Tener y no tener
Siete mil dias juntos tiene casi todos los ingredientes que una película requiere para atar al espectador a una butaca: una enrevesada historia truculenta de Alcoriza, de la que se intuye que se puede sacar partido dramático y humorístico si se le echan ganas y aciertos; magníficos intérpretes y, en algunos casos (recuérdese a José Sacristán en Un lugar en el mundo, a Pilar Bardem en Todo por la pasta, a Agustín González en Los peores años de nuestra vida, a María Barranco en Mujeres), excepcionales; un director que tiene a sus espaldas un capítulo esencial del cine español; una fotografía y otros envoltorios solventes. Pero no funciona.No funciona bien el guión, que no gradúa la doble escalada de horror y humor, de modo que lo truculento se enreda con lo ligero y no orienta cuándo sonreír o cuándo poner cara de circunstancias: un guión que, en lugar de incorporar la historia a la pantalla, la expulsa de ella. Un guión excesivamente deudor del exceso y cuya intención -para entendernos, de estirpe buñuelesca- se ve demasiado, peca de sobreabundancia. de evidencia.
Siete mil días juntos
Dirección: Fernando Fernán-Górnez. Guión: Luis Alcoriza, J. G. Mauriño, F. Morales y Fernán-Gómez. Fotografía: H. Burtnan. Música: M. Díaz. España, 1994. Intérpretes: José Sacristán, María Barranco, Pilar Bardem, Agustín González, Chus Lampreave. Madrid: cines Gran Vía, Minicines, Parque Oeste y Parquesur.
Y tampoco acaba de funcionar la dirección (sobre todo la de actores,territorio en el que Fernán-Gómez es maestro y lo ha demostrado, por ejemplo, en el prodigio de actuación colectiva de El camino a ninguna parte), que da la impresión de no sentirse concernida por lo que intenta contar, lo que hace que el espectador se desentienda del juego una vez que adivina por dónde va éste, cosa que ocurre en el primer cuarto de la película y hace que el resto sobre, salvo ráfagas magníficas, pero aisladas, que no contagian al conjunto, como Sacristán mientras cruza su casa sorteando los maderos que delatan su paso y la composición del personaje de Agustín González, que sin embargo no encaja en el conjunto, se sale de él.
Cuando no hay convicción en las tripas de una película, difícilmente ésta transmite al espectador convicción para compartir con ella lo que busca. La mezcla de humor negro y comedia no está aunada: se ve cada ingrediente por separado y la película, por tanto, tiene algo de mayonesa cortada, en la que cada componente no se funde con los demás, pues no hay interrelación en el reparto y sí síntomas de apatía y desorientación en quienes lo componen, que en una escena actúan en un registro y en la siguiente en otro, rompiendo así el (indispensable e irrompible) continuo interpretativo.
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