Cueva y caverna
Se podría citar a Baudrillard (el simulacro), Lipovetsky (el vacío, lo efimero) y Vattimo (la debilidad) y quizá a algún pontífice más, pero no merece el esfuerzo, del mismo modo que, fuera de las reseñas Informativas en los medios, la presentación y posterior aprobación hace una semana del Plan Integral de Altamira por el Patronato de las Cuevas ha pasa do sin pena ni gloria. Como es sabido, las cuevas de Altam ira sufren desde 1982 una limitación de visitas por la que sólo 8.500 personas las ven cada año. Es una cifra corta, desde luego, aunque yo me pregunto mantas personas ven al año el parque de los templos eróticos de Khajuraho (en el noreste de la India) o la Madonna del Parto, de Piero della Francesca, custodiada en su capillita origirial por una voluble campesina toscana. La democrática solución que se ha ideado es gran diosa, aunque el autor del proyecto sea un arquitecto y artista minimal a un coste sobre el que los miembros del patronato aún "consideran prematuro pronunciarse", pero que, según mis cuentas de la vieja, será de muchos miles de millones, se van a ampliar los accesos a la zona, crear nuevas infraestructuras de agua, electricidad y saneamiento, y dotar al conjunto, como exigen los tiempos, de un salón de actos y proyecciones, un gabinete didáctico, una biblioteca, una tienda y una cafetería. ¿Les parece excesivo el gasto para algo tan básicamente Infraestructural? No crean. El complejo se verá coronado por un museo, con una joya inmarcesible que impulsa y justifica el proyecto: la réplica de la sala principal de las pinturas, idéntica a la original, en la que la copia de los bisontes y demás figuras podrá ser contemplada cómodamente, dice el proyecto de los arquitectos, "en una especie de escenario teatral". Se ignora de momento si, en sintonía con las focas de Hormaechea en la península de la Magdalena, el camino hacia el recinto de Altamira estará amenizado con bisontes naturales importados de Canadá.Para ver las cuevas de Altamira ha y una lista de espera. Yo me puse en ella hace algunos anos previendo con meses de antelación una estancia en Santander, y así las pude visitar. No quiero pecar de enfático, ni hacer el perogrullo. La experiencia de las pinturas de Altamira es posiblemente la más intensa y reveladora que el arte puede deparar; una experiencia estética sólo posible (y da vergüenza recordar esto) cuando se produce en la incomodidad de su medio natural, con la humedad, las corrientes, el efecto vivencial y la observación del gesto remoto pero patente de la mano original. Para las autoridades de la zona no es bastante. Los hoteles y restaurantes de Santillana del Mar se quejarán en temporada baja, y conviene que cientos de, miles de niños y japoneses pasen un día de engaño cultural, aerotransportados o en autocar, visitando un simulacro didáctico pero, eso sí, orinando en retretes minimalistas y comprando sin aprieto tazones con un bóvido.
De lo que son capaces los responsables culturales en nuestro país con tal de que las masas tengan acceso a lo que ellos creen que es cultura, hay pruebas desdichadas: la Expo, los festivales de verano, los grandiosos auditorios sin auditoría, y en general todo ese monumentalismo socialista del contenedor sin contenido. Pero ver metido en esta Disneylandia rupestre a un artista como Juan Navarro Baldeweg, al que hasta ahora respetaba y admiraba, sobre todo por su inteligente conceptismo plástico, es un síntoma peor de una enfermedad moral: la desnaturalización y abdicación del artista cuando hay por medio suculentas minutas.
En la famosa imagen de la República, Platón describe a los hombres obligados a contemplar las sombras de las cosas proyectadas sobre la pared de la caverna; sólo los dioses del filósofo son capaces de ver las ideas de frente. Una vez el proyecto esté completado, será digna de verse la confrontación diaria cuando por una puerta estrecha salgan los valerosos visitantes de la lista de espera, removidos por la contemplación sagrada, y se encuentren delante a la bulliciosa masa de turistas bronceados por la sombra. El prehistórico y anónimo pintor de la cueva enfrentado al modernísimo y ufano artista de la caverna.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.