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Prescripción facultativa

Juan José Millás

¿Cuáles son los límites de la prescripción facultativa?, me pregunto, nos preguntamos. ¿Pueden, por prescripción facultativa, condenarte a la hoguera? ¿Puede la prescripción facultativa ser una coartada para la tortura y la humillación? ¿A qué tenemos derecho usted o yo si mañana nos internan en el hospital Clínico de Madrid? ¿Podrían, por prescripción facultativa, encadenamos a la pared y azotarnos con un látigo de siete puntas?Ya lo saben: un enfermo terminal de sida murió el otro día abrasado en una habitación de nuestro hospital Clínico. Estaba atado de pies y manos a la cama y, según la enferma de la habitación de al lado, tardaron más de media hora en atenderle. Tuvo tiempo para todo el pobre hombre. ¿Y por qué permanecía atado con correas de pies y manos a la cama que habría de convertirse en su pira sacrificial? Ya lo saben también: por prescripción facultativa. No es que fuera un vicioso el pobre hombre; no se había atado por placer, como los ingleses, sino porque se lo habían recetado los médicos.

Yo lo primero que he hecho tras leer este espanto ha sido bajar a la farmacia de mi calle y preguntar si las correas las venden con receta médica, como los ansiolíticos, o se las dan al primero que llega. La farmacéutica me ha dicho que no venden correas, que esa clase de calmante no figura en el catálogo de las prestaciones de la Seguridad Social. ¿Se trata acaso de un fármaco ilegal? Que nos lo aclaren. Que nos lo aclaren, sí, porque como usuarios potenciales del hospital Clínico de Madrid tenemos la obligación y la urgencia a saber qué derechos nos asisten, si nos asiste alguno, una vez que se entra en esas dependencias. Es importante conocer, por ejemplo, si el mismo médico que es capaz. de recetar correas para las manos y los pies de sus pacientes, es el mismo que clama contra la eutanasia o que se acoge a la cláusula de conciencia para no practicar un aborto a una indigente con ocho hijos, cinco de los cuales son disminuidos. Yo, que soy un achacoso cronico, exigió que me digan si puedo elegir entre los catéteres por las correas. Me gustaría mucho que me explicaran si esos médicos recetadores de ataduras externas creen que es mejor vivir atado que morir piadosamente sedado.

Es muy importante para todos nosotros saber en qué clase de lógica penetras cuando te internan en el Clínico, porque a lo mejor no te interesa internar: yo creo que, tal como están las cosas, uno, después de haber pagado sus impuestos , debería poder elegir si prefiere las correas del Clínico o el dulce monóxido de carbono del doctor Kervokian. Yo no sé si el doctor Kervoki n es un sádico ni me interesa, pero si no tengo mas remedio que elegir entre dos clases de sadismo, me quedo con el del doctor muerte. Cuando a un hombre le atan las manos y los pies con correas, le han arrancado la dignidad a tiras. No queremos catéteres ni lavativas al precio de esa humillación.

Por eso pregunto, preguntamos, cuáles son los límites de la prescripción facultativa. Y alguien ha de responder. Si nos han informado hasta la náusea de lo caro que le cuesta a la Seguridad Social recetar una faja de péndulo, que no he averiguado aún en qué consiste, tenemos derecho a conocer el precio de esas correas con las que pueden atarnos cualquier día a una cama de hospital. Me refiero, claro está, al precio moral. ¿Ha medido ya alguna comisión él grado de encanallamiento que alcanza Un enfermo sometido a esta tortura? ¿Se tienen datos sobre el envilecimiento que supone para un enfermero. o enfermera relacionarse con paciente maniatado? Que nos lo digan

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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