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Entrevista:

Sólo escribo para divertirme

Acaba de alcanzar el millón de ejemplares vendidos. De La tabla de Flandes se han hecho 20 ediciones, y la crítica literaria internacional se ocupa de su obra en términos absolutamente elogiosos. Pero él, Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), sigue escribiendo sólo para divertirse.

Pregunta. Ha pasado ya la barrera del millón de ejemplares. De La tabla de Flandes, The New York Times ha dicho que es un trabajo "elegante, refinado y enloquecedoramente inteligente". Estará satisfecho.Respuesta. Estoy contento, aunque no escribo pensando en vender. Simplemente sé que cuando escribo un libro se va a vender, que es algo distinto. A estas alturas ya he perdido la inocencia. Saber que vendes lo tienes presente, aunque eso no afecta a la historia. Cuidas más determinados aspectos de cara al lector. Reclamas su atención de alguna manera, juegas, buscas su complicidad, pones trampas, cebos. Hay una interacción. Antes, el lector para mí no existía, pero ahora ya sé quién es, cómo se llama, las caras que tiene, su voz. Los lectores, a menudo te dan las claves de lo que haces.

P. Algún crítico mantiene que pocos autores trabajan tanto la trama de sus novelas como usted, que es casi un ingeniero de la literatura.R. Yo escribo para divetirme. Me lo paso muy bien escribiendo. Una novela es un mundo en el que vives dos o tres años. Me divierte mucho planificar y por lo menos un año lo dedico a documentarme sobre lo que voy a escribir. Hago esquemas, planifico muy detalladamente. Hago diagramas, dibujo personajes... Por eso siempre escojo temas que me gustan: la pintura, el ajedrez, la esgrima. Son temas que me interesan y con los que aprendo. Cuando domino el asunto, me pongo a escribir. Por eso las tramas resultan tan trabajadas. Si yo tengo que hacer una escena en el arzobispado de Sevilla, por ejemplo, ten por seguro que antes he estado allí.

P. No hay en sus novelas ninguno de esos agujeros negros que tanto horrorizaban a Hemingway: una sola línea escrita sobre algo desconocido por el autor es un insalvable agujero negro en la narración.

R. Jamás he escrito sobre algo que desconociera. Una novela es un problema de seducción y de falsificación. Nadie puede falsificar un billete de banco si no conoce muy, bien los billetes auténticos. La falsificación se nota siempre.

P. Decía usted que tiene seis historias pendientes, ¿de dónde surgen?

R. Surgen por tics. Estando contigo he colgado ese calendario al revés. Ahora que me fijo, me sugiere algo. Son observaciones como ésa las que voy metiendo en la mochila y que terminan en novela.

P. ¿Alguna vez se le ha complicado tanto la trama que ha tenido que abandonar una narración?

R. Nunca. Cuando me pongo a escribir es que ya domino el tema. Sólo abandoné una que iba de templarios, y lo hice cuando supe que Eco escribia sobre los templarios en El péndulo de Foucault. Llevaba 60 páginas, pero él llegaba antes que yo

P. ¿Qué tiempo le lleva- escribir una novela?

R. Una de verdad, de unas 400 páginas, de dos a tres años. Uno para documentarme, y el resto, para escribir.P. ¿Le ayuda alguien en la fase de documentación?R. No. Nunca. Mis novelas no son novelas de fórmula aplicable a cualquier cosa. Tengo una serie de técnicas, pero no son compartibles con nadie.P. ¿El periodismo le ha aportado oficio a la hora de escribir?R. Me ha ayudado para saber manejar información -a la hora de ordenar mi investigación y mantener en orden el caos. Tener la cabeza fría en las peores situaciones es muy útil. Esa actitud es la que vale. También me ha dado el periodismo un gran conocimiento del mundo en el que estoy. Me ha dado una lucidez con muy mala leche, escéptica, retorcida, poco optimista, que a veces presto a algunos de mis personajes. En Países donde la gente no sabe que soy periodista nadie detecta el periodismo en mi obra.P. Puede que en Territorio comanche sea donde hay más restos (le periodismo. Al fin y al cabo, habla usted allí de muchos de sus antiguos compañeros. Muy mal (le alguno, por cierto.R. Ese libro sólo molestó a los mandos de televisión. Para nada a los compañeros. Ahora vengo precisamente de la tele, de felicitar las navidades a mis colegas. Quisieron movilizar a mis compañeros contra mi, pero no lo consiguieron.

P. ¿Echa de menos el reporterismo?

R. Echo de menos una cierta forma de vida. Anoche estuve con Márquez, con mi cámara, emborrachándonos hasta las tantas, y se lo decía a él. No echo de menos informar. Echo de menos a mis compañeros, el ambiente. Pero si me siento encerrado, me voy 11 días a navegar, pongo rumbo a Sicilia, y cuando me canso, me vuelvo. Uno no puede olvidar una forma de vida de tantos años. Pero si me entra el mono, me pagaré yo el viaje y me iré a cubrirlo para algún periódico. Pero yo nunca más haré información. He hecho ya muchas chechenias.

P. Como escritor, cree que fue necesaria la llamada de atención de la Academia para proteger el castellano?

R. No opino. Cada cual debe leer y hablar en la lengua que le dé la gana. Al castellano lo estamos destrozando todos con la corrupción de la lengua. No hay respeto ni cuidado para evitar americanismos. Sí me preocupa el que haya cantidad de analfabetos que estén todos los días dando doctrina.

P. ¿Le gustaría ser académico?

R. No es ése mi registro. Puede que otros estén interesados, pero yo no. Lo que sí reprocho a la Academia es su escaso interés en acabar con la corrupción del idioma. Toda esa vehemencia que pone en Cataluña debiera ponerla para acabar con los leísmos y otras infamias. La Academia lo qué ha hecho siempre ha sido consagrar barbaridades a toro pasado, nunca se ha adelantado. Y en lo de ser académico, es que hay mucha solemnidad. Parece que escribimos para la posteridad cuando se tiende a no leer nada. Hay demasiada gente que con 15 años nace aburrido, solemne, pensando en la letra que ocupará en la Academia. Y eso es malo. Yo procuro todo lo contrario. Para mí, escribir es un ejercicio amable, grato, que me hace feliz. Y sólo el tiempo debe decir si lo que has hecho es bueno o no. Lo demás son filfas.

P. Aunque a usted se le lea mucho, en general se lee poco. ¿Cómo se puede estimular a la gente para que se anime a coger un libro?

R. Es una batalla perdida. Algunos podemos retrasar el fatal desenlace. Mi obligación es hacer lo que pueda porque los libros duren lo más posible. Si escribimos pensando en la posteridad y en las academias, pues nada. Siempre he dicho que hay que utilizar las armas del enemigo: las del cine y de la televisión. A mí me leen mucho los jóvenes, entre 25 y 30 años, y las mujeres. Hay que saber que ningún niño dejará de ver la tele para coger un libro, lo que tienes que hacer es relacionar el libro con la televisión y lo mismo hay suerte.

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