El asesinato de un ciudadano francés decidió al presidente Zerual a dejar partir el avión de Argel
El asesinato de un tercer pasajero, un funcionario de la Embajada francesa en Argel, Yannick Beugnet, precipitó los acontecimientos en el aeropuerto Huari Bumedián. Fue entonces cuando el presidente de la República de Argelia, el general Liamin Zerual, dio luz verde y permitió el despegue del avión secuestrado el 24 de diciembre por un comando de integristas del Grupo Islámico Armado (GIA). El aparato abandonó el aeropuerto de la capital magrebí a las dos de la madrugada del lunes, rumbo a Marsella, tras una interminable espera. En total fueron cerca de 40 horas de tensión.
Con los pies en el barro y encogidos por la humedad y el frío, abrazados a las vallas metálicas que rodean el aeropuerto de Argel, permanecían en silencio formando una masa compacta. Esta masa la configuraban periodistas, fotógrafos, bomberos, policías, enfermeros y funcionarios sin identificar. Todos con los ojos puestos en el enorme Airbus de la compañía Air France, secuestrado y bloqueado en un rincón del aeropuerto.El epílogo comenzó a escribirse a partir de las 21.30 del domingo, cuándo finalizaba el día de Navidad y expiraba el enésimo ultimátum dado por los miembros del comando integrista para que las autoridades permitieran la retirada de la escalerilla apostada en un flanco del aparato y dejaran despegar el avión hacia un rumbo desconocido.
Había dejado de llover, pero continuaba haciendo frío en el exterior. Los enfermeros y el personal de las ambulancias se protegían el cuerpo, la cabeza incluida, con las mantas previstas para los heridos o los muertos, mientras no dejaban de mirar el enorme avión ni un solo instante. Dos potentes reflectores alumbraban el aparato, en medio de la más absoluta oscuridad del resto del aeropuerto.
Fue justo en ese instante cuando se abrió la portezuela del morro del Airbus. Sonó un disparo y algo no identificado, que en principio se asemejaba a un saco, a un bulto, cayó sobre el asfalto de la pista. Quedó inmóvil. Muy cerca de una de las ruedas del aparato. Todos temieron lo peor: que se tratara de un cádaver, el de un tercer pasajero de nacionalidad francesa. Eso era al menos lo que habían prometido hacer los secuestradores si no se aceptaba su exigencia de hacer despegar el avión.
Horas antes había sucedido lo mismo con un funcionario de policía argelino y con el agregado comercial de la Embajada vietnamita en Argel, Bui Giang To, de 48 años. Los dos habían sido abatidos de un tiro en la cabeza en la escalerilla del avión, duran te las primeras horas del secuestro. Pero esta vez la amenaza parecía más seria y firme que nunca, y además afectaba directa mente a Francia.Agarrados a la ver a de hierro, los observadores trataron de escudriñar el vacío y adivinar qué era ese bulto. Algunos fotógrafos utilizaban, a modo de prismáticos, los teleobjetivos- de sus cámaras. Algún funcionario de los servicios de seguridad de la Embajada francesa se colocó de pie, encima del capó de un todoterreno blanco, con gemelos de largo alcance.
Dos coches de turismo intentaron cruzar la pista y trataron en vario de acercarse al avión y recoger el bulto. Un cortejo de vehículos llegó precipitadamente del centro de la ciudad al salón de autoridades del aereopuerto, convertido en cuartel general. Desembarcaron de los coches una serie de personalidades de la vida política argelina, miembros del Gobierno y representantes de la Embajada francesa. Eran los síntomas evidentes de que el muerto era un francés.
La certeza se tuvo hacia la una de la madrugada, cuando un vehículo todoterreno de color blanco, ocupado por cinco pasajeros, logró hacerse con el cuerpo del último rehén asesinado en Argelia. Era el tercero de los ocupantes del avión. Minutos más tarde se retiraba la escalerilla adosada al flanco del aparato. Fue el fin de la larga espera. Las luces de posición quedaron encendidas. El motor empezó a roncar. El morro viraba dando la cola a la ciudad de Argel. Luego, el avión despegó.
Eran las dos de la madrugada. La ciudad, sometida desde hace más de dos años al toque de queda, se quedó en silencio. En esta ocasión las medidas policiales que no permiten circular por las calles fueron levantadas parcialmente y, así, periodistas y funcionarios pudieron volver a sus domicilios o a sus despachos. En el suelo, junto a la verja de hierro, quedaron los residuos de una larga espera. Papeles debocadillos, botellas de plástico, trozos de periódicos...
Ayer por la mañana, todo parecía ya casi olvidado. El lugar en el que hasta entonces había estado el avión permanecía ocupado por un aparato de la línea internacional de Air Algerie. Los primeros pasajeros de la mañana llegaban al aeropuerto. Argelia se despertaba aliviada, pero con tres hombres menos.
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