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Esta noche, leche

Por arte y picardía de un doble subidón publicitario -coincidente con la caída en desgracia de una honesta ministra de Bill Clinton-, la escala de motivos para beber leche ha llegado a los labios tentadores de dos mujeres famosas: Lauren Bacall y Naomi Campbell. Nos mira de reojo la primera, con la boca cerrada y relajada, casi a punto de relamerse y, por ende, de convertirse en el flamante símbolo de una serenidad insaciable. Naomi, más traviesa -esconde ella las manos, mientras la Bacall se las lleva al cuello-, nos enseña a las claras su alegre dentadura y otras cosas, a medias, un poco más abajo. Pero sugerencia y descaro sirven aquí para lo mismo: aumentar el consumo de leche. De hecho, y es lo que cuenta, ambas llevan la marca blanca sobre el labio superior de la boca. Es su manera inconfundible, publicitaria, de proclamar a los cuatro vientos que acaban de tomarse un buen trago de leche. Todavía no han sacado la punta de la lengua o de la servilleta almidonada para borrar las huellas de su lechosa sed. Prolongan el momento del súbito después, lo elevan a la categoría de nata; y así posan las dos, tan tautológicas cruzadas, para volvernos a repetir, con elocuencia muda, que la leche es la leche, máxime cuando ahora, si seguimos a Luis Goytisolo, cabe pensar cómodamente en un millón de litros por palabra. (Sin ir más lejos, en este primer párrafo, que al fin se agota, puede el lector vicioso haber chapoteado entre unos seis o siete millones de litros de leche semidesnatada).Antes de las leches enriquecidas, pasterizadas, homogeneizadas y hasta limpiadoras, cuando la leche ni siquiera era entera sino leche a secas, sólo llamaban la atención su recta procedencia (madre, vaca, cabra u oveja, a lo común tirando tras el destete) y sus accidente concretos (subía, se cortaba, se agriaba o se hacía calostros). Con ella los rapaces crecían y engordaban, los guerreros bretones curaban sus heridas, Heraclés conseguía la inmortalidad, san Bernardo se convertía en hermano de Cristo, y de los pezones de una diosa hindú, la generosa Maya, manaba un mar de leche. Era, en definitiva, la versión más fluida de la piedra filosofal. Y de esa tradición mamábamos, incluso con la ayuda de animaladas legendarias (de Rómulo a Remo, tolón-tolón, pasando por Cleopatra), hasta que, disfrazada de caridad política, apareció la leche en polvo. Fue un corte, un desengaño y una merma de densidad.

Mientras tanto, a lo suyo, subrayaba la lengua española nuestra capacidad de asombro con el zumo sagrado de lo evidente: "¡Leches!". O le daba al suspiro de la vida su singular estilo de calidad: "¡Ay, la leche!". La ternura (del cordero lechal), el desdén ("ése no tiene ni media leche"), el perenne rumiar ("los jueces son la leche", "los políticos son la leche"), la amenaza ("¿a que te pego una leche?"), la prisa ("a toda leche"), la golosina (merengada o frita), el reproche sincero ("¡la leche que te han dao!"), el colmo ("la releche"), la bondad, el pregón habanero ("se va, se va"), la maldad, el racismo de los radioyentes ("¡ya está bien de tanta leche extranjera en los supermercados!"), la fábula que nunca se aprendió Mario Conde (La lechera), el puro insulto ("mamacallos") y aun las remotas advertencias del maestro de escuela ("alguno va a mamar de caliente") han condensado, sin cesar, el lado socorrido de la. mamada por respuesta.

Paralelamente, lo rijoso también se ha sumergido en el lecho blancuzco del mismo río. Para no resbalar por esa arcilla (que "la leche es cultura"), limitémonos a evocar el caso de una pegadiza canción, El cubo, interpretada por Peñaranda. En ella, un lechero llamado Penelón, natural de Caracas, aparece cual fijo servidor de una cliente mañanera: "Dice, metiéndole apuro,/ la señora Guanabera: / 'Echa la leche en el cubo/ y no la botes afuera'". Decepcionada al término,la cliente caraqueña se busca otro lechero porque aquél "siempre quería/ echar la leche en el suelo".

Lenguaje, imagen y fantasía se dan el lote, pues, para apoyar esa campaña publicitaria en favor, del consumo de leche. Así las cosas, ya tiene Isabel Gemio desbrozado el camino para titular su prograrna televisivo con la albura de un eufemismo capaz de eliminar, ante estómagos delicados y castas tragaderas, la crudeza inherente a toda equis intercalada: Esta noche, leche.

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