Con bula o sin ella
Un privilegio papal concedía asilo a los forajidos en el municipio que hoy "da nombre" a la cárcel de máxima seguridad
"No te valdrá ni la bula de Meco" es una sentencia figurada y familiar que recoge el Diccionario de la Academia. Dícese generalmente en son de amenaza, y viene a significar: "¡Nada ni nadie te librará de recibir tu merecido, cobarde!". La frase adquiere una dimensión imprevista, ya que Meco da nombre, a su pesar, a una cárcel de máxima seguridad enclavada en el término de Alcalá de Henares (ver EL PAÍS del pasado 28 de febrero). Además, dicho penal alberga en estos días revueltos a prisioneros demasiado famosos. Indagar las razones por las que un pueblo inofensivo del valle del Henares resplandece en la historia de la infamia española es el aliciente primero (mas no único) de esta excursión.Parece ser que el rey Carlos III estaba muy enojado con los fugitivos de su justicia porque, cada vez que los corchetes les iban a echar el guante, se refugiaban en una iglesia. De modo que escribió al Pontífice implorándole que pusiese coto a semejante cachondeo, a lo cual Su Santidad respondió expidiendo la bula de marras, que reducía el derecho de asilo a unos pocos templos, entre ellos el de Nuestra Señora de la Asunción de Meco. En adelante, Meco sería el santuario de los Vaquillas, Angleses y Roldanes del siglo XVIII y del XIX. Existe incluso un lienzo en el Museo de Arte Contemporáneo, obra de Francisco Américo, que recrea el asunto.
Lo que ya no existe es el arco de hierro, angosto como la esperanza de los forajidos, que se alzaba junto al Ayuntamiento y por el cual habían de pasar aquéllos para acogerse a los beneficios de la bula. Permanece la iglesia, eso sí, con sus aires de señora catedral, que por tal la Aspecto de la plaza de Meco. tienen los nativos. Es del siglo XVI, enorme, de piedra y ladrillo, con alta y cuadrada torre campanario, tres naves, coro, cúpula y cupulina en el crucero, nervaduras flamígeras en las bóvedas..., y todo ello sostenido por columnas airosas, toscanas, como sugiriendo que no hay peso más llevadero que el de las buenas obras.
Pinturas y blasones,
También se conservan las joyas' de sus retablos, tallas" imágenes, pinturas, tablas, un relicario de 1715 y una pila bautismal del siglo XVI. Pero lo que de veras justifica una visita al lugar es un tesoro mucho, más cotidiano. Tanto, que se puede incluso pasear por él. Se trata de la calle Mayor, la cual está flanqueada por casas nobles *y palacios en cuyos blasones,' ventanas enrejadas y portalones se advierte el dominio sucesivo de los Mendoza, de los Mondéjar y de cuantos señores enriquecieron la población a lo largo de su mucha historia.
Entre Meco (la Miacum romana que ahora tiene 3.917 habitantes) y Camarma de Esteruelas media apenas una legua, o sea, unos cinco kilómetros. Hasta hace unos años, esta localidad de 1.868 almas no tenía mayor misterio que el ábside de su iglesia, hermosamente mudéjar, a la entrada de un pueblo más bien feo, aquejado de una incipiente modernitis arquitectónica. Ni siquiera el topónimo encerraba secreto alguno, pues provenía (y proviene) del arroyo de Camarmilla y de las esteras de esparto que en tiempos se tejían por estos lares. El caso es que, un día feliz, alguien -acaso el párroco- fue a cambiar un enchufe o alguna de las alcayatas que sostenían al Cristo, y se topó en el muro interior del ábside con unas pinturas románicas de las que hacen hincarse de rodillas hasta a los ateos confesos. En Asturias o en el Pirineo leridano pasarían inadvertidas. En el oriente reseco de Madrid, son como el agua de mayo.
Arrimadito a Guadalajara, el caserío de Valdeavero (517 habitantes) sí que encierra un par de misterios. El primero, aunque menor, es el nombre verdadero del palacio que se halla a la vera de la iglesia barroca del XVIII: unos cronistas le denominan del Marqués de Valdeavero, otros de Campoflorido y hay incluso quienes le llaman de Floridablanca, porque en él pasaba temporadas el ministro de Carlos III.
El segundo enigma tiene que ver, con sus huevos..., los que ponen las gallinas, entiéndasenos. Es frecuente que tengan dos yemas y -¡agárrense!- se exportan al golfo Pérsico.
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