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Una visión sociológica del 'spray art'

Un profesor gana el Premio Fundesco con un ensayo del 'graffiti'

Amelia Castilla

Carlos Varela, el compositor cubano, canta en su primer disco: "Y llenó el asfalto con su graffiti de amor"; los raperos mutilan los libros de la biblioteca del Museo Nacional Reina Sofía para llevarse las reproducciones de Keith Haring; en las discotecas cachean a los quinceañeros, en busca de rotuladores, y las paredes de las ciudades se inundan de tags (firmas). Un tema polémico al que la Fundación Fundesco ha concedido el premio de ensayo: la obra del profesor Joan Garí Clofent La conversación mural: ensayo para una lectura del graffiti.

Joan Garí, de 30 años, profesor de instituto en la localidad castellonense de Vall d'Uixó, no verá cumplido su sueño de ver publicado el libro hasta el próximo mes de abril. "Es la culminación de un trabajo que tiene 10 años", explicó en una conversación telefónica. Su interés por lo que ya se donomina el spray art se remonta a la época en que estudiaba Filología Catalana en la Universidad de Valencia. Entonces realizó un trabajo de fin de curso sobre el tema. Corría el año 1986, y el barrio valenciano del Carmen estaba plagado de ruinas y de bares. Realizó 400 fichas con las pintadas, en su mayoría políticas, que encontró en los muros. Fue años después cuando leyó una noticia publicada en un periódico cuando se decidió a realizar un análisis sociológico sobre este fenómeno. La noticia en cuestión informaba de un experimento realizado en el zoológico de Amsterdan entre varios niños de cinco años y algunos monos. Se trataba de realizar dibujos sobre una cuartilla. Cuando Joan Garí leyó que los pequeños encontraban placer en salirse de los márgenes establecidos por la hoja de papel y que los monos no fueron capaces de romper su marco de escritura, empezó su ensayo sobre el graffiti.

Un acto de comunicación Escribir 300 páginas sobre lo que significan como discurso o cuáles son sus peculiaridades como acto de comunicación de masas le ha obligado a viajar a Nueva York y a París para recoger bibliografía y ver los trabajos que en estas ciudades se realizan. La teoría de Garí es que todo el mundo ha realizado una pintada en algún momento de su vida y que son una plaga de la sociedad moderna. El profesor defiende que los grafiteros se inician en las mesas de los colegios y en los retretes. "Se trata de un acto narcisista para reafirmar su identidad. Ya en el instituto, cuando se juntan con la pandilla y empiezan con la música dance o el hip-hop, adoptan un mayor compromiso y van dejando sus tags por todas partes".

Los teóricos aseguran que una de las claves del éxito de los murales callejeros es que van asociados a la protesta y que se trata de un acto prohibido. Un grafitero pillado con las manos en la masa dará con sus huesos en la comisaría y la multa no bajará de las 15.000 pesetas. "Es la voz de los sin voz. Se trata de un medio de comunicación en el sentido físico. Se traza en la pared, pero se pueden pintar en cualquier superficie. Es una metáfora de la voluntad expresiva del ser humano que no puede ser coartada ni constreñida", declara el autor de La conversación mural. "Es lo más parecido a la conversación cotidiana. Normalmente asistimos como espectadores a las distintas manifestaciones artísticas. El graffiti es el único discurso que nos queda, es nuestra ración de arte personal".

Cuando Garí, ya convertido en profesor, volvió al barrio del Carmen para copiar las nuevas pintadas, se encontró con que los eslóganes del tipo de "putas al poder que los hijos ya lo están" habían sido sustituidos en un 85% por tags. Cambian los tiempos, pero no el discurso. El 15% restante lo ocupaban pintadas como "Yo también quiero ir en, el Azor", "Se busca judío para hacer galletas" [firmado por la triple A], "Más vale una oveja negra que un borrego caqui" o "Si bebes no votes".

La irrupción de las firmas se ha convertido en un fenómeno imparable. Taki 131 (una de las firmas más reputadas del metro neoyorquino) ya se ha retirado, y lo mismo con los madrileños Muelle o la rata Bleck, pero cientos de discípulos caminan por las calles buscando un hueco para estampar su tag con un rotulador de punta gorda escondido en el bolsillo del vaquero. El mingitorio art -"Caga contento, pero caga dentro"- también prosigue su ascenso, aunque se notó una bajada con la aparición de los lavabos de diseño en las discotecas y bares de moda. Y para los grafs (frescos más elaborados) se siguen utilizando fundamentalmente personajes de los dibujos animados como Bart Simpson, e incluso tipos populares como Chiquito de la Calzada.

En España, en contra de lo que sucede en Estados Unidos o en otras ciudades europeas, no se respeta el código ético de evitar las zonas que ya han sido bombardeadas (pintadas), pero persiste la oposición por parte de los puristas de que sus obras se cuelguen en los museos. El pasado invierno una galería madrileña reunió por primera lo mejor de las pintadas artísticas. La contestación no fue ni la mitad de violenta de la que tuvo el ex ministo de Cultura francés Jack Lang cuando trató de integrar ese modo de expresión en el palacio de Chaillot. Joan Garí tampoco parece tener dudas al respecto: "Perdería su esencia".

Al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía ya han llegado los graffitis, pero aún no han pasado de la biblioteca. Miguel Valle-Inclán, jefe de documentación del centro, no se queja por que los grafiteros mutilen los libros para llevarse los dibujos artísticos. "Es mejor comprar libros nuevos que pagar el precio de que no vengan por aquí", asegura Valle-Inclán.

La polémica sobre si este movimiento, que nació en los sesenta en Estados Unidos y que tiene como expresión musical el rap, debería ser considerado un arte o si se trata simplemente de delincuentes urbanos no ha hecho más que empezar. El mercado ya ofrece el spray antispray, y ayuntamientos como el de Madrid dedican cerca de doscientos millones a la limpieza de las paredes.

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