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Parálisis

Enrique Gil Calvo

Parece que la crisis arrecia, lejos de escampar, pues cada día que pasa recibe una nueva vuelta de tuerca. A este paso terminaremos por creer que la cosa ya no tiene ningún remedio, construyendo en el aire un castillo de profecías autocumplidas sobre nuestro seguro naufragio inevitable. ¿Tendrán razón Miguel Ángel Aguilar y Miguel Herrero cuando sostienen que nos hallamos ante un caso clínico de enfermo imaginario, en cuya piel soñaríamos agonizar gracias a la magia del verbo de Pedro Z. Molière? Me temo que no. Es cierto, desde luego, que nos estamos dejando llevar por un pánico infundado. Pero la parálisis que nos bloquea tiene más causas reales que imaginarias todas derivadas de los sucesivos y concéntricos círculos viciosos en que la situación se va progresivamente encerrando. Un círculo vicioso es (para María Moliner) una "situación que resulta insoluble por existir dos circunstancias que son a la vez causa y efecto cada una de la otra", y esta recíproca causalidad circular se realimenta a sí misma en una irreversible espiral de acción- reacción recurrente que termina por bloquearse en una parálisis insostenible: el típico callejón sin salida del que tanto más imposible resulta escapar cuanto mayor sea el esfuerzo que se haga por evadirse. Pues bien, las distintas acciones que unas y otras partes emprenden. actualmente para enfrentarse a la crisis defendiendo cada una su propia causa (judicial, por supuesto), al acoplarse recíprocamente entre sí, generan concéntricas espirales de paradójicas falacias circulares.

Cuando el Gobierno debía dar respuesta sobré el caso Gal, opta por dimitir de su responsabilidad descargando so bre los demás la carga de la prueba. Cuando los tribunales inculpan a ex funcionarios, ésos denuncian espurias connivencias entre los poderes informativo y judicial (bienaventurada sea su colusión, fuente histórica de la democracia). Cuando el Gobierno debiera intervenir decididamente para resolver la crisis política, se escuda en la incertidumbre monetaria como coartada para justificar su pasividad (sin advertir que ésta es precisamente la causa de aquélla, en muestra per fecta de viciosa circularidad).

En fin, cuando la oposición rehúsa elevar una moción de censura que no tenga ganada por anticipado (como un opositor a cátedras que sólo se atreviese a presentarse ante el tribunal previamente amañado), el Gobierno rehúsa igualmente someterse a la cuestión de confianza (a sabiendas de que sus socios no osarían confirmarla). Y así podríamos continuar, señalando más ejemplos reiterativos de esta perversa espiral de acción-reacción, que al acumularse están bloqueando la situación hasta hacerla insostenible. De ahí, el peligro que encierran estos concéntricos círculos viciosos si se acoplan entre sí hasta generar un maelstrom o torbellino que nos obligue realmente a naufragar, por muy neurasténica que parezca nuestra imaginaria enfermedad.

Y lo peor de estas viciosas espirales es que se plantean porque cada parte litiga de acuerdo al principio procesal de contradicción que le opone a las demás partes. Pero esta judicialización del problema hace que todos se vean obligados a defender su interés de parte. Y mientras tanto, ¿quién defiende el interés público? Esta debería ser la misión, del Gobierno, pero no puede ejercerla por hallarse aquejado de parálisis, demasiado ocupado. en pleitear a través de personas interpuestas como parte acusada que sólo busca exculparse.

La espiral de contrapuestas litigaciones en cadena está enconando la crisis hasta hacerla insostenible. El poder público debiera intervenir, dando respuesta a la crisis, pero el Gobierno sabe, no contesta. Creo que esta parálisis no puede prolongarse mucho más tiempo. Así que el Gobierno va a tener que romper de una vez el círculo vicioso que le atenaza. Y para ello sólo dispone de dos salidas posibles. O se sale del círculo por la tangente, dimitiendo y convocando elecciones generales, o corta el nudo gordiano que lo sella, ofreciendo en público la cabeza política de los últimos responsables.

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