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Reportaje:

"Si los croatas nos atacan, Zagreb será destruida"

Los serbios de la Krajina ocupada admiten estar hartos de la situación de no-paz y no-guerra

ENVIADO ESPECIALLa gasolinera en la autopista que une Zagreb y Belgrado parece un mercado, de puro abarrotada. Hay muchos coches esperando repostar, en una babel de matrículas, algunos sin ellas. Pero hay mucha más gente, de todas las edades, en los alrededores hablando frenéticamente, entre abrazos y caricias. Sendas interminables colas ante dos teléfonos públicos. La escena, a unos 130 kilómetros de Zagreb, en una planicie lluviosa en la que apunta la primavera, era impensable hace poco más de tres meses. Han tenido que pasar casi cuatro años para que estas familias croatas divididas puedan reunirse en plena carretera. Algunos de sus miembros viven en Croacia; otros, en la Krajina, el territorio croata en manos de los rebeldes serbios desde 1991. Teóricamente están en guerra.

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Todos tienen cartas y paquetes para alguien. Quienes proceden de la más abastecida Croacia entregan a sus parientes y amigos comida, ropa, bebida. Los serbocroatas de Krajina llegan con las manos vacías en coches que apenas se sostienen. En el territorio que controlan, que prácticamente depende de la lejana Belgrado para su supervivencia, tienen derecho a 10 litros de gasolina mensuales, a tres marcos el litro. El abuelo Zoran viene desde la vecina Okucani, lado serbio, y es la, primera vez que ve a su nieta Vesna, de dos años.

El 30% de Croacia en manos serbias está aislado del resto del país. A lo largo de una estrecha franja que abarca discontinuamente más de mil kilómetros, 14.000 soldados de la ONU se interponen desde 1992 entre los contendientes, que libraron en 1991 una sangrienta guerra, con miles de muertos y centenares de miles de desplazados. En las próximas dos semanas, y tras la prolongación de su mandato por el Consejo de Seguridad, Naciones Unidas tiene que negociar con unos y otros una sustancial reducción de la presencia de cascos azules en la zona.

El presidente croata, Franjo Tudjman, que reclama conforme al derecho internacional total soberanía sobre la Krajina, ha impuesto como condición para la permanencia de la ONU que una parte de sus fuerzas vigilen la frontera entre Croacia y Serbia, a través de la cual los separatistas serbios son aprovisionados de armamento. Los líderes de la Krajina se oponen.

Sobran armas

"Armamento no es lo que necesitarnos", asegura un soldado serbio en el puesto fronterizo que da entrada a Okucani desde la autopista. A unos pocos metros está camuflada una tanqueta azul. Algo más allá, un asentamiento nepalí de la ONU, cuyos soldados han construido a la entrada una pequeña pagoda. Veintisiete kilómetros de la autopista, que discurre casi paralela al río Sava, atraviesan la Krajina y están controlados por los serbios, aunque sólo es visible en todo el tramo, patrullado regularmente por los cascos azules, una de sus garitas.

"El Ejército yugoslavo nos dejó de todo antes de retirarse, y los croatas saben que si nos atacan Zagreb será destruida por nuestros lanzacohetes Katiuska", añade el militar serbio. En la Krajina, una larga franja en forma de cuarto creciente entre Croacia y Bosnia, sin ningún estatuto internacional, viven cerca de 400.000 serbios separatistas (Zagreb dice que 100.000), de los cuales unos 45.000 forman parte del Ejército o la policía. Éstos son prácticamente los únicos que tienen un empleo. Agricultura y ganadería permiten el autoabastecimiento alimenticio del territorio. Nadie sabe cuántos croatas quedan en la Krajina, pero las estimaciones más optimistas no llegan a los 5.000.

Aunque la moneda oficial es el dinar serbio, la mayoría de los soldados y policías que custodian el puesto de Okucani no han visto nunca uno. Krajina es, como Bosnia, área marco. La paridad oficial, como en Serbia, es un dinar por un marco, pero en el mercado negro se pagan hasta 1,80 dinares.

Deseos de buena vecindad

Unos y otros -uniformes en buen estado- intentan allanar la montaña de trabas que dificultan la entrada del periodista al territorio prohibido de los serbios de Croacia y admiten estar hartos de esta situación de no-paz, no-guerra. Esperan una solución, dicen, que les permita vivir en paz, "como buenos vecinos", con el régimen de Zagreb.

"Los políticos son iguales en todas partes", asegura distante un sargento de azul ferroviario bajo la bandera tricolor serbia. "Aquí, el más popular es Milan Martic. Después, Vojislav Seselj·". Martic, un radical y ex inspector de policía, es el presidente de la autodenominada República de la Krajina Serbia, cuya reunificación con los serbios de Bosnia pretende. Seselj es un protonazi serbio, enfrentado ahora con el presidente Milosevic, cuyas milicias son responsables. por los más criminales actos de purificación étnica en Croacia y Bosnia-Herzegovina.

Desde Zagreb a Osijek, en la Eslavonia oriental, casi en la frontera serbia, se puede llegar ahora en poco más de dos horas., menos de la mitad que antes de la reapertura, cuando el viaje se hacía bordeando la Krajina. A Belgrado el viaje duraba tres horas y media en 1991, pero la autopista acaba ahora en Lipovac, un pueblo que nadie conocía hace cuatro años. Serbia no reconoce a Croacia ni a Bosnia. Una de las cartas que juegan Europa y Estados Unidos para intentar acabar con la guerra en los Balcanes es la de presionar a Belgrado, a cambio de levantarle las sanciones, para que acepte las fronteras de ambos países previas a la descomposición de Yugoslavia,

La autopista, sin embargo, es todavía un lujo vacío. "Los croatas no la transitan por miedo, a pesar de que ha estado cerrada cuatro años", dice un soldado nepalí junto a una tanqueta de Naciones Unidas. La curiosidad puede menos que la guerra de propaganda de Zagreb. La mayoría de los croatas cree que aventurarse en dirección Belgrado a través de la Krajina equivale a correr un riesgo de muerte. La retórica belicista sigue siendo formidable por los dos lados. La constante evocación nacionalista de las matanzas de unos y otros produce resultados tribales.

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