Su acento, inequívocamente cubano, juega también una baza a su favor. "A las españolas les da lo mismo, pero las de fuera te sienten más cercana, porque te ven un poco extranjera como ellas".

Al igual que con la cárcel, su apego por Madrid necesitó larvarse durante mucho tiempo. "Volvía de un híper en la carretera de La Coruña y, al enfilar Princesa y ver la Gran Vía al fondo, por primera vez sentí que volvía a mi casa". Habían pasado 10 años desde que aterrizó en Barajas. Ahora ya ha asumido que sus afectos están irremediablemente repartidos entre Cuba y España. "Me siento cubana, pero sé que también soy de aquí. Creo que estoy para siempre partida".

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