De la rutina rentable
A priori, las siete candidaturas recogidas por Cadena perpetua parecían un exceso, toda vez que se trata del filme de un debutante, el guionista Frank Darabont; de que el tema que aborda es tan poco grato como el carcelario, y que los actores, aunque estén encabezados por dos tan competentes como Robbins y Freeman, no son lo que se dice estrellas de primera magnitud.Visto el filme, las razones de la benignidad de la Academia hollywoodiense resultan más comprensibles. Porque si bien es cierto que Darabont no es precisamente un genio -cuenta como guionista con un único crédito atendible, el del Frankenstein, de Kenneth Branagh; el resto de su filmografía como escritor incluye majestuosas tonterías como La mosca II o Pesadilla en Elm Street 3-, no lo es menos que la historia que tiene entre manos reúne las características esenciales para convertirse en un filme de masas. Sólo en eso, también conviene aclararlo: porque Cadena perpetua es, antes que un filme atendible, una inteligente operación de mercado.
Cadena perpetua (The shawshank redemption)
Director: Frank Darabont. Guión: F. Darabont, según el relato de Stephen King, Rita Hayworth ant the shawshank redemptión. Fotografía: Roger Deakins. Música: Thomas Newman.Producción: Niki Marvin para Castle Rock. Estados Unidos, 1994. Intérpretes: Tim Robbins, Morgan Freeman, Bob Gunton, William Sadier, Clancy Brown, Gil Bellow. Estreno en Madrid: Carlos III, Bristol, Vergara, Liceo, Palacio de la Prensa, Ciudad Lineal, Cristal.
Operación estrictamente comercial, en tanto cuenta una historia con todos los ingredientes para interesar a un público amplio y poco exigente: una lucha personal contra una situación no ya injusta, sino aberrante; la fuerza de voluntad de un personaje aparentemente impenetrable, pero en el fondo tremendamente inteligente, lo que lo hace particularmente interesante para una identificación masiva; algunos guiños cinéfilos bien escogidos que, además, ayudan a la resolución de la trama.
Injusticia
Y por si fuera poco, una peripecia que pone en jaque a la justicia americana, aunque al mismo tiempo la deja en buen lugar: como es preceptivo. Aquí pagan los que tienen que pagar y, además, las situaciones de flagrante injusticia que se muestran se producen en pasado, ya que el arco temporal que abarca va de 1947 a mediados de los sesenta.
Operación de venta a cualquier precio es también el proponer al espectador contenidos y conflictos plenamente reconocibles por ya vistos, y muchas veces: las largas dos horas y cuarto que dura el filme están puntuadas por cosas como el acoso sexual a un novato condenado a cadena perpetua; la brutalidad del capitán de los guardias; la venalidad del alcaide, la solidaridad de clan de algunos reclusos; el desacostumbramiento a la vida civil tras largas permanencias entre rejas. A los que hay que añadir también, como no podía faltar, el final edificante y reconfortador, y una puesta en escena perfectamente calculada, entre blanda y denunciadora, pero sin pasarse: se diría que, a pesar de todo, los reclusos viven en el mejor de los mundos posibles, y todos ellos son susceptibles de trocar su mísera condición en la de habitantes de un paraíso cualquiera. Como la pareja protagonista.
O sea, que Cadena perpetua es un filme inteligente de cara a su rentabilidad, pero rutinario, mil veces deglutido y asimilado desde sus valores estéticos o narrativos. En ese sentido, Frank Darabont se revela también un listo aspirante a cineasta; sin riesgos de ningún tipo, se limita a ilustrar un guión convencional del cual él mismo es responsable, al tiempo que pone en manos de sus dos máximos protagonistas todo el peso del asunto. A eso se le llama nadar y guardar la ropa. Aunque también es cierto que de este baño saldrán muchos con lágrimas en los ojos, seguro.
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