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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Lo tomas o lo dejas

Resulta lamentable que a estas alturas de siglo tengamos que volver a reivindicar los derechos de los trabajadores y volver a plantearnos estrategias individuales y colectivas para frenar el vertiginoso ritmo que han alcanzado, en la España de hoy, los abusos por parte de muchos empleadores.Veamos, por ejemplo, la situación laboral de los profesionales autónomos de la traducción. En la gran mayoría de los casos, las condiciones laborales son inexistentes: no se revisan las tarifas al cabo de dos y tres años; no se respetan precios, cerrados en proyectos de gran envergadura, y los profesionales nos vemos obligados a rehacer las facturas dos, tres y hasta cuatro veces, por supuesto siempre a la baja; como cabe esperar, lo habitual es que no se hagan contratos, ni mercantiles ni de ningún otro tipo, por proyecto o periodo de tiempo, y cuando hay contratos, no contemplan cláusulas de derechos y obligaciones por las dos partes, sólo obligaciones por parte del profesional.

Sencillamente, las agencias contratantes disponen de los profesionales con absoluta arbitrariedad. Debido al uso que hacen estos empleadores de las nuevas tecnologías y la distribución de los recursos humanos, se exigen al profesional cada vez más tareas: el traductor ya no sólo traduce, ahora también debe ocuparse del formato, la paginación, las revisiones tipográfica y estilística de los textos y la introducción de correcciones; actualiza productos teniendo que manejar para ello múltiples herramientas informáticas; realiza comprobaciones técnicas; elabora glosarios terminológicos; localiza incoherencias entre los diversos materiales con los que trabaja, facilitando así la mejora de los productos; en la traducción para doblaje, ajusta y dividelos textos en takes, y muchas veces debe ocuparse incluso de las labores de gestión. A todo esto hay que añadir el tiempo que pierde en negociaciones interminables para impedir que le engañen en los cómputos de palabras o para hacer entender al contratante que los plazos de entrega son absolutamente irracionales y que deben ser modificados; el tiempo empleado en conseguir materiales de referencia para poder hacer su trabajo con un mínimo de rigor; el tiempo dedicado al cálculo y pago de sus obligaciones con Hacienda y la Seguridad Social, que, en el caso del profesional autónomo, supone bastantes horas, y el tiempo dedicado a su formación y reciclaje profesionales, por supuesto corriendo él con los gastos.

Podría argumentarse que, al fin y al cabo, suerte que tienen los traductores porque, a pesar de todo y de forma totalmente irregular, su situación les permite percibir unos ingresos y no estar directamente en el paro. Pero ahí radica el problema. Ésa es la argumentación de los empleadores: o lo tomas o lo dejas y te quedas en casa. ¿Qué se puede hacer? Por muchas vueltas que uno le dé, sólo nos queda la postura colectiva de no aceptar los abusos.-

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