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Bruselas muestra cómo los pintores flamencos se adueñaron de la técnica italiana

Inaugurada en la capital belga una gran exposición con 250 obras del Renacimiento

Xavier Vidal-Folch

Todos los caminos conducen a Roma. Una exposición de 250 pinturas, grabados y esculturas que, bajo el título Flamencos en Roma, se inauguró ayer en Bruselas constituye una inhabitual demostración artística del viejo refrán. Obras de los Bruegel, Rubens y Giambologna -el sucesor de Miguel Ángel en la corte de los Médicis- ilustran al detalle la absorción de las técnicas del Renacimiento italiano por los artistas del Norte.

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Hay exposiciones de autor, exposiciones de escuela y exposiciones de época. Suelen ser compactas, ofrecen respuestas globales y panoramas acabados. Flamencos en Roma pertenece a otro género: la exposición de recorrido, de trayectoria, de tesis. Un evento más complejo, que sugiere tantas preguntas como respuestas regala.La tesis tiene larga trayectoria en la historia del arte: el Renacimiento nórdico, más tardío que el mediterráneo, logra su plenitud por contagio y absorción del nuevo esplendor italiano. Pero pocas veces como en esta muestra esa realidad histórica se aprecia tan plásticamente.

En el siglo XV, la cultura pictórica nórdica luce un realismo detallista, arrastra un fuerte peso de la temática religiosa y exhibe una visión analítica heredera del estilo internacional tardomedieval. El Renacimiento italiano se basa en el antropocentrismo, propugna el retorno al mundo clásico y logra expresar una nueva visión del mundo. Técnicamente, incorpora la perspectiva de punto central y el estudio del cuerpo humano. "Por mediación de los humanistas, todo el mundo quiso apoderarse de esa cultura", recuerda la comisaria de la exposición, Nicole Dacos, profesora y directora del Fondo Nacional de Investigación Científica de Bélgica.

La exposición que ilustra este apoderamiento -y que se trasladará a Roma a final de mayo- abarca todo el siglo XVI. En su primera mitad destacan las obras de Maerten van Heemskerck, que realizó más de cien dibujos de las ruinas romanas, erigiéndose en precursor del género de los veduta, verdadera especialidad de los flamencos. Resultaría sugerente situar una magnífica tela del autor, Venus y Amor en la fragua de Vulcano, de 1536, junto a la obra que del mismo tema pintó Velázquez. Junto a estas obras, una Sagrada Familia de Peter de Kempeneer y distintos retratos de Tommaso Vincidor -que vuelve a Bruselas en 1520, tras haber trabajado con Rafael- evidencian la influencia de Sanzio en el Renacimiento nórdico: envió a Bruselas sus diez cartones sobre los Hechos de los apóstoles para que fueran trasladados al tapiz.

Otro importador del modo italiano a los Países Bajos fue Jan van Scorel, a quien el papa de Utrecht, Adriano VI, había atraído a Roma. Su Entrada de Cristo en Jerusalén (el tríptico Lokhorst) debe mucho a su conocimiento de los frescos de Miguel Ángel en el Vaticano y al taller de Rafael. Grabado de estampas

Desde mediado el siglo, los flamencos destacaron en la reproducción mediante grabado de estampas inspiradas en esculturas de la antigua Roma o en obras contemporáneas. Así, desparramaron el Renacimiento mediterráneo sobre el norte de Europa. La gran crisis político-religiosa de 1566, marcada por la Contrarreforma de los Austrias, añadió el exilio político-cultural al interés por el nuevo arte como motivación de los flamencos para viajar al sur. Se sumergen en Miguel Ángel y en Rafael y "dejan atrás su manera bárbara de pintar, como decía Van Maner", uno de ellos, "apropiándose de los cánones de belleza antropocéntrica propios de los italianos", destaca el co-comisario de la exposición, Bert Meijer.

Meijer sostiene que, tras la muerte de Buonarrotti, los flamencos pasarán por delante de sus maestros mediterráneos. Una opinión que basa, sobre todo, en figuras como Jean de Bologne (Giambologna), sucesor del autor de los frescos de la Capilla Sixtina como primer pintor de los Médicis, y del que se exhiben esculturas magníficas; Barthel Sprangler, paisajista y creador de altares, que recalaría, después de Roma, en la corte praguense de Rodolfo II; Piet Bruegel, de quien se muestran seis paisajes de la Pinacoteca Ambrosiana; el paisajista Paul Bril, y la cumbre de los flamencos italianizados, Rubens.

Pedro Pablo Rubens tuvo "el más importante y bello encargo de toda Roma", cómo él mismo escribió en 1606: el altar de la Chiesa Nova. Algunos dibujos suyos inspirados en la obra mural de Rafael en la Farnesina muestran al Rubens más contenido, menos manierista.

Pero no a todos sus compatriotas les fue igual de bien. "La mayor parte de los nórdicos se tuvieron que contentar con ejecutar a bajo precio cuadros de pequeño formato" sobre temas "religiosos estereotipados y frecuentemente repetidos, era su ganapán", explica Meijer. "No hay un solo zapatero que no posea un paisaje flamenco u holandés", escribió Vasari, con tono de desprecio.

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