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Noé en el siglo XX

Estamos aún a considerable distancia de apreciar como se merece la creatividad ligada a la naturaleza. Pero Gerald Durrell trazó varias rutas para salir de tal extravío. Sus miradas, gestos y obras contagian su inteligente entusiasmo por el resto de los seres vivos, congéneres incluidos.Atrapó todo tipo de animales de los más alejados y difíciles esquinazos de este planeta. Su pasión primera, la observación de la fauna, dio sentido a buena parte de su trabajo como incruento cazador para los más importantes zoológicos del mundo. Quien tanto capturó, cuidó y estudió pronto se convirtió en uno de los grandes defensores del medio ambiente. A tal causa aportó su inmensa experiencia, a través de su propio zoo, donde varias decenas de especies en peligro, de extinción superaron el acabamiento gracias a las técnicas de Durrell para la reproducción en cautividad. Un arte, éste de ser Noé en el siglo XX, que cada día apreciaremos más ante la avalancha del deterioro de la naturaleza. Durrell cultivó también con excelentes resultados el documental naturalístico para televisión. Hasta aquí la segunda faceta de su enorme creatividad.

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La tercera, la que completa definitivamente a este gran comunicador, fue su literatura. En ella casó su instinto observador, capaz de leer el comportamiento de los animales con más profundidad que los propios etólogos, con una agilidad narrativa sin fisuras. Aderezó todo ello de humor y no poca poesía, sobre todo en la descripción de los paisajes. Cosechó uno de los éxitos editoriales más importantes de las últimas décadas en el mundo anglosajón. Treinta títulos, más de dos centenares de ediciones de los mismos y su traducción a una veintena de idiomas demuestran que las historias de los naturalistas también apasionan al público en general y no sólo a quienes las protagonizan.

Su aportación más honda, sin embargo, ya está en nosotros. En todos los que disfrutamos y reímos leyéndole, porque alumbró todo un nuevo género y lo hizo con un irrepetible estilo propio. Sus libros, a excepción de su literatura infantil y de algunas guías de campo, narran sus experiencias como naturalista, pero inmiscuyéndose continuamente en ellas: como sujeto activo y pasivo de su capacidad descriptiva y analítica. Se fundió con los animales, con los paisajes, con la defensa de los mismos y con sus propios avatares. Hasta el punto de alcanzar ese ideal de todo amante de la naturaleza que es llegar a formar parte de la misma armónicamente.

Tarea que Gerald Durrell culminó ayer individualmente y que heredamos sus millones de admiradores.

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