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Tribuna:TRAVESÍAS
Tribuna
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'La Regenta' y éxito

Antonio Muñoz Molina

Gracias a esos artefactos improbables que determinan en cada momento del día o de la noche el número de personas que hay frente a un televisor hemos descubierto en las últimas semanas cosas que ignorábamos sobre La Regenta, y que sin duda nos serán muy útiles desde ahora para juzgarla: La Regenta atrajo cierto día varias decenas de miles de espectadores menos que una serie titulada Quién da la vez, y en otra ocasión volvió a ser derrotada por un partido de fútbol. En las páginas de televisión de los periódicos, La Regenta parecía, más que el título de una de las mejores novelas españolas, el de un programa concurso parcialmente fracasado, y Lepoldo Alas, Clarín, recibía más o menos el mismo tratamiento que Vicente Escrivá o Francisco Lobatón. Si algún día se inventan aparatos de medir los lectores Como los que ahora miden las audiencias televisivas, es posible q ue las páginas de libros se dediquen a informar que cierta noche de enero, por ejemplo, Tom Clancy fue leído por 2.625.014 personas, mientras que a_Rubén Darío sólo lo leyeron 32.En la escuela, una de las primeras cosas que nos enseñaban era que no se podían sumar cantidades heterogéneas; ahora, en los periódicos más sofísticados, La Regenta, Quién da la vez y un partido de Liga merecen la misma consideración, y no se distinguen entre sí más que por el número de espectadores que atraen en una sola noche. Pero si el único modo de juzgar una obra cualquiera es su inmediata difúsión mercantil, da igual La Regenta que No desearás al vecino del quinto, y Vizcaíno Casas o Isabel Allende importan más que Juan Rulfo o que William Faulkner, que no aparecen nunca en las listas de ventas.

. A mí me intriga siempre el grado de sutileza casi metafísica con que se dilucida en cada instante el número. de espectadores que está teniendo un programa de televisión, que es una cosa tan frágil y sin duda tan incierta como las estadísticas sobre la popularidad de un gobernante. Es como si esa pasión o esa urgencia por medir lo que está ocurriendo justamente ahora llevara consigo la negación de lo que ocurría untos segundos antes o lo que vendrá un minuto después. A quienes medían las variaciones en la audiencia de cada capítulo de La Regenta seguramente no se les, pasaba por la imaginación que las desgracias de Ana Ozores llevan ya más de un siglo atrayendo y atesorando lectores, y, por supuesto, tampoco se detienen a considerar que muy posiblemente, cuando todos los programas de televisión de ahora, y también la mayor parte de los libros de más venta, estén olvidados, ese volumen denso y de letra apretada continuará siendo un sigiloso y obstinado best seller.

Hace, años me di cuenta, no sin alivio, de que algunas de las personas más incompetentes resultan ser las que en principio parecen más prácticas, las que nos aturden con su aire de determinación.y con la velocidad de sus actos, las que hacen tantas cosas que no tienen tiempo para nada y viven en un sobresalto de taxis y llamadas de teléfono. Frente a ese dinamismo, a uno lo acompleja un poco su propensión a la lentitud, su capacidad inagotable de haraganería. Pasa algo semejante con los libros, y hasta con los escritores: Rulfo y Onetti, que eran los novelistas más huraños del mundo, los más perezosos y refractarios a convertirse en viajantes de sus propios libros, ahora tienen una presencia firme y continua en las bibliotecas y en las librerías, y no hay el menor riesgo en predecir que la seguirán manteniendo durante muchos años. Los libros más estrepitosos son los que antes acaban sepultados en el silencio, y los que parecían más prácticos y comerciales, al cabo de un cierto tiempo acaban teniendo no sólo menos gloria, sino menos éxito comercial que los mejores.

Listas de ventas

El éxito o el fracaso, en literatura, y creo que también en cine, sólo se revelan con el pasó lento de los años. Los lectores de La Regenta no pueden medirse en el periodo de un minuto, sino en el de un siglo, y las listas de ventas, a las que tan aficionados se han vuelto los escritores últimamente, serían más fidedignas si aparecieran cada veinte años en vez de cada semana. No estoy defendiendo, con la usual hipocresía, la calidad frente a la cantidad, el reino de lo exclusivo frente al consumo de masas. A la larga, en ese ritmo demorado que mide la duración de la literatura, Rubén Darío es mucho más comercial que Tom Clancy, y Valle-Inclán, perfecto fracasado, tiene infinitamente más lectores que su contemporáneo B.lasco Ibáñez, paradigma del éxito internacional y las adaptaciones cinematográficas en Hollywood.

En 1939, unos meses antes de su muerte, los derechos de autor de todos los libros de F. Scott Fitzgerald ascendieron a la suma de trece dólares y treinta y tres centavos, cantidad cabalística que todo escritor debiera tener anotada siempre en un papel sobre su mesa de trabajo, un poco al modo en que los monjes cartujos tenían siempre a la vista una calavera. Según Jeffrey Meyers, que es el último biógrafo de Scott Fitzgerald, y uno de los mejores, a todo lo largo de los ochenta se vendieron anualmente en e¡ mundo trescientos mil ejemplares de El gran Gatsby. En 1945, cuando Malcolm Cowley preparó la antología The portable Faulkner, la mayor parte de los libros de éste -una sucesión imperturbable de obras maestras- no podían encontrarse ni en los mostradores de las librerías de lance. Hace unos meses, en todos los quioscos de España había una edición austera y excelente de El ruido y la furia.

También La Regenta la encuentra uno ahora en los quioscos, urgente como una novedad al cabo de más de un siglo, fortalecida por los años de adversidad y de olvido, multiplicada en imágenes de cine, no explicada del todo ni agotada por ellas, porque ninguna lectura puede apresar del todo ese libro. Cada cosa en su sitio, sin embargo: como guionista de televisión, y según los índices de audiencia, Leopoldo Alas, Clarín, no alcanza la maestría de Vicente Escrivá o de Antonio Mercero

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