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El modelo Duato

Conmoción general. A partir del 1 de enero, la Orquesta Nacional de España, pagada con dinero de los Presupuestos Generales del Estado, no volverá a interpretar obras de Mozart, Dvorak, Schubert, Falla, Berlioz, Brahms, Mendelssóhn, Haydn, Chaikovski, Albéniz y Sibelius. Ni, por supuesto, de Beethoven. Nada dé eso. Convencidos de la falta de capacidad de la orquesta para interpretar adecuadamente a los clásicos, los responsables del Ministerio de Cultura están de acuerdo con el proyecto del nuevo director para tocar únicamente obra de carácter serial, con especial atención a las composiciones de Schoenberg, Webern, Stockhausen y Cage. Además, el ND tiene la intención de componer numerosas obras para su orquesta, que, naturalmente, le serán abonadas aparte.Hoy no es 28 de diciembre y, por lo tanto, no se trata de una inocentada. El comienzo de este artículo es simplemente una parábola que ilustra cómo sería el panorama de la cultura oficial española si Carmen Alborch decidiera extender la experiencia de Nacho Duato, al frente de la danza oficial, a otros campos de su departamento. Cuatro años y medio después de su nombramiento como director del Ballet Lírico, la rebautizada Compañía Nacional de Danza se ha convertido. en un conjunto monotemático, que ha abandonado todas las escuelas clásicas del ballet y se dedica a servir obsesivamente café para todos. Desde la llegada de Duato al Ballet Nacional, ya no se baila otra cosa que no sean las coreografías del propio director o de sus colegas que comparten estilo (en esta ocasión, cuatro de las seis puestas en cartel eran de él). Si en lugar de ocurrir esto en el reducido y singular mundo de la danza hubiera pasado en la música sinfónica, el escándalo habría estallado hace tiempo y se habría llevado por delante a quienes consienten.

Con un presupuesto de más de 700 millones de pesetas y una nómina de 56 bailarines, el ballet oficial de España se ha convertido en poco más que una compañía privada. Los bailarines censurados por el director (casi la mitad del total) han sido prácticamente apartados de la compañía, hasta el punto de que no solamente nunca bailan, sino que incluso son obligados a dar las clases separados del resto, y ni siquiera se les permite asistir a los ensayos de los ballets que se preparan.

Las acusaciones de incompetencia, vaguería, sueldos escandalosos, burocratización y ataques personales lanzados por Duato y su entorno contra los bailarines marginados, se cruzan con los que el director recibe: narcisismo, arbitrariedad y utilización del Ballet Nacional para su promoción personal. La batalla que vive la CND (Compañía Nacional de Danza oficialmente y Compañía Nacho Duato según sus detractores) alcanza un grado que resultaría hilarante si no fuera porque el hecho de estar financiada con los Presupuestos Generales del Estado la convierte en vergonzosa.

Duato es el creador más activo que hay en la danza española, desarrolla un estilo de ballet neoclásico (mucho menos moderno y rompedor de lo que sus seguidores creen) y ha conseguido, con una fuerte personalidad y magníficas relaciones con algunos personajes internacionales de la danza, dar al ballet español un buen nombre internacional. Pese a que antes de Duato no existía el vacío, como sus partidarios tratan de propagar, ha conseguido mover el mundo de la danza. Lo ha hecho sacrificando una cierta tradición histórica del Ballet Nacional, matando a varias generaciones de bailarines clásicos y metiendo a su compañía en un escenario muy estrecho que, cuando él desaparezca, nunca podrá conservar. Después de Duato, el ballet oficial tendrá que volver a reconstruirse. Ha dispuesto, para esta aventura, de, unos presupuestos pensados para 50 bailarines con escenografías y vestuarios muy costosos, aunque él utiliza escenarios vacíos y solamente saca a bailar a menos de veinte bailarines. Se ha convertido en el profeta de su propio estilo y ha conseguido vender su mercancía a todo un Ministerio de Cultura, que se lo paga y se lo consiente.

Sería lamentable que las compañías de teatro oficiales no estrenaran nunca más a Cervantes, Molière o Bertold Bretch; los festivales de cine proscribieran a Huston, Buñuel o Antonioni, y los museos nacionales guardaran en los sótanos los cuadros de Rubens, Velázquez, Goya y Picasso. El modelo Duato es un peligro para la cultura.

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