Padres e hijos
Frankenstein, de Mary Shelley
Dirección: Kenneth Branagh. Guión: Steph Lady y Frank Darabont según la novela de Mary Shelley. Fotografía: Roger Pratt. Música: Patrick Doyle. Producción: Francis F. Coppola, James V. Hart y John Veitch, EE UU, 1994. Intérpretes: Robert de Niro, K. Branagh, Tom Hulce, Helena Bonham-Carter, John Cleese. Estreno en Madrid: Albufera, Colombia, Cristal, Ideal, Vaguada, Luchana, Callao, Velázquez, L ¡ceo, Ciudad Lineal, Gran Vía.
¿Desde dónde se debe realizar la adaptación de una novela que ha conocido varios abordajes anteriores sin caer en el mero mecanicismo del uso de la tecnología punta como único reclamo? Ese era, de buen comienzo, el desafío que afrontar por Kenneth Branagh a la hora de dar vida al doctor Victor Frankenstein y a su dudosa criatura, más desafío aún por el hecho de ser un filme de encargo, deudor de la estela luminosa dejada por otra revisión, la realizada por Coppola -aquí, productor- en Drácula. No era mala la elección, ni, del tema ni del director; sobre todo de éste: si algo. ha caracterizado hasta la fecha la meteórica experiencia filmica de Branagh han sido, justamente, sus ejercicios de lectura actualizada no. sólo de Shakespeare -Enrique, V y Mucho ruido y pocas nueces, sino de parcelas mayores de la tradición cinematográfica, como hizo con el thriller en esa obra maestra menor -e incomprendida- que es Morir todavía.
Branagh ha resuelto el problema situándose en uno de los pocos puntos posibles: él del estricto presente. Con algunas correcciones sobre la novela original pero manteniéndose mucho más cercano a ella que ninguna versión anterior, el británico construye una parábola que tiene como objetivo una crítica radical de la noción de ciencia: no en vano- casi media película habla de la obsesión científica de Frankenstein y muestra en detalle todo el proceso que le lleva a recrear la vida. Ciencia y tecnología
Y esa meticulosidad para reproducir el laboratorio del científico, irónicamente contrarrestada por planos cenitales que se dirían la visión subjetiva -y terrible- de Dios; la dureza con que muestra la pasión casi suicida de Frankenstein, hombre de las luces, y la escasa reflexión que es capaz -de hacer sobre las consecuencias de susactos, se hace sobre todo para reforzar la intención de la autora de la novela madre: para criticar, desde un hoy que conoce tan terriblemente bien la aplicación deshumanizada de la ciencia y de la tecnología, el desmedido amor por resolver lo que nadie antes ha podido.
Es éste el principal punto de interés de una película que, como suele ser norma en su autor, presenta otros muchos, y también algunas vacilaciones impropias del hombre de talento que sin duda es Branagh. Interés tiene la reconstrucción del referente histórico; el trabajo de los actores, a la cabeza de los cuales se sitúa un Robert de Niro tan efectivo como en sus mejores tiempos; la fuerza casi brutal que suelen tener algunas secuencias aisladas, y algunos momentos de catarsis.
Junto a esto, no obstante, se echa en falta un tono narrativo coherente y homogéneo o si se prefiere, eso que se da en llamar estilo.. Porque igual que le sucedía a Mucho ruido... y a Enrique V, lo que aquí le falta a Branagh es su perar los altibajos que aquejan a su puesta en escena, a , veces contenida, reflexiva, y en otros momentos aquejada del mal de San Vito, con movimientos de cámara espasmódicos y grandilocuentes, y un tratamiento visual que sitúa el filme en la línea del peor gore contemporáneo; no va muy desencaminado quien piense que al rodar el alumbramiento de la Criatura, Branagh se acerca peligrosamente a Stuart Gordon, el responsable de Reanimator. Aunque hay que convenir, a la postre, que, a pesar de sus excesos, la generosidad y el desborde pasional de que hace gala el director salvan con considerable honor a su criatura, de forma que esta historia de padre irresponsable e hijos monstruosos logra saltar limpiamente las a menudo escuetas, torpes fronteras del género para convertirse en una punzante reflexión sobre el horror y la piedad, el progreso científico y la deshumanización, la venganza y el remordimiento.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.