"Tenemos que hacer Hollywood en Europa"
Marcelino Oreja (Madrid, 1935), diplomático, ministro de Asuntos Exteriores con la UCD (1976-1980), secretario general del Consejo de Europa (1984-1989), eurodiputado, es comisario europeo desde hace 11 meses. Responsable de Cultura, Audiovisuales y Asuntos Institucionales, este democristiano, muy cercano al presidente de la Comisión, Jacques Santer, acaba de salir bien librado de la batalla de las cuotas televisivas, con un texto que no despierta pasiones pero que genera consenso. Tras la regulación, prepara ahora medidas de fomento a la producción.
Pregunta. A raíz de la discusión de las cuotas televisivas, le han acusado de intervencionista.
Respuesta. Olvidan que el producto cultural no es una mera mercancía. Tiene un componente comercial, pero consume su razón de ser en algo más que en el hecho de ser comprado y vendido en el mercado. El peligro, hoy, es el rodillo de la homogeneización de la cultura. Los europeos debemos evitar el riesgo de que la masificación nos prive del sentido de la excelencia que nos conduzca a la vulgaridad.
P. ¿Con qué tipo de obras cree que se alcanzaría esa excelencia?.
R. Todos hemos visto cantidad de películas de indios. Los jóvenes que las devoran y que conocen al dedillo la guerra de Secesion americana, ¡qué poco conocen de, la guerra de los Cien Años o de las guerras de religión! ¿Cómo se puede entender Europa sin saber nada de Westfalia o de la guerra de las Dos Rosas, del nacimiento de las nacionafidades? Se han rodado poquísimas películas sobre la guerra de los Cien Años. Un gran productor europeo me decía recientemente: "Lo que tenemos que hace es Hollywood en Europa". Una obra gigantesca, para el cine o para cuatro capítulos televisivos. Hay que estimular producciones nacionales como La Regenta, pero no sólo eso, porque es magnífica, aunque se entiende peor en Austria. Unos buenos largometrajes históricos asentarían más nuestra personalidad.
P. No hay una industria europea que pueda afrontarlo, la más importante es la francesa.
R. No hay industria potente, y el sistema de cuotas no ha resuelto este problema. Sí hay una industria francesa que produce cultura francesa -el apoyo al cine francés ha sido diez, veinte veces superior al recibido por el español-, un ingrediente importante de la cultura europea, pero que no la agota: la cultura europea debe tener una perspectiva más amplia.
P. ¿Por eso se propone un paquete de fomento de la producción?
R. Son tres pasos. El primero fue aprobar el programa Media 2, que cubre el capítulo de la formación y la distribución, de todo lo que no es producción directa, con un presupuesto de 65.000 millones de pesetas, bas tante significativo, sobre todo porque, tratándose de progra mas que se financian hasta un máximo del 50%, generan una financiación nacional de al menos otro tanto. El segundo, fijar las reglas de unas cuotas flexibles y a término; pero desengañémonos, el camino de las cuotas es episódico y no definitivo; es necesario en su temporalidad, pero de nin guna manera suficiente. El terce ro es fomentar la producción.
P. Para lo que se necesita dinero.
R. Voy a presentar un proyecto en las próximas semanas. Para fomentar la producción el camino es probablemente la financiación: un fondo comunitario sería adecuado. Si encontramos cien niillonesde ecus comunitarios, los Estados miembros podrían encontrar otros cien, y doscientos millones [unos 32.000 millones de pesetas] pueden ser un buen catalizador para empezar. ¿Cómo encontrarlos? Hoy por hoy, habrá que descartar una nueva fiscalidad, por lo que habrá que recurrir también a los institutos nacionales de financiación de los Estados miembros.
P. ¿Qué papel debe tener la cultura en la construcción europea?
R. Es importante para la construcción europea, como se vio al incluirla en el Tratado de Maastricht. La cultura debe pasar del reino de lo gratuito o irrelevante a convertirse en un sector decisivo también desde el punto de vista industrial. La industria cultural será uno de los sectores más dinámicos, hay un peso creciente de lo inmaterial en los procesos económicos. Y creo que es decisivo, porque sirve pata intentar resolver los grandes problemas del siglo XXI: la exclusión social, la quiebra de valores, la uniformización de procesos y prácticas, la insolidaridad, la violencia urbana, la droga, el sida y otras formas de autodestrucción. Son problemas sociales frecuentemente de raíz económica, pero sólo la cultura puede darles una respuesta.
P. ¿Qué entiende por "cultura europea"?
R. A veces se acusa a la construcción europea de poner en peligro las identidades culturales, locales, regionales o nacionáles, y se la hace responsable de la homogeneización. No. La Europa de la cultura es el conjunto de las culturas que la forman: para seguir existiendo en su diversidad tienen que apoyarse en lo que tienen de común. Su mejor trinchera es el núcleo de valores y rasgos comunes que las diferencian de otros conjuntos culturales. Eso es la identidad cultural europea.
P. Puede concretar esas diferencias.
R. La cultura norteamericana es un melting pot, sí, pero de lo wasp [blanco, anglosajón, protestante]. No ha conseguido mezclar e incorporar otras culturas presentes en el país -la hispana, la china, la japonesa, la negra- a ese melting pot. La cultura americana tiene una identidad no mezclada con otras. En cambio, en la europea hay un auténtico conjunto de elementos culturales diversos.
P. Estados Unidos practica el multiculturalismo, reconoce la diferencia, ¿no es una buena fórmula para la lucha contra la exclusión que le preocupa?
R. El reconocimiento del derecho a la diferencia deriva de uno de los pilares de la construcción europea, su vertiente humanista, el respeto a la alteridad, como reclamaba Levy Straus. Quiero ser muy práctico en la lucha contra la exclusión y centrarme en un proyecto concreto, la promoción de la cultura en los barrios difíciles. ¿Sería tan difícil destinar los resultados de un día de lotería para promover, por ejemplo, un grupo musical en los barrios difíciles de dos o tres ciudades? Estoy trabajando en ello, junto con autoridades municipales, con Cohn-Benhdit en Francfort, también en Milán.
P. La acción pública adolece de dispersión de esfuerzos.
R. Ya me he entrevistado con el secretario general del Consejo de Europa y con el director general de la Unesco. Voy a tratar de concertar acciones en tres asuntos concretos de común interés para las tres organizaciones: formación para los oficios que se ocupan del patrimonio artístico y cultural, como los artesanos; turismo cultural, esto es, las fiestas culturales, las ciudades históricas y el turismo de masas, y la construcción de un banco de datos sobre informaciones turísticas y culturales.
P. Aparte de los audiovisuales, dispone de pocos recursos, unos setenta millones de ecus (12.000 millones de pesetas).
R. Dispongo de medios modestos, y no caeré en la tentación de destinarlos a completar los medios de un Estado que no alcanza a cubrir su objetivo. No puede dirigirse la cultura desde la UE sustituyendo a los Estados o las regiones. Pero desde Bruselas sí debemos tratar de encontrar ese común denominador de culturas.
P. No es tan fácil.
R. Pero existe, palpita en hábitos, en formas de vida. Desde santo Tomás a Nietszche, desde san Buenaventura a Spinoza, hay mayor conexión de la que pueda haber en el mundo budista o sintoísta. Hay un sustrato común del que surgen la filosofía y la política griega, el derecho romano, el respeto al prójimo que infunde la civilización cristiana. Sin perjuicio de los hechos diferenciales que aportan los Estados nacionales que se proyectan desde el Renacimiento. Pero al final, transcurridos cinco siglos, sigue habiendo unas referencias comunes que diferencian al ciudadano de Vilnius o de Tarifa del" de Osaka o Madrás.
P. Uno de ellos es la cultura democrática, pero a Europea le falta orgullo exportador.
R. Cierto, Europa no debe limitarse al respeto interno de los valores humanistas dentro de sus fronteras, sino también en su expansión hacia afuera, con una visión universalista. No puede aceptarse ninguna fórmula social o política si se aleja del respeto a los derechos de la persona. Pero la coherencia de los valores con los intereses a veces resulta complicada.
P. Usted proponen reactivar el Camino de Santiago. ¿No peca de historicismo?
R. ¡Es un ejemplo tan evidente de la Europa en movimiento! Es un lugar de encuentro de gentes que proceden de distintos países. Lo importante del Camino es vivirlo, porque evidencia el hecho histórico y presente de la cultura europea: el sentido de la justicia, con el reconocimiento del extranjero; el albergue al peregrino; convivencia y solidaridad.
P. Hay circuitos más actuales, como el del modernismo.
R. Hay muchos. A través de las nuevas tecnologías podría mos lanzar de nuevo las rutas de las catedrales o las universidades. Con CD-ROM, el visitante de Oxford pueda cotejar su arquitectura in situ con la de la niversidad de Bolonia o la de Salamanca.
P. Muchas ideas pero poco dinero.
R. Es que hemos de cambiar la idea de subvención por la de animación, desde la UE, para lo que se pueda hacer desde los Es tados, comunidades autónomas, fundaciones.
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